Josh el guapo era el típico tío atormentado que se mezclaba entre las sombras de los peores barrios de Lenon, vivía consumido por la droga del Buen Recuerdo, esa sustancia lo mantenía en una falsa fantasía de felicidad, en la que los edificios eran montañas y el aire que le abofeteaba la cara eran caricias veladas de su familia. Su efecto ya solo era una ilusión, sabía perfectamente que aquello no era real, solo sonrió la primera vez que la inhaló y habían pasado unos cuantos años desde aquello. Él era un trozo de carne más que había perdido a su familia 10 años antes y que vivía porque la valentía que suponía suicidarse nunca había sido uno de sus atributos.
En otros tiempos fue un rudo y buen policía. Alto, corpulento, moreno, mandíbulas marcadas y sonrisa de imbécil galán, se paseaba por cada escenario de asesinato como si fuese su pista de baile, era un mago de los detalles que condenaban al culpable, infalible, metódico e irresistible para casi cualquiera, hasta que el mundo comenzó a hacerse pedazos, guerra tras guerra y día tras día. Perdió a su familia cuando intentaban huir de la ciudad, por aquel entonces Josh también era bastante cabezota, así que se empeñó en llevar con ellos a sus vecinos, los Harrill. Mala idea, la peor decisión de toda su vida. Su padre le decía de pequeño que en la vida había que ir libre de pesos. Aquel día cogió demasiados pesos, y lo perdió todo. Josh El Guapo, Héroe de nada.
Ahora la vida lo movía de un lado para otro como una hoja que se desprende de su árbol en otoño, arrítmico, carente de vida, sin prisa, sin rumbo, pero siempre tocando fondo. Seguía aceptando casos, pero ya no había detalles que escudriñar, la gente se moría o bien porque quería morirse, o bien por excesos, porque ambas opciones eran la manera de seguir sintiéndose vivos, y no los culpaba dado que quisiera correr la misma suerte.
Aquella noche, en el escenario del crimen el aire se sentía diferente. Un hombre yacía sin vida en una silla con una pistola de altas frecuencias en la mano. Parecía un suicidio, pero algo no encajaba. Escuchó un ruido al fondo de la habitación, comenzó a correr, pero cuando llegó solo pudo ver cómo una melena pelirroja se perdía entre las sombras, y él, siendo sincero consigo mismo, ya no estaba en forma como para perseguir a nadie. Quizás era su androide personal que ante el miedo de verse desactivada, había decidido huir. Examinó de nuevo el cuerpo, huellas dactilares de ambas manos borradas, retinas protésicas, iba a ser difícil identificarlo; desde hacia unos cuantos años, solo se fichada a la gente por sus huellas dactilares y su retina, dado que el índice de población era tan enorme que ya no importaba tanto quien eras, además de que las muertes se sucedían sin a penas poder contabilizar la mitad.
¿Qué le resultaba tan extraño? ¿Por qué el aire le pesaba tanto en el corazón?
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