Escribir ya es de por sí bastante bastante difícil como para andar complicándose todavía más la vida, pensará más de uno. Acaso sea por el chute de adrenalina que da superar un reto, tal vez por la necesidad o la curiosidad de experimentar con el lenguaje y de estirarlo hasta sus límites y más allá, quizá sea simplemente una forma de pasar el rato, de juguetear con las palabras y ver qué se puede sacar de ellas. Sea por los motivos que sea, hay escritores que se empeñan en hacer de la escritura algo laborioso imponiéndose normas, a veces bastante absurdas, gratuitas y arbitrarias.
Muchos de ellos se reunieron en la década de los sesenta en torno al grupo OuLiPo ‒que no por casualidad tenía matemáticos además de escritores‒. Raymond Queneau, por ejemplo, se complicó la vida gratuitamente escribiendo un incidente trivial de 99 maneras distintas en Ejercicios de estilo. El oulipiano Marcel Benabou definió al animal oulipiano hablando de ese gusto por complicarse la vida: «Es una rata que construye ella misma el laberinto del cual se propone salir. ¿Un laberinto de qué? De palabras, sonidos, frases, párrafos, capítulos, bibliotecas, prosa, poesía, y todo eso».
Hay que decir que, en sentido estricto, cualquier tipo de escritura que se someta a unas normas puede considerarse una forma de escritura restringida, lo cual da pie a meter dentro del saco a toda la lírica, con sus patrones métricos, de ritmo y de rima. De todos modos, más allá de la poesía, existe una gran variedad de procedimientos específicos para complicarse la escritura limitándola con restricciones, muchos de ellos, por supuesto, puestos en práctica por algunos de los componentes de OuLiPo. Ahí van algunos.
Lipograma
Un lipograma es un texto en el que se omite sistemáticamente una o varias letras del alfabeto. En su Histoire du lipogramme Georges Perec afirma que se remonta al siglo VI a.C., cuando Laso de Hermione suprimió la letra sigma en su Oda a los centauros y en su Himno a Démeter, del que sólo se ha conservado el primer verso. Siglos más tardes, en el III d. C., Néstor de Laranda reescribe la Iliada en forma de lipograma, suprimiendo una letra por cada uno de los 24 cantos ‒la alfa del primero, la beta del segundo, y así sucesivamente‒, aunque tampoco nos ha llegado el texto. Su hazaña fue imitada en el siglo V por Trifidoro de Sicilia, o al menos a él se le atribuye, que hizo lo propio con los 24 cantos de la Odisea.
Se cuenta que Gottlob Burmann tenía tal fobia a la letra R que siempre la evitó en sus poemas. En sus últimos años de vida incluso dejó de pronunciar cualquier palabra que contuviera la letra maldita, lo que por supuesto incluía su propio apellido.
En castellano también contamos con un ilustre lipogramatista, Alonso de Alcalá y Herrera, que publicó en 1641 bajo el título de Varios effetos de amor en cinco novelas exemplares un volumen con cinco novelas cortesanas donde omite en cada una de ellas una de las cinco vocales. Además del esfuerzo lipogramático, Alonso de Alcalá tenía influencia culterana, lo que convierte a estas novelas en textos singulares, difíciles de leer.
En 1930 el desconocido autor Ernest Vincent Wright se autopublicó una novela titulada Gadsby, en la que evitaba usar la letra E en ninguna de sus 50.000 palabras, tal y como aparece en el subtítulo de muchas de sus ediciones ‒no encontró ningún editor osado que se atreviera con tal disparate‒. Aunque en nuestra época el gran escritor de lipogramas debe ser considerado Perec. En su novela negra La disparation consigue evitar a lo largo de trescientas páginas la letra E, la más habitual en francés. Su traducción al español, con el nombre de El secuestro, trata de emular semejante prodigio y evita usar la letra más frecuente en español, la A. En 1972 Perec da una vuelta de tuerca más a los lipogramas y escribe Les reverentes, el reverso de su primera novela lipogramática, porque se trata de un texto en el que sólo aparece la letra E y desaparecen el resto de vocales. Algo que ya había practicado, como no podía ser de otra manera, Rubén Darío en su relato «Amar hasta fracasar» con la letra A.
Pangrama
Un pangrama no es más que un texto que contiene todas las letras del alfabeto. Algo así como el reverso del lipograma. Cuanto más corto mayor es el desafío. Porque como dice Màrius Serra en su libro Verbalia, en realidad todos los textos largos son pangramas, pero su interés es inversamente proporcional a su longitud.
Y aunque quizá suene a excéntrica broma georgespereciana, los pangramas tienen una utilidad. Al contener todas las letras se usan en las pruebas tipográficas para comprobar que todas las fuentes se muestran correctamente. Existen multitud de pangramas, pero el que más famoso se ha hecho es el que usan los procesadores de texto de Linux y Windows y que dice así: «El veloz murciélago hindú comía feliz cardillo y kiwi. La cigüeña tocaba el saxofón detrás del palenque de paja». Adobe, en cambio, ha preferido un pangrama más breve ‒y más creíble‒: «Jovencillo emponzoñado de whisky: ¡qué figurota exhibe!»
De la infinidad de pangramas que existen, uno de los más curiosos es el autorreferente, elaborado con ordenador por Marcos Donnanturi: «Este pangrama tiene dieciséis a, una b, quince c, once d, dieciocho e, una f, dos g, dos h, trece i, una j, una k, una l, dos m, dieciséis n, una ñ, catorce o, dos p, dos q, cinco r, catorce s, seis t, doce u, una v, una w, una x, dos y y una z».
Todo muy a lo Georges Perec, sí. Incluso hay un invento tipo Increíble Máquina Aforística para crear tus propios pangramas. Ya no hay excusas para sacar al pequeño escritor de literatura potencial que llevas dentro.
Palíndromo
Un palíndromo es una palabra, un número o una frase que se lee igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda. Su invención se atribuye al escritor griego Sótades en el siglo III a. C. En lengua castellana los más antiguos fueron escritos en 1561 en el cancionero Sarao de amor por Juan de Timoneda, titulados Tres versos con tal artificio hechos, que tanto dizen al derecho como al revés. Son los que siguen:
Ola moro, moro malo.
No tardes y sed ratón.
No desees ese don.
El palíndromo más famoso es el que forma el conocido como cuadrado Sator, que reza: «Sator Arepo tenet opera rotas» ‒«el sembrador Arepo guía con destreza las ruedas»‒. Una de sus peculiaridades es que puede escribirse como un cuadrado que se lee tanto horizontal como verticalmente.
Los miembros de OuLipo, autores de un sinfín de palíndromos, establecen una clasificación, según se forme con las sílabas, las palabras o las frases. Un tipo curioso de palíndromo es el bilingüe, que permite leer una frase al derecho en un idioma y al revés en otro idioma distinto. Ocurre por ejemplo con «Ted, I beg, am I not ever a venom?» que al contrarío se leería como «Mon Eva rêve ton image, bidet!».
Como curiosidad, según el Libro Guinnes de los Récords el palíndromo más largo formado por una sola palabra, con quince letras, es saippuakauppias ‒de origen finlandés‒ y el más largo formado por un texto es un texto de 648 palabras del escritor Lawrence Levine. En el año 1975 Dario Lancini publica Oír a Darío, un texto de 140 páginas formado sólo con palíndromos. No le llega a la altura, pero este palíndromo escrito por Luis Torrent y formado sólo por 27 palabras también impresiona bastante: «Allí por la tropa portado, traído a ese paraje de maniobras, una tipa como capitán usar boina me dejará, pese a odiar toda tropa por tal ropilla ».
Tautograma
El tautograma es un poema o verso formado por palabras que empiezan por la misma letra. Uno de los más antiguos fue un hexámetro escrito por el poeta Ennio y que dice así: «O Tite, tute, Tate, tibi tanta tyranne tulisti». A finales del siglo IX y principios del X un monje llamado Ubaldo de Saint-Amand compuso un poema de 136 versos cuyas palabras empiezan todas por la letra C. Ese poema, titulado De laude calvorum ‒Elogios de los calvos‒ y dedicado al rey Carlos el Calvo, empieza así: «Carmina clarisonae calvis cantate, Camoenae». Nada que envidiar al tautograma escrito en el siglo XVI por el profesor de teología de Lovaina Leo Placentius, un poema titulado Pugna porcorium ‒El combate de los cerdos‒, donde todas las palabras empiezan por P.
Alguno de los grandes de nuestra literatura también se dejó seducir por los tautogramas. ¿Cómo no iba a caer en la tentación el príncipe de los conceptos Francisco de Quevedo? Uno de sus sonetos empieza de esta manera:
Antes alegre andaba, agora apenas
alcanzó alivio, ardiendo aprisionado;
armas a Antandra aumento acobardado;
aire abrazo, agua aprieto, aplico arenas.
Hasta aquí solo he dado ejemplos en poesía, pero la novela tampoco es ajena a este tipo de prácticas. En 1974 el escritor australiano Walter Abish demostró qué podía hacer la narrativa con los tautogramas en su novela Alphabetical Africa. El primer capítulo contiene solo palabras que empiezan por A. En el segundo capítulo aparecen palabras que empiezan por B junto a las palabras que empiezan por A. En el tercero se introducen las palabras que empiezan por C, y así sucesivamente hasta el capítulo 26. Los 26 capítulos siguientes van eliminando palabras que empiezan por una letra en concreto, empezando por la Z, después la Y, y así sucesivamente hasta acabar solo con palabras que empiezan por A en el capítulo 52.
Vocabulario limitado
El ejemplo más famoso de libro escrito con vocabulario limitado es probablemente el de Huevos verdes con jamón, que Dr. Seuss escribió con no más de 50 palabras distintas como resultado de una apuesta con Bennett Cerf, cofundador de la editorial Random House. Dr. Seuss ganó la apuesta y aunque Cerf no llegó a pagarle los 50 dólares convenidos ‒unos 400 dólares hoy en día‒ poco importó porque este libro se convirtió en uno de sus trabajos más populares, y con el paso del tiempo llegó a ser, según Publishers Weekly, el cuarto libro infantil en inglés más vendido de todos los tiempos. No era la primera vez que Dr. Seuss hacía algo así, aunque sí fue el experimento más extremo. En 1957 escribió El gato en el sombrero con 225 palabras distintas, también como resultado de una apuesta y también convertido en uno de sus grandes éxitos.
En realidad uno puede limitarse el vocabulario siguiendo el criterio más arbitrario que se le ocurra. En 2004 Doug Nufer escribió una novela titulada Never Again donde no había ni una sola palabra que se repitiera más de una vez; Le Train de Nulle Part del novelista francés Michel Thaler no contenía un solo verbo; y la novela de 2008 Let me tell you de Paul Griffiths solo está escrita con las 483 palabras pronunciadas por Ofelia en Hamlet de Shakespeare. Las limitaciones son las que se imponga el escritor.
Acróstico
Los acrósticos son una variante del tautograma en la que las letras iniciales, medias o finales de cada verso u oración, leídas en sentido vertical, forman una palabra o una frase. Este artificio empezó a ser bastante utilizado por los poetas provenzales, pero sobre todo fue en el Barroco, con su tendencia a la complicación formal, cuando alcanzó sus más altas cimas. Uno de los más célebres en español es el de las octavas del Prólogo de La Celestina de Fernando de Rojas, aunque no llega al nivel de elaboración del poeta sardo Antonio de Lofraso, que en 1573 publicó en Barcelona Los diez libros de Fortuna de Amor, que concluye con una composición titulada Testamento de Amor formada por 168 versos en 56 tercetos cuyas iniciales dicen: «Antony de Lofraso sart de Lalquer mefecyt estant en Barselona en lany myl y sincosents setanta y dos per dar fi al present lybre de Fortuna de Amor compost per servysy de lylustre y my señor Conte de Quirra».
Un tipo de acróstico muy concreto es el abecedario, en el que cada línea o verso comienza con cada una de las letras del alfabeto, siguiendo su orden. Un ejemplo sería el poema «A, B, C» del siglo XIV en el que Geoffrey Chaucer comienza cada verso con una letra del alfabeto. Este poema tiene 23 versos, pues está escrito antes de que las letras J, U y W fueran añadidas al alfabeto inglés.
Escritura ropálica
Puede parecer una palabreja extraña, pero si se busca en el diccionario de la RAE la palabra «ropálico», este te lleva al concepto de «verso ropálico», y lo define cuando, en poesía griega, cada palabra de un verso tiene una sílaba más que la palabra precedente. En inglés, debido a que el pronombre personal I tiene una sola letra, es habitual comenzar estas construcciones usándolo: «I am now here», «I do her hair» o «I go and walk there weekly». Evidentemente, a medida que las oraciones se van haciendo más largas, cada vez es más difícil cumplir la norma de la escritura ropálica. En 1965 el lingüista y escritor Dmitri Borgmann llegó a hacer una oración con la nada despreciable cifra de 20 palabras. La pongo en inglés porque es prácticamente imposible de traducir: «I do not know where family doctors acquired illegibly perplexing handwriting; nevertheless, extraordinary pharmaceutical intellectuality, counterbalancing indecipherability, transcendentalizes intercommunications’ incomprehensibleness». No en vano, Borgmann ha sido considerado como uno de los más grandes genios de la escritura limitada de la historia, como demuestra su clásico Language on Vacation: An Olio of Orthographical Oddities.
Pilish
El pilish es lo que ocurre cuando a los de ciencias les da por meterse en la escritura limitada. En la frontera entre el lenguaje y las matemáticas, el pilish consiste en escribir de tal manera que el número de letras de cada palabra sucesiva sea igual a los decimales consecutivos de pi: 3,14159265359. La idea de escribir un texto siguiendo la secuencia de pi puede remontarse a principios del siglo XX. Uno de los primeros intentos se atribuye al físico inglés James Jeans, que escribió: «How I need a drink, alcoholic in nature, after the heavy lectures involving quantum mechanics!». Como se puede ver, la primera palabra tiene tres letras, la segunda una, la tercera cuatro, la quinta una y así sucesivamente siguiendo la secuencia de pi.
En 1960 Joseph Shipley se atrevió a escribir un poema de 31 palabras usando pilish dentro de su libro Playing With Words. Dice así:
But a time I spent wandering in bloomy night;
Yon tower, tinkling chimewise, loftily opportune.
Out, up, and together came sudden to Sunday rite,
The one solemnly off to correct plenilune.
No es casualidad que tenga exactamente 31 palabras, como indica el matemático norteamericano Mike Keith. De hecho, todos los textos anteriores a la década de los noventa no sobrepasan esas 31 palabras, y esto es debido a que el decimal número 32 corresponde al cero, lo cual no se puede representar de forma lingüística. Para solucionar este problema y permitir continuar con la escritura en pilish más allá de la palabra 31, se llegó al acuerdo de usar palabras de 10 letras cuando había un cero. Igualmente, para salir del atolladero de secuencias del tipo ‘1121’ o ‘1111211’ se permitió representar series como ’11’ o ’12’ como palabras de once o doce letras en lugar de como dos de una o una de una y una de dos ‒aunque eso no resuelve problemas como la representación de los signos puntuación o de los números‒.
El pilish fue utilizado de forma sorprendente por el matemático estadounidense Mike Keith en su cuento de 1996 «Cadaeic Cadenza», que contiene 3.835 palabras, todas siguiendo la secuencia de pi ‒con la regla de utilizar palabras de diez sílabas cuando aparece el cero‒. Por si esto no fuera suficiente, en 2010 Keith publicó la novela Not A Wake, donde consigue aumentar la cantidad de palabras a una cifra total de 10.000.
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