Por consejo de un amigo me puse en contacto con Laura Ponce. ¿Quién es ella? La directora y fundadora de la revista Próxima, una de las pocas publicaciones especializadas en ciencia ficción en la Argentina, que sigue la tradición de El Péndulo y Más allá. Dentro de poco la revista cumplirá diez años y para festejarlo se prepara el lanzamiento de una asombrosa antología de cuentos. Una selección de los mejores relatos creados por selectos escritores que han decidido trabajar un género que, como el terror y la fantasía, siempre ha sido despreciado por la elite literaria.

Conocí a Laura asistiendo a una de las célebres tertulias de ciencia ficción que se realizan en el histórico Bar 36 Billares el primer sábado de cada mes. Allí suelen asistir, escritores, lectores y amantes del género. Es un ambiente de lo más cálido. A diferencia de otros géneros o de la literatura de elite, los amantes de la ciencia ficción, el terror y la fantasía son increíblemente amables y simpáticos. En este tipo de ambientes es raro percibir esa tensión y envidia que caracteriza al mundo literario. Quizás esto es debido a que el género siempre ha sido un paria entre sus congéneres. Por este motivo es que los apasionados por esta literatura adoptan una posición de solidaridad entre ellos.

Eso yo ya lo sabía desde pequeño, cuando con mis amigos del colegio nos juntábamos a charlar sobre las películas y libros relacionados con la ficción especulativa. El verosímil es lo que diferencia a este género de otras ficciones. No importa si la explicación es más fantástica o implica un esclarecimiento científico, se trata de imaginar mundos posibles.

El estigma del género siempre ha existido y aún se mantiene. Harlan Ellison se quejaba de que cada vez que un autor de ficción especulativa era aceptado por las elites literarias, sus obras dejaban de pertenecer al género, como si hubiesen alcanzado un nivel “superior”. Tal es el caso de autores como Ray Bradbury, Aldoux Huxley, George Orwell o, recientemente, Philip Dick. Siempre lo popular es despreciado por quién opera bajo una lógica elitista.

Pero volviendo a mi participación en la tertulia, debo decir con honestidad que fue una experiencia de lo más positiva. Me la pasé hablando de autores clásicos, de películas y de series. Hasta descubrí autores hispanoparlantes que vienen trabajando la ciencia ficción desde hace décadas. Los participantes traían materiales para intercambiar e incluso ejemplares de sus libros más recientes.

Laura Ponce junto al colaborador de La piedra de Sísifo Adrian Des Champs

Por ejemplo, me volví a mi casa con una copia de Los muertos del Riachuelo, pequeña novela escrita por Hernán Domínguez Nimo. Debo decir que disfruté mucho su lectura. Se trata de una desopilante crónica zombi en la cual todos aquellos que murieron como consecuencia de injusticias varias y que terminaron en el célebre rio, tienen la oportunidad, durante una noche de furia climática, de ejecutar sus respectivas venganzas. Parodiando las crónicas periodísticas (género surgido para hacer las noticias más entretenidas), el autor utiliza de forma magistral un estilo gore y crudo, a la vez que hace un uso majestuoso del humor irónico para construir un relato sencillamente jocoso. Con claras críticas, tanto a la  política como al mismo periodismo (que terminó por convertir a la literatura actual en un minimalismo desadjetivado), Domínguez Nimo prueba que la magia de la escritura está en todos lados y solo es necesario la perspicacia de un lector curioso para realizar un hallazgo.

También hablé con Marcelo Huerta, el actual editor de la célebre revista de ciencia ficción Axxon, creada hace 30 años. Cuentan que esta revista digital, en sus comienzos, mucho antes de la popularización de la Internet, se distribuía en disquetes, siempre gratuitamente. Allá, a fines de los años ochenta. La vanguardia en su máxima expresión, sin duda.

La reunión comenzó a las dieciocho horas pero decidí juntarme una hora antes con Laura para entrevistarla y para que me contara su historia. Resultó que teníamos unos conocidos en común: Angélica Caballero y Felipe López, los dueños de la única librería y editorial especializada en ciencia ficción en Bogotá: Mirabilia. Había sido allí donde, en la época en que viví en Colombia, pude conseguir el famoso libro de William Gibson, Neuromante.

Laura Ponce es ante todo una amante del género y su pasión por él la lleva a rendirle un merecido homenaje. Así como lo hizo Marcelo Schapces en su adolescencia durante los años setenta, Laura se dispuso a descubrir y divulgar a los autores del género que ella admira.

Decime cinco películas de ciencia ficción que ames.

Distrito 9, 2001, Odisea en el espacio, Blade Runner, Ghost in the Shell (la de 1995) e Interestelar.

Tres autores argentinos

Carlos Gardini, Marcelo Cohen, Angélica Gorodischer

Tus novelas favoritas

La mano izquierda de la oscuridad de Úrsula Leguin y la Invención de Morel de Adolfo Bioy Casares.

¿Cómo surgió la idea de empezar con la revista?

Trabajando en Axxón, me encontré con una necesidad. Veía que existía material muy valioso pero su llegada al público era limitada y me resultó inaceptable que no lo conociese más gente. Me pregunté cómo llegar a ese otro público. Lo único que se ocurrió fue volver al soporte tradicional, a una revista en papel, algo que pudieras llevar con vos y leer en cualquier lado. No había dispositivos móviles entonces; la lectura digital tenía que ser sí o sí frente al monitor de la computadora y no todo el mundo tenía internet en su casa; a mí me interesaba recuperar la dinámica de lectura y el lugar de estas publicaciones como parte de la cultura popular, como consumo popular. La publicación es un esfuerzo de comunicación. Quería hacer algo que estuviera al alcance, que se pudiera conseguir en puestos de diarios. También pensé en una estética más moderna y con una propuesta atractiva y variada.  La idea era crear una revista que incluyera cuentos como La era de acuario de Carlos Gardini. Ese es mi cuento favorito de mi autor favorito. Yo no quería publicar space ópera ni a Lugones. Me gusta Lugones, pero quería publicar a autores vivos y ciencia ficción moderna. Fue una gran pérdida que Carlos Gardini falleciera tan joven, no solo porque perdí a un amigo sino porque era un escritor extraordinario, posiblemente el mejor escritor de ciencia ficción que hemos tenido.

¿Por qué es importante dar a conocer a estos autores y a sus obras?

Porque su producción es enorme y de una calidad asombrosa. Sería una pena que se perdiera en el tiempo. Es importante hacer los homenajes en vida porque esta gente ha laburado mucho en una soledad infernal. La muerte de Gardini fue muy dolorosa. Para mí, él estaba a la altura de Bioy Casares. Fueron increíbles las cosas que escribió, los premios que ganó. Y vos lo nombrás y no lo conoce nadie. Por eso me emocioné mucho a fines del 2017 cuando le hicieron en la Biblioteca Nacional un merecido homenaje a Angélica Gorodischer.

¿Cómo entraste al mundo de la ciencia ficción y de la escritura?

Vengo de una familia de clase baja, trabajadora. En casa había pocos libros, pero mamá nos alentaba a la lectura. Y sin embargo, aunque escribí desde chica, nunca hice la relación mental entre una cosa y otra, nunca pensé que lo que escribía pudiera terminar convirtiéndose en un libro. En el cuento de Borges “La biblioteca de Babel”, donde convivían todos los libros posibles, el personaje estaba seguro de que esos libros habían sido hechos por dioses porque, comparándolos con los torpes garabatos que él producía, consideraba imposible que fueran obra de seres humanos. Yo me sentía así, tenía la misma distancia conceptual con los autores que leía. A los quince años empecé a trabajar en la biblioteca del colegio y ahí tuve acceso a un nuevo universo, y mi relación con los libros cambió para siempre. Lo primero que leí fue Ficciones, Crónicas marcianas y Ciudad. Ahí no solo supe qué era lo que quería escribir sino también cómo quería escribirlo. Sentí muy claramente que con contar una buena historia no me alcanzaba, también tenía que estar bien escrita. Me vino el amor por la palabra. Y sin embargo seguía sintiendo la misma distancia conceptual, no veía conexión entre escribir y publicar. Bueno, seguí escribiendo y leyendo, y siguió la vida. Entré a la facultad de ingeniera para estudiar sistemas de información, pero duré muy poco; no era lo que había imaginado y además me impacientaba, quería empezar la vida adulta. Estaba de novia, queríamos trabajar, juntar dinero, casarnos. Con mi esposo, Martín Adrián Ramos, nos casamos muy jóvenes, a los diecinueve años. En la siguiente década, nos mudamos, cambiamos de trabajos, estudié para maestro mayor de obra, me matriculé, tuvimos una pequeña empresa constructora hasta el 2001. Nos volvimos a mudar, nos reinventamos y nos dedicamos a otra cosa, y por cinco años tuvimos un negocio de reparto de artículos de limpieza. Después trabajé en un call center y él como guardia de seguridad. Mientras tanto, yo seguía leyendo y escribiendo. Entre los dos armamos una biblioteca enorme. La empezamos con “bolsilibros”, esos libritos baratos que vendían en los puestos de diario, que eran los únicos que podíamos comprar cuando recién nos casamos, y terminamos armando una biblioteca tremenda de la que estoy muy orgullosa. Y un día, accidentalmente, allá por el 2005, descubrí la revista Axxon. Me enteré de pronto que existía toda una comunidad local nucleada en torno a la ciencia ficción, desde hacía veinte años. Imaginate lo que fue eso para mí: saber que había autores de ciencia ficción argentinos. Autores vivos, de mi generación, con los que podía escribirme, incluso juntarme a charlar en un bar. Yo siempre había leído traducciones, no sabía que se pudiera escribir CF en castellano (lo que yo venía haciendo, bien gracias).  Comenzamos a asistir a las tertulias y ahí conocí a Gardini y a muchos los que hoy son mis mejores amigos. Mi mundo se hizo, de golpe, mucho más grande.

¿Cómo apareció Próxima entre tus proyectos? ¿Cómo era el escenario de las publicaciones de ciencia ficción en ese momento?

Con el regreso de la democracia y la primavera cultural, hubo un resurgir de la ciencia ficción en la Argentina. La revista El Péndulo estaba en su tercera época. En su última colección, la de los libritos blancos, Minotauro había empezado a incluir autores argentinos y latinoamericanos como Gorodischer, Gardini, Gimenez y otros. Ya se había formado el CACyF (Círculo Argentino de Ciencia-Ficción y Fantasía) y ese es el escenario en que surgió Axxon, la primera revista digital en habla hispana, y también otras publicaciones como Nuevo Mundo y Cuásar, que salían en papel. Por supuesto, Internet aún no estaba popularizada por lo que Axxon se distribuía en disquetes (siempre fue gratuita). Ahí comenzaron a publicar autores no solo de Argentina sino también de otros países de habla hispana, que no aparecían en ningún otro lugar. Yo la descubrí en el 2005, con casi dos décadas de trayectoria, y en la época en que ya habían aparecido otras publicaciones digitales en España (Alfa Eridani, NGC3660) y Latinoamérica (Velero 25, Tau Zero). Casi enseguida comencé a colaborar con ella y ahí me publicaron mi primer cuento de ciencia ficción; entré en mi propia primavera de producción literaria, escribía más que nunca, y en el 2007 comencé a formar parte de su equipo editorial. Comprendí bastante rápido que, si bien la publicación digital tenía muchas ventajas, también tenía desventajas (esto que te contaba antes respecto al acceso limitado que había en aquel entonces a internet y los dispositivos personales) y empezó a obsesionarme que todos esos autores y ese material extraordinario no fueran más conocidos, que los espacios de circulación fueran pocos y siempre los mismos, donde aumentaba el riesgo de elitismo y endogamia. Empecé a vislumbrar la importancia del género como estructura de pensamiento, como entrenamiento para la prospectiva y el pensamiento crítico, su función social. Y la revista en papel, un objeto con el que se volviera a lo popular, surgió como respuesta natural. Desde lo académico suele haber una mirada despectiva hacia lo popular, se usa la etiqueta como algo vergonzante, cuando es todo lo contrario; tenés que llegar a la gente para producir cambios culturales.

Así fue que en marzo del 2009 saqué el primer número de Próxima, y me propuse que cada tres meses, con cada nuevo número, debía reafirmarse en sus propósitos. Desde entonces, sobre todo, estoy haciendo la revista que yo quiero leer.

Martín, mi esposo, me apoyó muchísimo en el proyecto. Juntos, le pusimos ese nombre que juega con la idea de tiempo, espacio y afectos. Él falleció en el 2012, y la revista también es parte de su legado.

Hay toda una nueva narrativa moderna que está trabajando el género de la ciencia ficción y del terror.

Sí, creo que esto se da porque se está generalizando una hibridación de géneros. Fíjate que Agustina Bazterrica ganó el Premio Clarín con una distopía, Cadáver exquisito.

Sin embargo siempre ha habido un prejuicio hacia el género

Los prejuicios llevan mucho tiempo instalados y tienen una inercia cultural. Tardan mucho en deshacerse. Ocurre con todos los géneros populares. El libro tiene doble valoración: una simbólica y otra de mercado. El valor simbólico está atado a lo culto, a lo académico, a las obras clásicas. Hay una especie de saber culto que choca con lo popular. Es un poco lo que ocurre con el prejuicio contra los best sellers. Es un prejuicio viejo. Hay algo en la publicación del libro que saca a la cultura de ese lugar de privilegio y estatus. Es algo que empezó con la imprenta. La ciencia ficción quedó signada a la época de Pulp norteamericano de los años treinta. Las ediciones eran baratas y fueron un producto que en los Estados Unidos jugó un rol en la alfabetización de los inmigrantes por lo que enseguida se asoció a lo popular. En el capitalismo, la idea valor está atada a la de precio. La gente se pregunta: ¿cómo esto puede ser bueno si es barato, o gratis? Se sospecha de su calidad. Hay un desprecio por un laburo que es inmenso.

¿Cuáles son los proyectos de Próxima para el futuro?

Bueno, la idea es seguir. La revista Más allá sacó 48 números en dos años; a nosotros nos llevará doce, pero podríamos llegar. Ahora en marzo comenzamos el undécimo año, con el número 41.

También en marzo, celebrando su cumpleaños, sacaremos la antología con cuentos seleccionados de entre los más de 200 que publicamos en esta década.

¿Cuáles son las características de la ciencia ficción actual?

Lo que se produce en este momento es mayormente distopía. La tendencia general, no solo en Argentina sino a nivel global, es de una gran dificultad para imaginar un futuro optimista. Eso es muy preocupante. Porque si ni siquiera podemos imaginar un futuro mejor, difícilmente podamos construirlo. De todas maneras, acá existen muchos autores y autoras produciendo distintas formas de ciencia ficción, incluso con buena base científica (algo que suele decirse que no existe en Latinoamérica). Hay toda una gama interesante de visiones y temas que van más allá de lo distópico. Es bastante miope pensar que eso es todo, pero se generaliza la idea de que distopía es sinónimo de ciencia ficción. O peor, se utiliza una etiqueta menos vergonzante. En cierta medida, este pesimismo generalizado viene de que somos los herederos del ciberpunk y treinta años después vemos que las cosas se encaminan a lugares todavía peores. La ciencia ficción, como cualquier producto cultural, es fruto de su época, de su contexto político y social. Como en la época del macartismo proliferaron la historias de invasión, después de la segunda guerra las del peligro atómico y en los 80s la necesidad de explorar el ciberespacio, frente al abandono de la carrera espacial, hace una década proliferaron las historias de zombies, para hablar de epidemia global pero también de hiperconsumo. La ciencia ficción da testimonio del presente, lo pone en discusión,  pero va un paso más allá: ensaya futuros y los pone a prueba.

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