En el siglo XVI los libros de caballería causaban furor. Entre sus lectores figuraban personalidades como el emperador Carlos V, Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola o Miguel de Cervantes. Saltando las distancias, podría decirse que eran los best‒sellers de la época. Precisamente este último escribió su obra cumbre, El Quijote, como parodia a ese tipo de literatura, que conocía muy bien. En su primera parte explica que su propósito es «derribar la máquina mal fundada destos caballerescos libros, aborrecidos de tantos y alabados de muchos más», y en la segunda parte dice que pretende «poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías». No es por robarle méritos al padre de don Quijote, pero su novela no fue ni mucho menos la responsable del final del género. La parodia es solo la fase final de un modelo que se ha repetido hasta la saciedad.
Partiendo de la idea de que el término «best‒sellers» no delimita a un género sino que se basa en una cuestión de cantidad de difusión y de ventas, y de que engloba desde novela negra hasta histórica, pasando por fantasía o novela erótica, sí es posible establecer algunos parámetros comunes que, si bien no es posible generalizar a todas, sí abarca a una buena parte de los libros que se engloban bajo este membrete. Un modelo que se ha repetido como en su día se repetían los libros de caballerías. Dicho esto, todavía está por nacer el Quijote de nuestros días. Sí hay parodias de obras concretas, como Cincuenta sombras de Gregorio de Rossella Calabrò o Corpúsculo de The Harvard Lampoon, pero ninguno de estos libros se ha planteado la ambiciosa meta de parodiar toda la arquitectura de los best‒sellers. Ese es el hueco que intenta llenar Darío Lozano con El Jinete de la Tormenta.
Más que la parodia, que también, quizá el tema principal que plantea El Jinete de la Tormenta es el de la identificación y disociación que se produce ya no solo entre personajes y autor sino entre autor y ser humano. En 1921 Jorge Guillén lo formuló en una máxima que parece difícil de cumplir: «Contemplad la obra, olvidad al hombre». ¿Qué pasa cuando cretinos, neuróticos, drogadictos cualquier otro ser humano decadente son capaces de crear grandes obras de arte? Sobre eso reflexiona Thomas Mann en Muerte en Venecia, pero nadie condensa esa contradicción como Miguel D´ors en los versos de un poema dedicado a otro artista inmolado, Charlie Parker: «el indecible / esplendor de la rosa / y el estiércol». De eso trata El Jinete de la Tormenta y eso es lo que está en juego con su protagonista, Ricardo Espaldier, autor de best‒sellers al nivel de J.K. Rowling y creador del personaje de Eduard Crusat, una suerte de James Bond a la española, y equiparable a personajes tan emblemáticos como Sherlock Holmes, Hércules Poirot o Dorian Grey.
Así entendemos los diferentes juegos de identidades del personaje, como si fuera una matrioshka: Ricardo Espaldier, que a menudo es identificado con el propio Eduard Crusat, en realidad es el seudónimo de Esteban Buonote ‒casi dan ganas de meter a Darío Lozano en la ecuación para complicarla todavía más‒. Este juego de espejos parte de lo que podría considerarse casi un animal legendario, un escritor isla, como Salinger o Thomas Pynchon, auténticos enigmas con patas que nos permiten casi moldearlos a gusto de nuestra imaginación ‒en realidad, en la mayor parte de las veces ser escritor también implica desarrollar las dotes sociales‒. Lo curioso es que se haya tomado como modelo, al menos físicamente, a un escritor que era de todo menos misántropo, Julio Cortázar.
Para poder desvelar ese misterio, cosa que se irá haciendo progresivamente a lo largo de la novela, se utiliza un segundo personaje espejo, Víctor, que hará las veces de narrador de la historia. Las vidas de ambos personajes se pondrán frente a frente, casi podría decirse que sobre los platillos de una balanza. Víctor es el típico groupie que adora ‒y en cierto modo envidia‒ a su ídolo, y que por supuesto no sabe que este tiene los pies de barro. Sueña con ser Ricardo Espaldier, que no Esteban Buonote, con la misma intensidad con que Esteban Buonote envidia a Víctor. Porque tras la «rosa» de Eduard Crusat encontramos el «estiércol» de Esteban Buonote. No por casualidad los encuentros entre Esteban y Víctor se producen todos de noche, momento del día en que las normas sociales y la moral se transgrede, y no por casualidad Esteban firma en cada uno de esos encuentros con el nombre real de algún superhéroe ‒el guiño a los cómics es una delicia constante‒. Ese escritor cuyas novelas te gustan tanto, que parece disfrutar de las mieles del éxito y del dinero y cuya vida envidias a más no poder no es un superhéreoe, es una persona de carne y hueso, con sus defectos y sus miserias, tal vez con más defectos y más miserias que las que tú jamás sueñes con tener, parece que nos dice Darío Lozano.
Parodia implica una imitación burlesca, y de esta hay muchas. No podía faltar a la fiesta uno de los personajes escritores paródicos por excelencia: Ignatius J. Reilly. La conjura de los necios está muy presente, sobre todo en la primera parte. Aunque más que partes habría que hablar de capas, como si fuera una cebolla. El Jinete de la Tormenta va desvelando poco a poco, con una dosificación de la información muy medida, la verdad que hay detrás de los personajes. Pasamos del humor que producen unos personajes excéntricos, casi podríamos decir que unos guiñapos o unos esperpentos deshumanizados, a un descenso a los infiernos del alcohol, de las drogas, de los maltratos y de los abusos sexuales infantiles. De otra forma no podríamos entender por qué el estiércol es estiércol. Solo así conseguimos humanizar a los personajes, compadecernos de ellos, pasar de lleno de lo hiperbólico y socarrón a la entrega complaciente a la catarsis. Una montaña rusa que amenaza con desmoronarse si no está bien construida. Pero El Jinete de la Tormenta lo está.
¿Cómo no pasar, si quiera de puntillas, por el tema metaliterario? Al fin y al cabo, la novela de Darío Lozano está protagonizada por un escritor y ya sabemos a qué atenernos cuando esto pasa. Esteban Buonote nos pone cara a cara frente al escritor que llega a detestar ‒e incluso a destruir‒ su propia obra. La novela está llena de reflexiones sobre la buena y la mala literatura, sobre la literatura para unos pocos o para la gran masa, sin que resulte pesado en ningún momento. Asistimos al proceso de creación de un best‒seller, desde su momento inicial de planificación hasta la fase de reescritura. Y, por encima de todo, El Jinete de la Tormenta está lleno de un amor desmedido por los libros, ya sean clásicos o best‒sellers. No importa si unos u otros, lo que predomina es la idea de la literatura como salvación, como antídoto a la locura.
Y, sin embargo, a pesar de todo lo dicho, esta reseña apenas empieza a rascar en la superficie de las poco más de cuatrocientas páginas que tiene El Jinete de la Tormenta. Un debut literario excepcional que demuestra, a las claras, que su autor no viene de nuevas a esto de escribir. Como colofón sí me gustaría dar un último detalle que me ha encantado del libro: es la única novela ‒al menos que yo sepa‒ en la que aparece La piedra de Sísifo. Ahí lo dejo.
Yo ya lo leí y disfruté.
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