De cuando Maya y SAM volvieron a coincidir en el estanque y esta vez tuvieron su primera conversación.
Cuando Maya llegó al estanque para su ratito de paz y meditación de cada jueves vio que en el mismo rincón oscuro estaba el tipo que firmó como SAM el papel hecho una pelota que ella recogió de la papelera. Entonces Maya eligió el banco de al lado del de él para sentarse a meditar.
El árbol del centro del estanque los contemplaba, como sólo saben hacer los árboles, sin juzgar lo bueno y lo malo, sin distinguir estas dos caras complementarias de la misma moneda:
Ella iba vestida de naranja, con una prenda de una sola pieza, y con sandalias gastadas en los pies. Él vestía de negro como la semana anterior, con pantalón vaquero y camiseta de manga corta y visera. Ella se sentó en el banco de piedra, deslizó los pies dejando las sandalias en el suelo y adoptó la postura de meditación cruzando las piernas en el banco, sin apoyar la espalda en el respaldo. Él encendió otro cigarro y abrió una segunda lata de cerveza, aspiró una honda calada, posó la pierna derecha sobre el suelo y puso sobre esa rodilla el tobillo de la izquierda, se apoyó en el respaldo y echó el humo para arriba. A ella le daba el sol en la cara mientras dejaba su mente en blanco, parada, sin reflexiones, más allá aún de la caja de la nada, SAM estaba en la sombra y movía la pierna inquieto, y giraba el bolígrafo sobre los dedos de la mano derecha, dejando consumirse el cigarro en la izquierda.
El árbol del centro del estanque, nuestro árbol, el que todo lo ve y todo lo sabe, veía esas cosas que los perros y los niños pequeños también pueden ver, esas entidades que nos acompañan a todas las personas, como si estuvieran flotando sobre nuestros hombros, ángeles de la guarda y demonios, espíritus obsesores y protectores… Qué más dará el nombre que le pongamos; esa parte superior de nosotros mismos, que nos acompañan para cuidarnos o para destruirnos y en esa destrucción aprender a ser mejores personas. Eso lo veía el árbol, y sobre Maya había sólo un angelito bueno, mientras que rodeando a SAM discutían entre ellos tres energías oscuras que le obligaban a autodestruirse con el tabaco y los cigarros, y lo que es aún peor, con los pensamientos negativos recurrentes minando en su autoestima.
Estrujó la lata de cerveza vacía, y la posó al lado de la anterior, metió dentro la colilla, y encendió otro cigarro, cerró la libreta que tenía entre las manos y la guardó en la mochila, esta vez no tiró ningún folio garabateado con poesías; y abrió otra lata.
El sonido metálico devolvió a Maya de su ensimismamiento, SAM vio que ella abrió los ojos, y le pidió disculpas:
—Perdona que te haya distraído con el click de la lata —le dijo poniendo las palmas de las manos unidas tocando con los pulgares en el medio del pecho, en el timo.
—Ah, no —contestó ella—; no me he dado cuenta siquiera, y creo que ya, —miró el reloj de bambú sin agujas de segundero que tenía en su muñera izquierda— sí, ya sólo quedaban unos segundos para volver.
—¿Volver? —Se interesó SAM.
—Sí, bueno, de una excursión por el astral —Como si él supiera qué era eso…
—El astral —Repitió SAM.
—Por cierto, ¿tú eres SAM, verdad? —Preguntó Maya a bocajarro y sin rodeos.
Él calló, sin entender cómo ella podía conocer su apodo.
—Bueno, no pude evitar la curiosidad y recogí esto el jueves pasado —Maya sacó de un bolsillo interior de su atuendo un papel arrugado y doblado en varias partes. Lo desdobló, y finalmente dijo—: «Te conoceré cuando derribe mis propios muros, y cabalgue más allá de mi castillo».
SAM se ruborizó y agachó la cabeza.
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