Spinoza y los rabinos (1907), por Samuel Hirszenberg

Benedicto –Baruch– Spinoza (Países Bajos, 1632-1677) es uno de los personajes más importantes de la historia de la filosofía moderna. Este pensador se tomó la molestia de analizar y criticar la obra del popular René Descartes, “curando” sus postulados, pues la fama del filósofo francés no lo libraba de la notable contradicción de muchas de sus teorías. Spinoza también desarrolló importantes aportes en diversos temas, tales como la noción moderna del panteísmo (aunque en su caso la palabra más acorde sería «inmanentismo») y la crítica de la ortodoxia religiosa de su tiempo (lo que naturalmente le traería problemas).

En una de sus obras más importantes, Tratado Teológico-Político (1670), nos comparte sus principales reflexiones acerca de la vida espiritual y socio-política. De este tratado me enfocaré en los temas de la superstición e interpretación de las sagradas escrituras.

I. Sobre la superstición

El miedo ha sido un compañero incondicional del ser humano. Se presenta desde cuestiones tan cotidianas como el presentimiento de riesgo, hasta en situaciones donde es uno de nuestros motores de vida: miedo a lo desconocido y miedo a la muerte. Muchos seres humanos, cuando el razonamiento ha llegado a un límite para salir de alguna complicada situación, o se ve inutilizado para poder brindar una solución a algo que no se ha logrado comprender completamente, caen de nuevo al escalón más bajo de nuestra inteligencia y se aferran a la superstición.

La superstición es un placebo, la excusa perfecta para dejar de pensar. Hasta de los más osados se han arrodillado y han conducido una mirada piadosa hacia el cielo cuando se ven en situaciones trágicas en donde sus capacidades humanas menguan. De esta debilidad humana sacarían provecho varias personas sin duda más astutas que valientes. Bien pensaba nuestro filósofo neerlandés que la religión es sólo la apariencia que toma la superstición cuando esta es usada por profetas o humanos autoproclamados como tales, pues hace tanto tiempo habían descubierto que la misma otorgaba el poder de aglomerar, en otras palabras, era la fe, basada en la superstición, lo que los unía, lo que los hacía creerse iguales bajo los ojos omnipresentes de alguna entidad. Por ello, muy certeramente dice Spinoza que la constancia del vulgo es la contumacia y que no se guía por la razón, sino que se deja arrastrar por los impulsos, tanto para alabar como para vituperar1.

La religión es la superstición institucionalizada: legitimada mediante rituales, jerarquías y enseñanza de la “palabra divina” según la interpretación de los “santos”. Pero el objetivo de estos ungidos no ha sido el de instruir a la humanidad en el camino que los acerca a su propuesta de vida eterna, sino únicamente tenerlos de rodillas a medida que estos puedan seguir de pie. Y las ovejas se entregarían por su visión de paraíso, encarnada por sus reyes y profetas a fin de que luchen por su esclavitud, como si se tratara de su salvación2.

II. Críticas contra quienes interpretan la escritura

La principal crítica que hace Spinoza a los que interpretan la escritura es el uso que le dan, siendo este que, bajo el discurso de la interpretación correcta de la palabra de Dios, realmente están dictando sus propias opiniones y deseos, y no bastándose con este atrevimiento, desean imponérselos a la masa, como tirar del cuello de cientos de personas con cuerdas sujetadas en un solo puño. Como si fuera poco, nos comenta nuestro filósofo neerlandés que a estos males se añade la superstición, que enseña a los hombres a despreciar la razón y la naturaleza y a admirar y venerar únicamente lo que contradice a ambas3. Por supuesto, como la escritura es ‘divina’, está por encima de cualquier razonamiento empleado por el insignificante e imperfecto ser humano, y los que se atrevan a contradecirla no están enfrentándose al profeta, al obispo o al rey, sino que está arremetiendo contra Dios, y ¿cómo ganarle a Dios en una discusión? De esta manera se establece una relación de poder, por un lado, y una segregación ideológica por el otro (distintas congregaciones).

Ahora bien, hay que reconocer el intento de la religión en adaptarse e innovarse según la época o acontecimiento, y gran parte de esto lo ha logrado con la interpretación de los santos textos, pues por ejemplo, lo que antes era contextual, ahora es simbólico, utilizando los mismos fragmentos para dar una connotación diferente más apegada a nuestra era, siempre y cuando, claro está, siga cumpliendo el rol que favorece al que la emplea y siga sometiendo al rebaño: armas humanas más que almas.

III.  Un método para la interpretación de la escritura

A raíz de sus preocupaciones acerca de lo visto hasta ahora, Spinoza desarrolló un método para interpretar la Biblia en conformidad con la naturaleza.

Como una regla general de este método se encuentra que no se le debe atribuir a la escritura ninguna doctrina que sea ajena a su propia historia. El concepto de historia que utiliza el filósofo a lo largo del texto lo sintetizo en la palabra ‘contexto’. Esto significa que otras cuestiones que no están dentro de la escritura no deberían tener peso en su interpretación. Ahora bien, su método se divide en tres puntos principales:

1- Debe contener la naturaleza y propiedades de la lengua en la que fueron escritos los libros de la Escritura y que solían hablar sus autores4. Para esto veía indispensable una historia de la lengua hebrea, pues resulta absurdo que quienes se ostenten ser los portavoces de la palabra divina, en la mayoría de los casos utilizan traducciones y lenguas ajenas al hebreo. Únicamente teniendo esta noción de la lengua original, y poniéndola en el contexto en que fue escrita, se podría abstraer su significado más acorde a lo que quería explicar el ungido.

2- Debe recoger las opiniones de cada libro y reducirlas a ciertos temas capitales, a fin de tener a mano todas las que se refieren al mismo asunto5. De esta manera, teniendo primeramente los conceptos fundamentales de alguna doctrina, se puede establecer una comparación entre otros contenidos del libro y así conocer cuál es la idea que impera sobre otras (ir de lo general a lo particular). Esta es una vía útil para salir de la contradicción que se pueda presentar. Este punto es interesante pues alude a una clase de sistematización propia del método (hijo de la modernidad), un sistema que ordena racionalmente los elementos según su grado de importancia.

3- La historia de la escritura debe describir, finalmente, los avatares de todos los profetas, de los que conservamos algún recuerdo, a saber: la vida, costumbres y gustos del autor de cada libro (…)6. Lo que me parece más importante es que Spinoza busca con este paso separar los escritos que tratan de brindar una ley, de los que son presuntamente enseñanzas morales. A lo largo de la historia han habido un sinnúmero de intentos de hacer ley lo que no son más que convencionalismos acerca de lo correcto e incorrecto dentro de una sociedad, y que obedecen a los estándares de un momento determinado; por lo que cabe apuntar: lo que se ha de transformar/adaptar no puede ser, por consiguiente, universal.

Ahora bien, el método no está exento de dificultades, como reconoce el autor, siendo el aspecto de más cuidado el concerniente al dominio de la lengua hebrea, ya que a diferencia de las lenguas que imperaban en Europa o en América, no tiene vocales y las palabras usadas hace siglos atrás son polisémicas, esto es, que su significado cambia según el tema o contexto del contenido. Sumado a esto cabía apuntar el problema de la diáspora, pues el pueblo apátrida o dispersado hacía más difícil poder encontrar verdaderos herederos de la enseñanza de su lengua. Aun así, un muy seguro Spinoza nos informa que siguiendo su método, empezando por los asuntos generales hasta llegar a los detalles más particulares, se puede alcanzar un entendimiento integral y casi certero de lo que las santas escrituras tienen para ofrecer.

Palabras finales

Baruch Spinoza mostró una preocupación por los mecanismos de poder que germinan dentro de la superstición, todavía vigente. No obstante, eso no le quitó las ganas de interpretar el mundo de una nueva manera, y la idea de Dios que nos legó, “el Dios de Einstein” perdura y se fortalece como el todo  que representa.

La superstición por sí misma es impredecible pues depende de las pasiones del individuo; pero cuando esta es unificada en un credo o doctrina mediante la institucionalidad, se convierte en religiones. La doctrina no ha sido leída por la masa, no en la mayor parte de su historia. Ha sido escuchada, de boca de los que se hacen llamar representantes de la divinidad, y de esta manera han construido sus tronos. La civilización ha progresado pero la superstición palpita todavía, siendo la medicina para muchos siervos quienes no mortifican su mente con dudas que los puedan hacer sentir vulnerables. La ignorancia es el éxtasis, desde hace miles de años y hasta la fecha.

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Notas bibliográficas:

1. Spinoza, Baruch. (1997). Tratado teológico-político (p.72) España: Ediciones Altaya.

2. Ibíd., p.64

3. Ibíd., p.192

4-5. Ibíd., p.195

6. Ibíd., p.197-198

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