Emilia Bassano y William Shakespeare

Pocos autores han generado tanto interés y tanta controversia como William Shakespeare. Mucho se ha especulado a lo largo de la historia acerca de la autoría de las obras que se le atribuyen, apuntando como posibles autores de las mismas a escritores como Francis Bacon, Edward de Vere o Christopher Marlowe. De todos ellos, la hipótesis más sólida es la que señala a este último y, de hecho, hace unos años la editorial Oxford University Press anunció que tenía suficientes pruebas para confirmar la coautoría de Marlowe en al menos algunas de las obras tradicionalmente atribuidas al Bardo. Pero ese misterio alrededor de la personalidad de Shakespeare y de la autoría de sus obras ha dado pie a las teorías más peregrinas. Hay incluso quien ha llegado a afirmar que Shakespeare era en realidad de origen catalán y que detrás de ese nombre se encontraba el propio Miguel de Cervantes.

Sin embargo, si algo tenían en común todas esas teorías, independientemente de que fueran más razonables o más disparatadas, es que siempre se le atribuía a hombres. Así ha sido, al menos, hasta ahora. Recientemente Elizabeth Winkler ha propuesto en The Atlantic por primera vez ‒que yo sepa por lo menos‒ la posibilidad de que la persona que se esconda detrás de William Shakespeare sea una mujer y no un nombre. Ahora bien, ¿tiene esto algún sentido o solo es una hipótesis que se aprovecha del movimiento actual de empoderamiento de la mujer para tratar de rascar un poquito de repercusión?

Vayamos por partes. Para empezar, ¿qué pone a Winkler bajo la sombra de la sospecha? «Shakespeare no tiene héroes, sino solo heroínas», escribió el crítico John Ruskin. La figura femenina ocupa, desde luego, una posición primordial en la obra de Shakespeare, con personajes como Lady Macbeth, Desdémona, la Rosalinda de Como gustéis o la Isabella de Medida por medida. Muchos de esos personajes abogan por una moderna equiparación de sexos: Beatriz se queja, furiosa por las limitaciones de su sexo, en Mucho ruido y pocas nueces; Catalina, en La fierecilla domada, se niega a ser silenciada por su esposo; Emilia, en uno de sus últimos discursos en Otelo antes de que Yago la matara, pide la igualdad para las mujeres. Se niegan a obedecer las reglas impuestas por un sistema patriarcal, llevando a cabo transgresiones como desafiar a sus padres o disfrazrse de hombres. Sucede que Shakespeare o bien se inventa estos personajes femeninos llenos de fuerza o bien llega a feminizar las fuentes si es que la historia se basa en otra previa. ¿Cómo es posible, entonces, que Shakespeare fuera capaz de ponerse en la piel de una mujer de una forma en la que ningún otro dramaturgo de su tiempo pudo? La posibilidad de que fuera mujer es, desde luego, uno de las mejores explicaciones para el hecho de que Shakespeare guardara con tanto celo el misterio alrededor de su persona.

William Shakespeare (Fuente).

Es un lugar común pensar que las mujeres no escribían teatro en la época de Shakespeare porque esta era una actividad que se consideraba de hombres. Solo se les permitía escribir y leer versos en un contexto privado, pero nunca destinado a las tablas de un escenario. Cuando una mujer entraba en el mundo del teatro lo hacía como patrocinadora o accionista, pero nunca como autora. Pero que no estuviera bien visto no significa que no se hiciera. El 80 por ciento de las obras impresas en la década de 1580 se escribieron de forma anónima, y esa cifra no bajó del 50 por ciento hasta principios de la década de 1600. Este dato significa para la experta en Shakespeare Phyllis Rackin, de la Universidad de Pensilvania, que las mujeres sí podrían haber estado escribiendo obras, una opinión, por cierto, que también tenía Virginia Woolf.

Algunas pistas tenemos de que efectivamente pudo haber sido así. En 1593, el crítico literario isabelino Gabriel Harvey hablaba sobre una «excelente Gentlewoman» que había escrito tres sonetos y una comedia. El mismo año en que apareció por primera vez el nombre de Shakespeare en el poema «Venus y Adonis», una parodia de cuentos de seducción masculina en la que la mujer se impone al hombre.

Mary Sidney (Fuente).

Porque la teoría de una Shakespeare mujer no podría sostenerse si no tuviéramos los nombres de alguna posible candidata. Una de ellas es la condesa de Pembroke, Mary Sidney, hermana del poeta Philip Sidney, una de las mujeres más educadas de su tiempo, traductora y poeta ella misma. Si Sidney y su esposo fueron los patrocinadores de una de las primeras compañías de teatro que representaron obras de Shakespeare, ¿es posible que el nombre de Shakespeare fuera un disfraz para poder publicar y representar lo que de otra manera no se podría haber hecho?

Sin embargo, la candidata por la que apuesta Winkler es alguien más singular que la propia Sidney: Emilia Bassano. Nacida en Londres en 1569 en el seno de una familia de inmigrantes venecianos, músicos y fabricantes de instrumentos probablemente judíos, fue una de las primeras mujeres que publicó un volumen de poesía en Inglaterra. Y a pesar de ser de temática religiosa, ese libro presenta un sorprendente enfoque feminista, en el que ataca a la opresión masculina y defiende la libertad de las mujeres. Su historia fue descubierta en 1973 por el historiador de Oxford A.L. Rowse, quien especuló que pudiera ser una amante de Shakespeare, la «dama oscura» descrita en los sonetos. En la pieza teatral Emilia, la dramaturga Morgan Lloyd Malcolm va un paso más allá: su Shakespeare llega a plagiar las palabras de Bassano para la famosa defensa de las mujeres de Emilia en Otelo. Pero, ¿podría Bassano haber contribuido con algo más?

Existe un extraño vacío alrededor de la autoría de Shakespeare. Tenemos documentos que demuestran que fue actor, que tuvo una compañía de teatro, que fue prestamista o inversor mobiliario, que evadió impuestos, que fue multado por acumular grano durante la escasez o que presentó alguna demanda menor, pero no tenemos nada que certifique la autoría de sus obras. Otros autores de su época tienen menos documentación pero poseen cartas o manuscritos que los certifican como autores. En el caso de Shakespeare su nombre comenzó a aparecer a partir de 1598 con Trabajos de amor perdidos. Los comentaristas de la época comenzaron a elogiar su pluma o su lenguaje. Pero esto solo es suficiente para demostrar atribución, no autoría real. Por no decir que parece inexplicable cómo un hombre nacido en Stratford tiene tantos conocimientos de idiomas, leyes, astronomía, música, estrategia militar o sobre la geografía del norte de Italia, teniendo en cuenta que no recibió educación más allá de los 13 años, que no se preocupó por la educación de sus hijas ‒en contraste con la erudicción de muchos de sus personajes femeninos‒ o que en su testamento no dejó ni libros ni instrumentos musicales ‒a pesar de que sus obras están llenas de referencias a ellos‒.

Emilia Bassano (Fuente).

La posibilidad de que Bassano pudiera estar detrás de Shakespeare la planteó John Hudson, que en 2014 publicó La dama oscura de Shakespeare: ¿Amelia Bassano Lanier, la mujer detrás de las obras de Shakespeare? Bassano, que durante su adolescencia fue amante de Henry Carey, Lord Hunsdon, el patrón de la compañía de Shakespeare, pudo adquirir una cantidad de conocimientos a la que el propio Shakespeare difícilmente habría tenido acceso. A finales de 1592 fue expulsada de la corte estando embarazada. Carey le dio dinero y joyas y la casó con un músico de la corte llamado Alphonso Lanier. Más tarde pasaría a servir en una casa noble, probablemente como institutriz de música, y una década después abrió su propia escuela. Su posible ascendencia judía ayuda a explicar algunas de las referencias que hay en las obras de Shakespeare.

Además, es posible rastrear el nombre de Emilia Bassano en muchas de las obras de Shakespeare: Emilia en La comedia de los errores ‒por cierto que Emilia es el nombre femenino más común en Shakespeare junto a Katherine y no fue utilizado en el siglo XVI por ningún otro dramaturgo inglés‒, Bassianus en Tito Andrónico, Bassanio en El mercader de Venecia y una vez más Emilia en Otelo. Esta Emilia, esposa de Yago, pronuncia su famoso discurso contra los hombres, que no aparece hasta 1623 en el First Folio, y que por tanto no hay pruebas de que fuera escrito antes de la muerte de Shakespeare.

Esa reivindicación constante de la mujer en la obra de Shakespeare abre las puertas a la posibilidad de que detrás del bardo de Stratford pueda ocultarse una figura femenina. Quizá no haya tantas candidatas como candidatos, pero no faltan los nombres. Es probable que el misterio que hay alrededor de la figura del escritor más inmortal no se acabe por desvelar nunca, pero no por eso habría que descartar posibles hipótesis que, siempre y cuando estén bien justificadas, no tienen nada de descabelladas. Eso es, al fin y al cabo, lo que hace que Shakespeare sea un clásico. Incluso cientos de años después de su muerte sigue teniendo mucho que decir.

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