La foto es de un espectáculo de La Fura dels Baus en la plaza principal de Helsinki. Había mucha gente, pero cada pareja o grupito silencioso guardaba una distancia de más de un metro entre unos y otros. Estábamos empezando a entender por qué el hombre en la cola del supermercado se molesto tanto al rozarle sin querer el brazo…
Era el final de un largo viaje en tren desde el sur de España hasta el norte de Europa. Los finlandeses son diferentes, tienen más saunas que coches y viven silenciosamente. Nos bajamos del tranvía en la plaza del senado a la hora de inicio del espectáculo que estuvimos viendo ensayando la tarde anterior: La fura dels Baus había alquilado una gran grúa para colgarse de ella y hacer acrobacias, mientras en las escaleras que van a la iglesia evangélica cantaban y tocaban música marcando el ritmo. Estaba lleno de gente y nosotros habíamos llegado con el espectáculo comenzado, se veían miles de cabezas entre nosotros y las primeras filas del espectáculo. Yo estaba irritado porque quería haber llegado antes, pero ella me cogió de la mano, Ven conmigo, y fuimos entre personas que estaban en silencio y sin vasos de cerveza en las manos, sorteando sin problemas a grupos de amigos o parejas o padres con sus hijos, así hasta que decidimos que era el sitio ideal para ver las acrobacias y las luces del espectáculo.
Estábamos sorprendidos, ahora empezábamos a darnos cuenta de la enorme falta de respeto que fue acercarse tanto al tipo de delante en la cola de la caja del supermercado como para que al moverse nos rozara con el codo.
Son otra cultura, nada que ver con el ruido y los besos y abrazos de otras zonas más mediterráneas y calurosas de Europa. Nos dimos cuenta ya en el tren que nos llevó hasta la capital de Finlandia, en el que la histriónica argentina rompió el sepulcral ruido del vagón lleno antes de llegar ella, o días antes en el albergue de los Alpes, cada uno a lo suyo y sin romper el silencio del otro, como respetando el espacio que rodea a uno mismo y sin contaminarlo tampoco con ruido.
Estábamos hablando de ello ya el último día en Helsinki sentados en la terraza de una cafetería con unos precios desorbitados, y tapados con una mantita en pleno agosto, cuando pasó por enfrente de nuestros ojos un hombre de unos 60 años patinando casi desnudo y de forma estrafalaria. Le seguimos con la mirada y vinos que mucha gente iba en esa misma dirección hacia otro lado donde se oía música callejera. Dimos por amortizado el precio del café al seguir a la multitud hasta el museo de arte moderno, es su día gratis del año por la fiesta de la música y las artes, o algo de eso.
Nos quedamos un rato sin entender que estaba pasando en la sala donde estábamos: era una estancia cuadrada y blanca, con una pantalla grande en diagonal de un lado a otro con una proyección normal y corriente de escenas donde la gente charlaba y se daban abrazos o cosas del día a día. Permanecimos desconcertados un poco más, observando a las personas que estaban viendo la pantalla, arrinconados en una esquina para no molestar la corriente que venía de la otra puerta de entrada hacia la de salida. El museo estaba lleno, sobre todo de gente joven y moderna; gente que no se tocaba ni al aglomerarse en la puerta de una estancia a otra.
No acabábamos de entender el significado de aquella escena que pasaba delante de nuestros ojos… Hasta que llegó a la sala un hombre alto vestido con un sombrero negro y una capa, era el artista y parte de la obra: decía ¡Hola! y violentaba a las personas mirándoles a los ojos y agarrándoles del hombro para hablarles, Ves, no pasa nada, os podéis tocar.
Sorprendente y vanguardista performance en el museo de arte moderno de Helsinki.
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