El señor Gro y la hija de la viuda Stern de Javier Ramos

El mercado editorial es feroz y ni siquiera haber ganado un premio, más allá de los tres o cuatro grandes, es garantía de visibilidad para un libro. Ejemplo de ello sería el injustamente poco conocido El señor Gro y la hija de la viuda Stern de Javier Ramos, que se hizo con con el IV Premio Internacional de Narrativa «Novelas ejemplares», convocado por la Facultad de Letras de la Universidad de Castilla-La Mancha y la editorial Verbum. En este caso concreto quizá pueda deberse al hecho de que cuando visitas la sección de novedades de muchas librerías te encuentras con una versión libresca de la Guerra de los Clones ‒entendiendo que cada libro lucha con los demás por acaparar la atención de los lectores‒ y la novelita de Javier Ramos, en escasas setenta páginas, es completamente distinta a lo que se suele encontrar en esos escaparates.

De la misma manera, tampoco puede ser esta una reseña al uso. En una reseña normal uno espera que se hable primero del contenido ‒trama, personajes, trasfondo ideológico, referencias literarias, simbologías, etc.‒ y a continuación, si acaso merece la pena mencionarlo, del estilo. Con El señor Gro y la hija de la viuda Stern es imposible seguir este orden, ya sea porque el estilo tiene tanto protagonismo como el contenido o porque sean dos aspectos de la novela tan inseparables que es imposible hablar de uno obviando el otro. En efecto, El señor Gro y la hija de la viuda Stern es la manera en la que está escrita, además de la historia que cuenta, algo que ya intuimos desde el propio título.

Decir que el libro mezcla narrativa y poesía es quedarse corto. Más bien es una especie de experimento literario en el que se juega a confundir las fronteras entre ambos géneros. No experimento, por supuesto, en el sentido de tanteo o de obra inacabada, porque el relato no puede estar más terminado. Es como si cogiéramos el funcionamiento de la poesía y tratáramos de aplicarlo a una novela: la sonoridad ‒basta con leer en voz alta‒, el poder sugestivo de sus palabras, elegidas con exactitud y precisión de orfebre, la capacidad de síntesis ‒de ahí la brevedad del libro‒, la habilidad para crear una atmósfera sensitiva, llena de simbologías ricas y complejas. Leer El señor Gro y la hija de la viuda Stern es una experiencia cercana a la lectura de un poema en prosa, sin dejar de ser una novela.

Javier Ramos ha hecho con absoluta maestría una revisión actualizada del realismo mágico, esa corriente literaria que ya en su día se encargó de cuestionar los límites con la lírica. La lógica de la realidad se subvierte y el mundo de ficción crea sus propias normas, en donde todo es posible, desde que alguien se alimente con la tinta y las páginas de un libro, hasta que una isla flotante germine de una semilla en mitad del mar o que de un rosal florezcan un cuchillo o unas tijeras. Lo fantástico e irreal se vuelve verosímil dentro del relato porque los personajes acaban viéndolo como parte de lo cotidiano. Como el realismo mágico tradicional, se otorga a la literatura el poder de crear mitos, aunque El señor Gro y la hija de la viuda Stern da un paso más, escondiendo una intrincada simbología detrás de cada metáfora. Explicar cada una de ellas, por qué ocurre lo que ocurre, no es menos enriquecedor que hacerlo en un poema, lo que abre la novela a infinidad de lecturas y de interpretaciones.

Por encima de todo ello, El señor Gro y la hija de la viuda Stern habla sobre la soledad. La novela está estructurada en tres partes, en una especie de tesis, antítesis y síntesis. Las dos primeras partes se centran en cada uno de los personajes que dan título al libro: en el señor Gro y en la hija de la viuda de Stern. Opuestos, sí, porque uno representa la vejez y otra la infancia, pero más similares de lo que cabría esperar. La tercera parte implica la reunión de ambos, la síntesis, el descubrimiento de esas semejanzas. Y frente a ellos, el mundo, que tiende a castigar y a apartar a los que son diferentes. Al pensar en el señor Gro y en la hija de la viuda de Stern uno siente esa nostalgia melancólica que producen los elfos que se echan al mar en El Señor de los Anillos. El jurado que otorgó el premio a Javier Ramos emparentó la novela con El Principito, supuestamente por su lírica inocente. No sé si El señor Gro y la hija de la viuda Stern sea una historia inocente, pero desde luego sí hay mucho de El Principito en el libro, porque ambas historias están llenas de lirismo y porque también hay una rosa que tiene un papel fundamental en la trama pero sobre todo porque El Principito también habla de las relaciones humanas y de la soledad.

Después de lo dicho, una reseña al uso debería acabar necesariamente con la recomendación de darle una oportunidad al libro. Tal vez sea el momento de volver a ser clásicos. De vez en cuando un lector tiene que asumir riesgos leyendo libros que se salgan de su zona de confort. No hacerlo puede suponer perder la oportunidad de descubrir grandes libros que podrían encantarnos. Leer El señor Gro y la hija de la viuda Stern es salir de esa zona de confort, es leer algo muy diferente y tal vez sea descubrir un gran libro.

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