Dibujo a tinta de Bernhardt como Hamlet, de Reginal Cleaver.

Sarah Bernhardt es una de las actrices francesas más conocidas del siglo XIX. Admirada y querida por Victor Hugo y el dramaturgo Edmond Rostand, el primero elogió su «voz dorada» y el segundo la llamó «la reina de la pose y la princesa del gesto». Mark Twain, por su parte, comentó que había «cinco tipos de actrices: malas, bellas, buenas, grandes, y luego está Sarah Bernhardt». Para Hannah Manktelow, en cambio, Bernhardt supo alimentar su propio mito, cultivando «su imagen como una misteriosa y exótica forastera». Pedía, por ejemplo, dormir en un ataúd y ella misma alimentaba los rumores acerca de su comportamiento excéntrico.

Pero su fama mundial no se debía únicamente a su excentricidad. Bernhardt tuvo la valentía de asumir riesgos dramáticos a que la mayoría de las actrices de su época nunca se atrevieron. Uno de los más notables fue la interpretación del personaje de Hamlet en 1899, cuando tenía 55 años, en una adaptación francesa de la obra de Shakespeare. Además, se arriesgó a representar el papel en Londres y en el Shakespeare Memorial Theatre en Stratford. También fue la primera mujer que representó el papel de Hamlet en una película.

Postal de 1899 con Bernhardt como Hamlet, posando con la calavera regalada por Victor Hugo.

La crítica se dividió ante la actuación de Bernhardt. La actriz y escritora Elizabeth Robins elogió su «increíble habilidad» para interpretar a «un joven enérgico… con impetuosidad, y una juventud casi infantil». Y eso que empezó su crítica afirmando que «para una mujer interpretar a un hombre es, sin duda, una tremenda desventaja». Eso sí, no todo fueron buenas palabras. Sobre la manera en la que Bernhardt manejó el cráneo de Yorick ‒que por cierto, era un cráneo real, regalado a la actriz por Victor Hugo‒, Robins escribió: «estoy seguro de que madame Bernhardt trata a su perro faldero con más consideración». Sin embargo, en el extremo opuesto, el ensayista y misógino inglés Max Beerbohm, del que se decía que había vendido su alma al diablo a cambio de triunfar como escritor y que había negado a las mujeres el poder de hacer arte, escribió que «el poder de concebir ideas y ejecutarlas es un atributo de la virilidad; a las mujeres se les niega, y en la medida en que practican el arte están imitando a la virilidad […] Nunca se entiende tan bien el fracaso de las mujeres en el arte como cuando se las ve suplantando deliberadamente a los hombres en el escenario».

Lo llamativo es que tanto Robins como Beerbohm parecen más preocupados por el hecho de que una mujer interprete un papel masculino que por la propia actuación en sí. Lo curioso es que ambos críticos pasen por alto el hecho de que durante mucho tiempo los personajes femeninos de Shakespeare fueron interpretados por hombres.

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