Una parábola atribuida a Rumi, sufí persa del s. XIII, cuenta cómo seis sabios ciegos hindúes quisieron saber cómo era un elefante mediante el tacto, cómo cada uno de ellos tocó una parte diferente del elefante y cómo todos llegaron a conclusiones distintas de cómo es el animal. Tal vez si todos hubieran intentado conciliar sus puntos de vista podrían haber dado una descripción mucho más acorde con la realidad, que siempre es más compleja de lo los seres humanos pueden concebir de uno en uno. Y esta antigua parábola, que simplificaba el mundo en seis puntos de vista, es generosa para lo que suele hacerse hoy en día. En 1962 el antropólogo estructuralista Claude Lévi-Strauss publicó El pensamiento salvaje, donde defendía la idea de que la cultura puede reducirse y analizarse en oposiciones binarias.
Si cualquier campo de la cultura se presta al reduccionismo de las oposiciones binarias, el de la política es un terreno especialmente abonado para ello. «Ricos» y «pobres», «izquierdas» y «derechas», «radicales» y «conservadores» y, en definitiva, «nosotros» y «los otros» o, lo que viene a ser lo mismo, «buenos» y «malos», son conceptos que se repiten de forma recurrente a lo largo de la historia. Poco importa que sea evidente que esta simplificación difícilmente pueda corresponderse con la realidad, porque en este tipo de cuestiones la emoción tira mucho más que la razón. Aunque existen algunas maneras de ampliar miras y reconocer que no todo en política se puede reducir a dos polos. Una de ellas, cómo no, es leer.
De eso precisamente trata Las tres caras de la moneda de Jordi Belda Valls. De política y de los peligros que supone reducir el mundo a blanco y negro. Ya desde su paradójico título puede comprobarse cómo se intenta romper con ese esquema binario, la cara o la cruz de una moneda, para introducir una tercera alternativa. Esa triple alternativa se traslada a tres puntos de vista, tres personajes, que a pesar de vivir en el mismo momento tienen una visión completamente diferente sobre la realidad. El primero de ellos es un muchacho de una familia adinerada, los Ávid, que se mueve en las altas esferas políticas de un país ficticio, Dreamerland, que prácticamente presencia cómo su padre, que es presidente del gobierno, es asesinado víctima de un atentado; a partir de ese momento el joven le sucederá en el poder, con la ayuda de su tío, intentando renovar la esencia del partido con su optimismo y una cierta inocencia. La segunda cara de la moneda corresponde al de un chico huérfano que se ha criado en un país subdesarrollado, el Desierto Naranja, cuya forma de gobierno es una dictadura, y que ha crecido presenciando toda clase de injusticias; cuando crece decidirá encabezar una revuelta contra el dictador para que su país pueda convertirse al fin en una democracia libre. El último punto de vista es el de una joven periodista de izquierdas, que poco a poco va ganando influencia en Dreamerland y que acaba tomando una determinación que cambiará para siempre su vida: sacrificarlo todo en pos de sus ideales y luchar codo con codo junto aquellos que más lo necesitan.
Como puede verse, el planteamiento parte de la tríada dialéctica hegeliana de tesis, antítesis y síntesis, que Marx demostró que podían aplicarse a la política con el materialismo histórico. Los dos primeros puntos de vista serían las dos caras opuestas de la moneda, el blanco y el negro, el que ha nacido teniéndolo absolutamente todo y el que no ha tenido nada. El tercer punto de vista es la síntesis de ambos, el personaje que ha estado en las dos caras de la moneda, lo que hace que sea posiblemente el más interesante. Se trata de una mujer que ha nacido en una sociedad acomodada, que ha logrado llegar a todavía más alto dentro del estatus social, y que decide abandonarlo todo por coherencia con sus valores, retrocediendo hasta lo más bajo. Una visión quizá un tanto extrema, pero que es compartida en Occidente, al menos de forma más moderada, por una buena parte del intelectualismo de izquierdas ‒digo más moderada porque no hay muchos intelectuales que decidan abandonarlo todo para trasladarse a zonas conflictivas y participar de forma activa en esas luchas‒.
La narración integra perfectamente los tres puntos de vista: cada personaje se va alternando en capítulos independientes que al final acaban confluyendo ‒con sorpresa incluida‒. Jordi Belda Valls logra algo tremendamente complicado pero al mismo tiempo necesario para que la novela cumpla con su objetivo y es que empaticemos con los tres personajes. Ponerse en el punto de vista de cada uno era algo fundamental para romper la dicotomía de blanco y negro y reconciliar extremos. Quizá lo más complicado en ese sentido era ponerse en la piel del muchacho que se convierte en presidente de un país democrático, que es algo que admite infinidad de claroscuros, porque adoptar la perspectiva de un personaje que forma parte de una sociedad oprimida y que lucha por conseguir su libertad es algo que parece mucho más fácil. En el caso del joven Ávid la manera de conseguirlo era construir un personaje honesto, honrado, altruista, generoso y con un punto de inocencia; sin embargo, un personaje así difícilmente es creíble a la cabeza de una superpotencia, así que el autor ha creado un contrapunto, su tío, un personaje mucho más oscuro e insidioso, que maneja los hilos en la sombra. Comprobamos así que incluso cuando se trata de una misma cara de la moneda la realidad vuelve a ser mucho más compleja y llena de luces y de sombras.
Eso sí, la historia no es completamente aséptica. Sí que hay un posicionamiento en favor de la democracia y contra las injusticias, que es en definitiva lo que persiguen los tres protagonistas, cada uno desde su mundo. Pero aparte de eso, cada lector puede llegar a sus propias conclusiones. Aunque Las tres caras de la moneda sea una novela política, llena de ideología, en lugar de posicionarse en uno u otro bando muestra los complejos mecanismos que hay detrás del entramado político ‒por ejemplo, cuando un gobierno toma una decisión que aparentemente perjudica a una parte de la población‒. Como relato es una descripción bastante certera de nuestra sociedad. Muy necesaria para romper con la maniqueísmo por el que nos dejamos llevar tan a menudo, desde el corazón, cuando tratamos estas cuestiones. Literatura para abrir nuestro punto de vista. ¿Qué más puede pedirse?
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