Roma (Alfonso Cuarón): El binomio entre espacio y contemplación


Las películas costumbristas se basan en la premisa de enaltecer las situaciones de la vida cotidiana, hablan sobre el modus vivendi de cualquier comunidad o núcleo social en una época y lugar determinados.

Roma va más allá, pues es una invitación al espectador para recorrer la memoria de su director Alfonso Cuarón (Gravity 2013), quien tiende la mano para mirar un México que ya no existe, que dejó de ser, pero que vive en sus recuerdos y en el de muchos que, como él, tuvieron la fortuna de vivir una niñez similar.

La película narra la vida de Cleo, quien trabaja como sirvienta en la casa de una familia de clase media en el México de los años setenta. Cleo como cualquier persona experimentará el amor y la decepción. Ella es considerada como de la familia y juntos, precisamente como familia deberán enfrentar la tragedia que viene.

La forma de la película está llena de elementos de dónde echar mano. El diseño de producción es lo que más luce a primera vista, pues, con elementos que el mismo director recuperó de la casa donde pasó su infancia, es recreada la atmósfera “setentera” dentro de ella.

Pero Cuarón crea una relación espacial entre el interior de la casa y el exterior. Las locaciones fuera no demeritan, al contrario ya que muestran de forma magistral una ciudad de México que sólo vive en el recuerdo de muchos.

La fotografía, herencia de Lubezki, tiene una composición medida y estudiada de forma tal que embellece cada secuencia. Perspectiva y composición lucen en los encuadres. Los movimientos de cámara apoyan la visión del director y sirven para familiarizar al espectador con los ambientes, con la casa, con las calles, con la ciudad de antaño.

Curiosamente no utiliza plano secuencias como en sus otras películas, en su lugar, se refugia en los paneos que ayudan mucho con la narrativa y el planteamiento de situaciones. Existen varios travellings que enfatizan situaciones como felicidad, angustia, o miedo, unos a la derecha otros a la izquierda.  Basta con ver la secuencia del mar para comprobarlo.

El color en sus planos es ausente pero no por ello deja de ser preciosista, las luces y sombras, el matiz, el tono plateado de la imagen le lleva a embellecer muchas secuencias con el solo juego de luz y sombra, dando texturas, como en el campo, el bosque, el incendio.

El sonido es bueno, pero seguramente se podría haber aventurado más en los niveles de audio que se antojan más elevados, pero tal vez, como la película significa un recuerdo, un sueño, un extracto de memoria pudo dejar esa sordidez en algunas secuencias (eso, o algunas salas no dan el ancho en sonido).

Las actuaciones tienen sus peculiaridades, el caso de Yalitza Aparicio representa aquella musa que todo director vive buscando y que le permite crear su obra maestra. Cuarón encontró la suya. Si se toma en cuenta que la joven es una maestra  rural y que nunca antes había actuado. El mérito viene por sí solo.

El fondo de Roma va más allá de una película bien hecha técnicamente. La narrativa visual ofrece una mirada al clasismo en México, herencia de las décadas precedentes. No sólo es una nostálgica película costumbrista sino una crítica hacia la situación de las personas indígenas que, desde siempre, han tratado de sobrevivir de la marginación en una realidad que les imponen las grandes orbes.

Es interesante como el director monta una puesta en escena con panorámicas, angulaciones y movimientos lentos, que dan sensación de distancia en el espacio cinematográfico. De contemplación, por que en sus planos el espectador se pierde, mira y crea la narración al tiempo que pone en juego una triada, el montaje, la cámara y la contemplación del espectador para crear significados.

Agrada mucho la manera en que Cuarón hace partícipe al espectador para, de un lado, dejarlo ajeno, impotente ante lo que observa y, del otro, darle libertad para elegir con su mirada partes del plano, contribuyendo a la creación. Tal como escribió Pasolini (Le cinéma de poésie 1976): “Sentimos” la cámara o, de manera más abstracta, sentimos una distancia que organiza lo visible, lo confronta, lo interpreta (al modo de un músico), se manifiesta en él y enteramente por él.

La nitidez con que Roma se filma, la relación de aspecto, los movimientos y el blanco y negro, logran una profundidad de campo que hacen de Roma un verdadero viaje al pasado, en primera fila y en alta resolución.

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