Cuando nos enamoramos solemos perder el apetito, como si estuviésemos llenos y no tuviéramos la necesidad de alimentarnos. El pulso se nos acelera y comenzamos a sentir cierto cosquilleo en el estómago. Ya lo decía Freud: «Las dos necesidades básicas del ser humano son el hambre y el amor». Coloquialmente a dicha sensación se conoce con la expresión de tener mariposas en el estómago y es porque segregamos adrenalina y cortisol, dos sustancias que «paralizan» los músculos gástricos para poder centrar toda la energía en otras zonas del cuerpo.
Pero todo comienza mucho antes, dicha relación se inicia con el nacimiento y la relación con la madre, así como con su primer alimento. El alimento y el amor van estrechamente unidos en los primeros días de vida del niño, ya que necesita alimentarse pero también requiere del amparo y del calor de la madre, siendo el pecho el vínculo que los une durante los primeros días de vida. Constituyendo una forma muy importante la manera en que la madre ofrece el alimento al niño, estableciendo un vínculo invisible que los conectará de por vida.
No todo es amor, pues el sufrimiento y el dolor también se trasmiten en esos instantes primarios, igual que la soledad, la tristeza, el gozo o la satisfacción. Ya que cuando la madre brinda alguna emoción, consciente o inconsciente, también trasmite dichas impresiones en la mente del niño, siendo aquí donde nace una parte importante del inconsciente, en ese sencillo acto de los primeros meses y que luego marcará la vida futura del recién nacido.
Por lo que llegamos a la deducción de que la asociación del alimento y el amor van enlazados, siendo de ahí donde surgirá el equilibrio, la voracidad o el rechazo.
Si nos encontramos vencidos o hundidos intentaremos paliar la falta de confianza y amor comiendo a destajo. Signo inequívoco de la bulimia es cuando se intenta llenar ese agujero o vacío que se siente y que no es más que una falta de amor con uno mismo.
Por lo tanto es deducible que amor y alimento se entremezclen en el principio de nuestra existencia. Entendiendo que tras la bulimia esconde siempre la necesidad patológica de alguien, ya sea madre o amante.
Cuando un bebé llora, la mayoría de las veces tendemos a callar ese llanto introduciéndole algo en la boca que puede ser agua, leche o el chupete. Al mismo tiempo que recibe caricias, abrazos y palabras de consuelo. Este mensaje queda grabado en nuestra mente, y cuando de adultos padecemos conflictos que nos superan; evocamos inconscientemente aquella seguridad y confort que percibíamos a través de la boca, recurriendo a ello de forma enfermiza.
La anorexia es todo lo contrario de la bulimia, impidiendo un control en la forma de organizar nuestra vida, siendo su principal componente la obsesión y una necesidad exagerada de control. De ahí deriva el extracto compulsivo de algunos pacientes.
Sin embargo en una amplia mayoría suele comenzar en la pubertad y la obsesión por el peso. Tambien se ha observado la relación que procede entre un estrecho control familiar y la incapacidad del paciente por salir de esta estricta intervención, siendo el vómito metáfora de un sentimiento de rabia que no encuentra otro modo de expresarse.
Pero volvamos al principio, al amor en sí.
«El sonido de las ollas, al chocar unas con otras, el olor de las almendras dorándose en el comal, la melodiosa voz de tita, que cantaba mientras cocinaba, habían despertado su instinto sexual. Y así como los amantes saben que se aproxima el momento de una relación íntima, ante la cercanía, el olor del ser amado, o de las caricias recíprocas en un previo juego amoroso, así estos sonidos y olores, sobre todo el ajonjolí dorado, le anunciaba a Pedro la proximidad de un verdadero placer culinario».
De esta manera tan extraordinaria describe la relación entre comida y deseo Laura Esquivel en su novela Como agua para chocolate.
Si no se es capaz de saciar el hambre nuestro cuerpo muere, así de fácil y si no se puede amar, el deseo de vivir desaparece y la tristeza nos invade.
Alimento y afecto se entremezclan desde el principio de nuestra existencia. El hambre se compensa con el alimento y el amor se satisface amando, tan sencillo como la vida misma.
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