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No es casualidad que gran parte de las personas creativas ejercieron su trabajo apoyándose en rutinas, a veces bastante estrambóticas, para potenciar sus habilidades y su productividad. En el libro Daily Rituals de Mason Currey se pueden encontrar una gran cantidad de ejemplos de rituales que realizaban pintores, escritores, músicos y cineastas famosos para potenciar su creatividad y encontrar a sus musas. Desde amuletos de la suerte, pasando por comer alimentos especiales o realizar largas caminatas, cada artista o persona creativa tiene su propia forma de potenciar su creatividad y automotivarse.
Samuel Johnson puso ya en duda esta creencia, afirmando que «un hombre puede escribir en cualquier momento, si se empeña tenazmente en hacerlo». De la misma manera, Bukowski consideraba que el aire, la luz, el tiempo y el espacio no tienen nada que ver con el ejercicio de la escritura. Y, sin embargo, eso no quita para que algunos de los más grandes escritores de la historia cumplieran más o menos a rajatabla algunos rituales creativos.
En su libro de 1994 The Library of Writing, el psicólogo cognitivo Ronald T. Kellogg afirma que hay estrategias que pueden ser psicológica y cognitivamente fructíferas después de explorar cómo los horarios de trabajo, los rituales y los entornos de escritura afectan la cantidad y calidad del tiempo invertido en tratar de escribir algo y en cómo ese tiempo puede convertirse en aburrimiento, en ansiedad o en creatividad. Dice Kellogg: «[Hay] evidencia de que los entornos, los horarios y los rituales reestructuran el proceso de escritura y amplifican el rendimiento… […] La habitación, la hora del día o el ritual seleccionado para el trabajo pueden permitir o incluso inducir una concentración intensa o un estado de motivación o de emoción favorable. […] Cada uno de estos aspectos del método puede desencadenar la recuperación de ideas, hechos, planes y otros conocimientos relevantes asociados con el lugar, el tiempo o el estado de ánimo seleccionados por el escritor para el trabajo».
Uno de los aspectos que analiza Kellogg es el ruido de fondo. De forma general parece que cuando supera los 95 decibelios interrumpe el rendimiento en tareas complejas pero lo mejora en tareas simples y aburridas. El ruido tiende a elevar el nivel de excitación, lo que puede ser útil cuando se quiere mantenerse alerta durante un trabajo monótono, pero puede dificultar la creatividad cuando se hace un trabajo que requiera pensamiento reflexivo. Del mismo modo, hay una correlación entre el nivel de habilidad y la dificultad de la tarea, de forma que cuando el primero está por debajo del segundo, el ruido es todavía más molesto. Según Kellogg los escritores a los que más molestan los entornos ruidosos son los más afectados por la epidemia moderna de ansiedad. Ejemplos son Proust y Carlyle, que buscaron espacios que estaba completamente aislados de cualquier ruido. En el extremo opuesto tenemos a Allen Ginsberg, que era conocido por poder escribir en cualquier lugar, desde cafeterías y bares hasta parques, pasando por autobuses, trenes o aviones. Lo que importa, señala Kellogg, son las necesidades altamente subjetivas de cada escritor para generar la creatividad. «Para algunos escritores, el goteo de un grifo puede ser más perturbador que el bullicio de un café en el corazón de una ciudad», dice.
El entorno físico, por supuesto, también desempeñan un papel en el mantenimiento de la creatividad y de la productividad, como demuestra el hecho de que se haya incorporado como un elemento fundamental de las rutinas creativas de muchos escritores. En líneas generales parece cumplirse la afirmación de Faulkner que dijo que «el único entorno que el artista necesita es la paz, la soledad y el placer que pueda obtener a un costo no demasiado alto». En efecto, los espacios de trabajo de los escritores tienden a involucrar soledad y silencio, aunque cuanto más jóvenes son los escritores más tolerancia o necesidad tienen de espacios bulliciosos. El espacio no es tanto un rito supersticioso, que también, como una señal que induce al comportamiento creativo. Por ejemplo, si el dormitorio se utiliza como un espacio dedicado exclusivamente al sueño, el cerebro entenderá que ir a la cama es una señal para entrar en modo reposo. «La diversidad de ambientes elegida por los escritores», afirma Kellog, «sugiere la flexibilidad del pensamiento humano».
Kellogg cita una propuesta del psicólogo Bob Boice para luchar contra el bloqueo de escritor. Se debe crear un espacio únicamente concebido para pensar y escribir, evitando cualquier otro tipo de actividad. Este espacio quedaría asociado con el hábito de la escritura y puede servir como señal para ponerlo en marcha. Boice insiste en prohibir revistas, libros y otros materiales de lectura no esenciales, minimizar o eliminar las interacciones sociales e incluso retrasar la limpieza del lugar siempre que no se haya completado una sesión de escritura. Por supuesto que esta propuesta se hace una década antes de que existieran los teléfonos modernos, Internet y las redes sociales ‒bastaría con eliminar todo esto del entorno de trabajo‒.
Otro aspecto que tiene en cuenta Kellog son los horarios y la cantidad de tiempo que se le dedica a las sesiones de escritura. El psicólogo señala varios estudios que indican que lo más producente es trabajar en bloques de entre una y tres horas, con descansos antes de volver a reanudar el trabajo. También cita un estudio de 1985 que demostró que el rendimiento en tareas intelectuales alcanza su punto máximo durante las horas de la mañana, mientras que las tareas perceptuales y motoras funcionan mejor por la tarde o la noche. Así lo confirmó Hemingway en una entrevista de 1958: «Cuando estoy trabajando en un libro o una historia, escribo todas las mañanas tan pronto como sea posible después de la primera luz». Por eso también son muy importantes los hábitos de sueño entre los escritores.
Ahora bien, hay que tener en cuenta que todas estas rutinas solo sirven para potenciar el flujo creativo y la productividad. No hay ningún truco que garantice escribir una gran novela o ganar un premio. Lo único que garantiza el éxito, en última instancia, es escribir y escribir hasta que te duelan los dedos.
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