William A. Gold posando con su novela.

Si llegar a un acuerdo, dejando a un lado los gustos personales, de cuáles son los mejores libros de la historia de la literatura parece algo complicado, lo es todavía más establecer la cima de la categoría por debajo, es decir, cuál se corona como el peor de todos. A pesar de ello, no faltan un puñado de los peores, triunfantes por circunstancias históricas, como William McGonagall, el peor poeta de la historia, o Robert Coates, el peor actor shakespeariano de la historia, las peores frases iniciales de la literatura o las peores cubiertas de libros. Sin embargo, designar al peor escritor de la historia no parece una tarea tan fácil, porque la lógica nos lleva a pensar que ningún editor se habrá atrevido a publicarlo, a no ser que en su camino se haya cruzado el peor editor de la historia.

Podríamos pensar que el título de peor escritor de la historia lo ostenta el autor del libro que está considerado como el que más rechazos editoriales ha tenido, pero ni siquiera así podríamos afinar con el título. La única referencia a la que se puede echar mano para nombrar, sino al peor escritor, sí al que ha tenido menos éxito, es la edición del Libro Guinness de los Récords, que nombra al escritor australiano William A. Gold en la edición de 1975. Nunca más volvería a otorgar esta distinción.

Recorte de prensa de la época.

El criterio que siguió el Libro Guinness de los Récords para premiar a Gold con este dudoso galardón fue que hasta 1975 había escrito al menos ocho novelas y cien cuentos, y ninguno de ellos había sido publicado, a pesar de sus esfuerzos por conseguirlo. Todos los ingresos económicos que le había reportado la escritura se limitaban a 50 centavos ganados por un artículo publicado en el Canberra News (que probablemente ya es más de lo que pueden decir muchos escritores).

Gold finalmente consiguió publicar un libro en 1984. Paradójicamente se tituló One Best Seller: A Satire on the Publishing Game y nos cuenta las aventuras del escritor Eric Bellamy, de su agente literario Lawrence Templeton y de los intentos de este último por publicar la novela de Bellamy, Sibelius on Sunday. Gold murió en 2001, y sus documentos fueron recogidos y ahora están almacenados en la Biblioteca Nacional de Australia.

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