Antes de seguir con la serie de textos que titulé «En el estanque de las flores de loto», he necesitado pararme a hacer un índice y terminar de colorear los capítulos anteriores, para así saber por dónde iba y seguir desde allí. Quizá no tenga mucho sentido compartir esta idea de escribir un relato a partir de un dibujo geométrico… Tal vez cuando lo termine de escribir sea ‘más vendible’ eliminar todos los textos explicativos de por qué los personajes van interactuando entre ellos de una manera orquestada; tal vez. Pero como no tengo intención de venderlo, eso me da un poquito igual.

Por eso, ahora mismo quiero justo lo contrario, compartir el proceso de narración de la historia tal y como la voy pensando. Así que vuelvo a insistir con el dibujo de la flor de la vida; esta vez habiendo añadido los nombres de los personajes en el centro de los círculos, y a continuación he preparado un índice de lo que va hasta ahora, por si alguno que no ha leído los anteriores episodios se quiere reenganchar desde aquí. Las interrogaciones son de los personajes en los que aún no he pensado, y que de momento están esperando a ser creados por la imaginación para meterse en la historia cuando les toque.
En el estanque de las flores de loto, ÍNDICE (hasta ahora):

Dejar los zapatos y el ruido de la calle en la puerta de casa

Cuando Maya llegó al estanque tras las clases de empatía que impartía los jueves en la ciudad vio que una señora vestida de monja estaba fotografiando los patos que chapoteaban por allí. Se acercó a ella y también dejó sus zapatos al lado del banco de ladrillos para acercarse a la otra monja pisando la hierba con los pies descalzos hasta el extremo del estanque.

—¿Puedo? —le dijo Maya señalando al lado de donde Ruth estaba sentada con los pies metidos en el agua.

—Claro —le contestó ella al verla de pie a su lado.

—Te he visto alguna vez por aquí —empezó a hablar Maya, a la vez que metía los pies en el agua.

—Sí, hemos coincidido algunos jueves, que es cuando voy a ayudar con la cena en el comedor social y paso por aquí a rezar un ratito —contestó Ruth con una sonrisa.

—Ah —sonrió también Maya asintiendo con la cabeza—. Yo vengo de dar una clase a los niños del colegio —señaló la dirección del mismo—, y me gusta para aquí a meditar unos minutos antes de ir a dar otra charla al centro budista —esta vez señaló en dirección contraria—; a los mayores, que son más duros de mollera que los niños.

—Sí, !los niños son tan listos! —rieron las dos con una carcajada—. ¿Y hoy de qué les vas a hablar a los niños grandes? —se interesó Ruth.

—De los zapatos —contestó estirando las dos piernas para sacar los pies del agua—; de lo importante que es dejar el ruido de la calle en la entrada al llegar a casa.

—¿Como cuando se entra a una iglesia y de repente todo el estruendo de la calle se queda al otro lado de la gran puerta?

—Exactamente: nuestra casa es el santuario donde podemos encontrar refugio y abrazo, comida y amor; y no podemos meter el polvo de la calle con los zapatos —Maya se sacudió el cuerpo con las manos, como quitándose el polvo.

—¿Crees que los adultos van a entender que es una metáfora sobre serenar la mente para poder auto-observarse como si fueran un espectador imparcial? —preguntó Ruth pensando en ello y cogiendo la cámara al paso de la mamá pata con 4 patitos tras ella flotando como barquitos de papel.

—No lo sé, pero espero que sí; los niños —señaló con el dedo gordo hacia atrás en la dirección de antes—, me han entendido a la primera.

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