Fugas de James Rhodes

Aún a riesgo de parecer un fanboy, tengo que admitir que cuando en 2017 leí Instrumental de James Rhodes quedé completamente eclipsado. Tanto, que incluí el libro en una lista con las mejores lecturas de ese año, pero creo que sería más honesto con la realidad si dijera que fue la mejor de todas. Y es que Instrumental mostraba al célebre pianista en toda su vulnerabilidad, dando a entender que su enorme talento musical era prácticamente el milagroso resultado de un doloroso y complejo sufrimiento afectivo y vital. Sí, la música era parte de ese sufrimiento, pero también era el pilar sobre el que se cimentó todo el proceso de curación, haciendo que su historia personal y la música que toca formaran un todo indivisible. Es por eso que cuando supe que sacaba un segundo libro ‒dejando al margen Toca el piano, que tiene una temática muy concreta‒ no cabía en mí de alegría. Sí, tal vez no era la persona más objetiva para juzgar su nuevo título, Fugas, pero por otra parte llegaba al libro con bastantes prejuicios y un nivel de expectativas tan alto que mi lectura estaba forzosamente contaminada. ¿Cumplió, entonces, Fugas con el nivel de expectativas que tenía? Definitivamente no, o al menos no del todo, y eso es lo que querría explicar.

El contenido del libro está sacado directamente de las entradas del diario que Rhodes escribió durante la gira de recitales de Chopin, Beethoven y Rachmaninoff que hizo en 2016. De hecho, el libro está planteado a la manera de un programa de conciertos. Cada uno de los capítulos se corresponde con una pieza y comienza con una máxima llena de buenrollismo que Rhodes traduce a su lenguaje angustioso y que se va volviendo menos agrio a medida que avanza el libro.

Como cabe esperar de Rhodes, y más todavía teniendo en cuenta de dónde proviene el material, es un relato lleno de sinceridad y franqueza sobre su existencia. El pianista aparece desnudo prácticamente en cada página, aunque existe un cierto malestar ante ese gesto de exponerse públicamente. Así, cuando habla con los medios de comunicación alemanes sobre los abusos traumáticos que sufrió cuando era niño dice que se llegó a sentir como si fuera un mono en algún tipo de zoológico. A pesar de ello, esa desnudez atrae la mirada del lector con un sentimiento que va desde la curiosidad hasta la vergüenza ‒esto último, como resultado de contemplar algo tan íntimo‒. El resultado: vemos una vida en toda su belleza y en toda su imperfección. Devastador. Brutal. Hermoso. Disparos desde el corazón.

Rhodes sigue con sus tics y sus manías, con sus cambios de humor bruscos y sus periodos depresivos, pero el James Rhodes de Instrumental no es exactamente el mismo que el de Fugas. El primero es mucho más autobiográfico. Rhodes se desnuda por primera vez y lo cuenta absolutamente todo, con pelos y señales. Llegamos a entender por qué es como es. En Fugas encontramos a un Rhodes de 42 años, que por supuesto no ha conseguido reconciliarse consigo mismo, como ya sospechábamos al final de Instrumental ‒cualquier avance lleva implícito retrocesos‒. Aquí un Rhodes recién divorciado de su segunda esposa aparece agotado por el proceso judicial que su primera esposa le interpuso al publicar el primer libro, alegando que se sentía psicológicamente perjudicada por lo descrito en el mismo y por las posibles consecuencias que podía tener sobre su hijo en común. El fallo del Tribunal Supremo fue favorable a Rhodes, toda una victoria que visibiliza a aquellos que han sufrido abusos similares, pero el resultado fue un agotamiento anímico y mental absoluto para el pianista.

Sin embargo, es aquí, precisamente, donde radica el problema de Fugas. Una vez más, Rhodes escribe un libro sobre bienestar emocional, sobre salud mental y sobre música, y sobre el poder de curación de esta última sobre los dos primeros. Fugas es brutal. Lleno de luz y de sombra. Pero la cuestión es que viene a ser más de lo mismo. Como continuación de Instrumental funciona perfectamente. Tanto que Rhodes podría haber incluido unas cientos de páginas más a su primer libro, si es que cuando escribió Instrumental hubiera tenido las vivencias que plasma en su nuevo libro. Pero como libro independiente cojea. O lo hace, al menos, en la medida en que leemos primero Instrumental y después Fugas.

Como en Instrumental, en Fugas hay odio hacia sí mismo, ansiedad, frustraciones, recuerdos, insomnio, angustia ante la necesidad de tratar con los demás, y todo ello sobrellevado con medicamentos. También están presente su estilo irreverente, su oscuro sentido del humor, su mordacidad, su compromiso o su capacidad de recuperación. Como en Instrumental, las cicatrices psicológicas le acosan, la duda sobre su mismo siempre sobrevuela a su alrededor, la amenazadora baja autoestima continúa provocándole. Y, sin embargo, como en Instrumental, sigue habiendo arte en su vida, sigue agarrándose a la música con desesperación como si fuera el único salvavidas posible en mitad de un mundo que se derriba.

Rodhes oscila constantemente de un estado emocional a otro. Del más profundo abismo asciende a la cima y viceversa, y así una página tras otra. El gran problema de Fugas es que después de Instrumental este proceso, desarrollado a lo largo de varios cientos de páginas, resulta repetitivo. Y, con todo, sigue siendo formidable porque, al y y al cabo, es Rhodes. Puede, entonces, que la mejor forma de leer Fugas sea o justo después de haber acabado Instrumental o dejando de por medio tanto tiempo que la luz de su primer libro comience a apagarse en la memoria. No debe resultar extraño que sea así. Como ya he dicho, al fin y al cabo, es Rhodes. No pueden existir, por tanto, las medias tintas.

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