Me gusta pasear por el parque María Luisa de Sevilla, y de vez en cuando paro a hacerle una visita a Bécquer, que está allí quieto, pálido y petrificado, bajo un majestuoso sauce, y la gente le deja frases, poesías y deseos escritos en papelitos y ya estos días en hojas de árboles también.
Es probable que Bécquer sea el autor más leído después de Cervantes. Tal vez la tragedia de una una muerte joven colaboró en ello. Murió en 1870 y sus amigos colaboraron en agrandar el mito, con algo de distorsión.
«Me cuesta trabajo saber qué cosas he soñado y cuáles me han sucedido. Mis afectos se reparten entre fantasmas de la imaginación y personajes reales; mi memoria clasifica revueltos nombres y fechas de mujeres y días que han muerto o han pasado con los días y mujeres que no han existido si no en mi mente. Preciso acabar arrojándoos de la cabeza de una vez para siempre.»
Nace en 1836, en Sevilla, en una familia de origen flamenco que gozó de prosperidad en el siglo XVI. En España castellanizaron su apellido, originalmente Becker. El padre era pintor, y murió cuando Gustavo tenía 5 años de edad, dejando a la familia en una complicada situación financiera, que se agrabó más con la muerte de la madre 6 años después. Parece que la ausencia del padre le persiguió toda la vida a Bécquer, que alguna vez escribió sentirse como errante, buscando algo que desconocía.
«Nuestro padre murió siendo nosotros muy pequeños, a los 35 años. A poco de morir nuestro padre, murió nuestra madre. Recuerdo que siendo muy chico nos quitaban la luz después de acostados, y Valeriano en las noches de luna habría el balcón y dibujaba aquella claridad difusa.»
Entonces Bécquer es recogido por su madrina, que tenía unas bisuterías en Sevilla y disfrutaba de una vida acomodada. En su biblioteca él comenzó su afición lectora, sobre todo de autores franceses. Pero destinado a la pintura, como su padre y su tío, curso Bellas Artes junto con su hermano, que acabó convertido en un muy bien pintor; pero él prefería la escritura.
«Tal vez muy pronto tendré que hacer la maleta para el gran viaje. De una hora a otra puede desligarse el espíritu de la materia para remontarse a regiones más puras. No quiero cuando esto suceda llevar conmigo, como el abigarrado equipaje de un saltimbanqui, el tesoro de oropeles y guiñapos que ha ido acumulando la fantasía ya en los desvanes del cerebro»
Decide irse a Madrid para intentar vivir como literato, en una época la del 1854, de revolución liberal, a la que Bécquer y su hermano ya se habían opuesto desde Sevilla con un pasquín satírico. La literatura se entremezclaba entonces con la política.
«¿Es esto madre? ¿Es este el paraíso que yo soñé? Dios mío, qué desencanto tan horrible; sucio, negro, feo como un esqueleto descarnado, tiritando bajo su inmenso sudario de nieve.»
Después encuentra las oportunidades que va buscando, cuando la industria periodística multiplica con la imprenta la capacidad de edición y son demandados nuevos contenidos, entrando en el periódico El Porvenir, en el que le pagaban muy poco; por lo que se le ocurre un proyecto artístico y editorial al que llama Los templos de España, obra que suscribió la reina Isabel II, pero que comenzó y terminó por Toledo, fracasando así por su propia dificultad en realizarse.
Tras unos trabajos menores entra en el 1860 como redactor en El Contemporaneo, dejando atrás las miserias y penalidades, comenzando una vida en la que gozó de prosperidad económica.
Por aquel entonces conoció a Julia Espín, futura cantante de ópera, mujer de la que Gustavo se enamoró y a partir de la que comenzó a escribir sus Rimas.
″Sabe que alguna vez sus labios rojos queman mi invisible atmósfera abrasada,
que el alma que puede hablar con los ojos, también puede besar con la mirada»
Os invito a ver el documental completo, «Bécquer desconocido»; estas pocas palabras son sólo el principio de un repaso a una vida, como poco, intensa.
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