Imagen vía Shutterstock.

En 1975 Muhammad Ali dio un discurso en la Universidad de Harvard en el que llamaba a la unidad y a la amistad. Como conclusión, Ali les dijo a los graduados: «Me, We». Un sencillo mensaje que se podrían traducir como «Yo, nosotros». Estas dos simples palabras han sido consideradas por muchas personas como el poema más breve de la historia. Sin embargo, ¿es realmente esta elemental frase un poema? Porque si damos por hecho que lo es, entonces nos veremos en la obligación de definir qué es un poema, de decir qué es lo que hace que un poema sea un poema ‒eso sí, sin caer en la típica respuesta becqueriana de «poesía eres tú»‒.

Lectores, críticos y poetas de todas las épocas han intentado dar respuesta a esta cuestión. A menudo los escritores han utilizado metáforas para intentarlo: para Bécquer era un himno gigante y extraño, para Antonio Machado palabra esencial en el tiempo, para Lorca la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, para Juan Ramón Jiménez un intento de aproximarse a lo absoluto por medio de símbolos o para Fernando Pessoa un fingimiento.

Ahora bien, la poesía, en general, tiene algunas características fácilmente identificables. En primer lugar está lo que podría ser el pilar más importante de un poema, la musicalidad del lenguaje, que se consigue a través de elementos como el ritmo, la métrica o la rima. Por otra parte, los poemas suelen utilizar un lenguaje condensado, como si la literatura se hubiera reducido a su mínima expresión. Por último, se dice que los poemas a menudo se centran en sentimientos intensos. En mayor o menor medida, todos estos atributos son aplicables a la inmensa mayoría de poemas, desde las composiciones espirituales de Rumi hasta textos más modernos y originales como la «Oda a la cebolla» de Pablo Neruda.

Pero la poesía, como forma de arte que es, desafía cualquier tipo de definición, sobre todo si esta conlleva simplificaciones. Por ejemplo, si nos referimos a la musicalidad, es cierto que los patrones rítmicos eran en su origen, antes de la aparición de la escritura, una forma de reforzar la memorización de los textos. Pero a partir del siglo XX la poesía no solo ha ignorado esa musicalidad sino que ha demostrado que puede combinarse con el arte visual, dando lugar a un tipo de poema en el que se llega incluso a romper la linealidad del verso. La manera en la que se dispone el poema es tan importante como las palabras en sí mismas. Es el proceso de deconstrucción del lenguaje que lleva a cabo Vicente Huidobro en Altazor.

Si prescindiéramos por completo de su carácter visual, lo único que nos quedaría en la poesía es su musicalidad. ¿Son los poemas como canciones o las canciones como poemas? Hay quien se niega a considerar a los compositores como poetas en sentido estricto. Eso explicaría la polémica que se desató en 2016 cuando se le concedió el Nobel de Literatura a Bob Dylan. Pero muchos poemas funcionan perfectamente si se musicalizan. Hay ejemplos más que de sobra con textos de Manuel Machado, de Federico García Lorca o de Miguel Hernández, solo por mencionar algunos. Del mismo modo, hay canciones que podría funcionar igualmente bien sin la música ‒¿acaso no pasa eso con Bob Dylan?‒, sin tener que llegar al extremo de recurrir a géneros musicales como el rap, donde los elementos poéticos como el ritmo o la rima cobran una especial relevancia.

Normalmente los poemas suelen tener una forma que nos permite reconocerlos como poemas. Los saltos de línea de los versos nos dan claves fundamentales para interpretar el ritmo de un poema. Pero, ¿y si desaparecieran los saltos de línea que hacen que un poema tenga versos? ¿Se mantendría la esencia del poema? ¿Qué pasa si escribimos un poema en prosa? Que es precisamente lo que ocurre con la prosa poética, que comparte con la poesía tradicional determinados elementos como imágenes o un uso especial del lenguaje. Cuando nos fijamos en la poesía no tanto como forma sino como concepto, la definición de poesía se ensancha, incluyendo composiciones que en un principio parecen más alejadas del género lírico, desde discursos de oradores ‒por ejemplo, los de Martin Luther King o los de Wiston Churchill‒ hasta tuits ‒no muy distintos, en algunas ocasiones, de los haikus‒. Y, por supuesto, la frase de Muhammad Ali, «Yo, nosotros».

El río de la poesía es ancho y profundo. Su concepción ha evolucionado enormemente con el tiempo y ahora, tal vez más que nunca, la frontera entre poema, arte visual, música y prosa sea más difusa que nunca. Sin embargo, si hay algo que no ha cambiado, es la palabra como esencia última del poema, la palabra vinculada a la antigua poiesis griega, un término que sirve para designar cualquier creación y, como consecuencia, todo proceso creativo. La poesía permite crear una nueva comprensión del mundo y de los seres humanos, de una forma en la que solo los seres humanos lo pueden hacer.

Con cierto carácter visionario, el escritor Norman Cousins apuntó en 1989 que la poesía era la verdadera clave para separar a los seres humanos de las máquinas. Los poetas, escribió, recuerdan a los hombres su singularidad. Un cuarto de siglo después investiadores de Dartmouth trataron de probar esta idea haciendo que inteligencias artificiales escribieran poesía. Después sometieron los textos al Test de Turing para comprobar si era posible distinguir los poemas escritos por seres humanos de los poemas escritos por máquinas. Y aunque la inteligencia artificial ha mostrado cierta eficacia a la hora de crear reseñas de libros, artículos periodísticos o novelas de ficción, escribiendo poesía no consigue engañar al ser humano. Ni siquiera el proyecto Poetry for robots, de la Universidad Estatal de Arizona, ha conseguido lo que se ha propuesto: enseñarle a robots a comprender, apreciar y escribir poesía. Porque esto, lejos de ser un excéntrico ejercicio de adiestramiento digital, implica que una inteligencia artificial sea capaz de asimilar la cualidad poética y simbólica del lenguaje humano, algo que hasta ahora solo parece reservado a los propios humanos.

Comentarios

comentarios