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El amor por los libros se denomina bibliofilia, pero cuando ese deseo sobrepasa los límites de la cordura y se convierte en una obsesión insana entramos en el terreno de la bibliomanía, que durante mucho tiempo se consideró una enfermedad. Miguel Albero recoge los síntomas de diferentes bibliomanía o, como el las llama, bibliopatías, en su ensayo Enfermos del libro. Una bibliopatía que nos genera cierta simpatía es la bibliocleptomanía.
Porque si no nos detenemos a pensarlo demasiado, robar libros no parece al mismo nivel que robar dinero o joyas, y por qué, quizá, haya un trasfondo cultural de fondo, como un ansia de conocimientos, como si no se pudiera acceder al libro comprándolo o sacándolo prestado de una biblioteca. En un segundo libro, titulado con descaro Roba este libro, donde Albero se centra en los bibliocleptómanos, lo deja bastante claro: robar un libro sí es robar, y la tolerancia que mostramos ante este hecho esa inversamente proporcional a la cercanía que tienen los libros robados con respecto a los nuestros. Es más, si nos detenemos un momento a reflexionar sobre el robo de libros, dejando a un lado el valor material ‒porque no es lo mismo robar el Hortus deliciarum del siglo XII que una edición barata de bolsillo‒, nos daremos cuenta de que cualquier robo de libros, sobre todo cuando se produce en una biblioteca y lo que se está robando se trata de un bien común, es una atentado contra el derecho a acceder a la información de la humanidad y, cuando lo que se ha robado tienen un alto valor artístico o cultural, contra el patrimonio universal. Un despropósito se mire por donde se mire, vamos.
Muchos de esos ladrones se han amparado en el amor por los libros, como si este diera carta blanca para hacer cualquier cosa en su nombre, pero lo cierto es que la mayor parte de las veces están guiados por el egoísmo o la codicia. Y no necesariamente eso significa que el objetivo del robo sea vender después lo robado. En ocasiones los ladrones están poseídos por esa bibliomanía que nubla la razón y que les lleva a cometer auténticas locuras. Ya sea por codicia o por pura bibliomanía, los siguientes robos parecen de película, pero por desgracia son muy reales. Muchos de ellos figuran, por supuesto, en el libro de Albero.
Elois Pichler
Este teólogo y bibliotecario llegó a crear un abrigo especial para robar libros de la Biblioteca Pública Imperial de Rusia en San Petersburgo, donde trabajaba. Cuando finalmente lo atraparon en 1871, se estimó que había robado 4.000 libros, muchos de ellos raros. Pichler los metía en su abrigo, que tenía un bolsillo especial cosido en el forro. El bibliotecario deshonrado fue condenado al exilio en Siberia, con suerte tal vez con su abrigo, pero sin libros.
Guglielmo Libri Carucci dalla Sommaja
Decir que el conde Libri era ladrón de libros tal vez suene a broma, pero es cierto. Conocido por su erudición y su conocimiento de la historia de los libros ‒además era matemático e historiador‒, llegó a ser secretario de la Comisión del Catálogo general de los manuscritos de las bibliotecas públicas de Francia, una posición que utilizó para robar libros de las bibliotecas en lugar de vigilarlas y protegerlas. Abusando de su poder y fingiendo una mala salud exigía quedarse solo en el archivo de las bibliotecas para ejecutar sus robos. Con este sistema recorrió por bibliotecas de toda Francia, completando poco a poco su colección de manuscritos y libros raros. A veces, incluso, no vacilaba en mutilar ciertos manuscritos. Cuando las cosas se pusieron mal en Francia, intentó huir a Inglaterra con 18 baúles que contenían 30.000 libros y manuscritos raros. Algunos de los títulos robados nunca se recuperaron, pero uno de los documentos apareció más de un siglo y medio después. Fue en 2010, y era una carta de 1641 escrita por el filósofo francés René Descartes, que fue devuelta a Francia después de ser descubierta en la biblioteca de Haverford College. La viuda de un alumno lo donó a la escuela, pero un filósofo de Utrecht rastreó los orígenes del documento después de relacionarlo con el caso Libri.
Charles Romm
El librero Charles Romm lideró una banda de ladrones de libros que operó en la década de 1930 y que bien podría dar para una película de Scorsese. Sus compinches eran los también libreros Ben Harris y Harry Gold. Se dedicaban a robar libros y venderlos al mejor postor en el Book Row de Nueva York, esa zona de la Cuarta Avenida que concentró más de 40 librerías en la década de 1920 y 1930 y de las que hoy solo sobrevive la mítica Strand. Las bibliotecas trataron de protegerse de los robos retirando libros de sus estantes, reforzando la seguridad y agregando marcas únicas a los libros que serían difíciles de eliminar. Finalmente, el investigador especial de la Biblioteca Pública de Nueva York, G. William Bergquist, se hizo cargo del caso y llevó a los ladrones ante la justicia. Puedes leer más sobre la banda de Romm en Ladrones del Book Row: El círculo del libro antiguo más famoso de Nueva York y el hombre que acabó con él, de Travis McDade.
William Jacques
Apodado «Tome Raider», William Jacques robó más de un millón de libras en libros de bibliotecas del Reino Unido, que comenzaron a desaparecer en la década de 1990. Logró engañar a las casas de subastas más prestigiosas del mundo para vender sus copias robadas de obras de Thomas Paine, Galileo o Robert Boyle. Después de su primer encarcelamiento, Jacques adoptó una nueva identidad con un seudónimo para seguir robando títulos de Charles Darwin y Edward Lear. Afirmó que eran para investigación. Varios de esos libros nunca fueron recuperados, incluyendo trece volúmenes de Nouvelle Iconographie des Camellias de la escritora belga Ambroise Verschaffelt del siglo XIX.
David Slade
Posiblemente no hay peor agravante para un ladrón de libros que ser bibliotecario, librero o anticuario, porque ellos traicionan su profesión y se aprovechan de su situación de cercanía para perpetrar sus crímenes. Ese fue el caso de David Slade, un vendedor de libros antiguos del Reino Unido que robó 68 libros de la biblioteca familiar de Sir Evelyn de Rothschild. En lugar de catalogar la colección, se agenciaba algunos de los títulos de la familia adinerada, entre los que estaban obras de Louis Dupré, Chaucer y T.E Lawrence y los subastaba. Slade se excusó alegando que había robado porque tenía deudas.
John Charles Gilkey
Gilkey robó libros raros y manuscritos por valor de unos 200.000 dólares y lo hizo a través de tarjetas de crédito robadas y cheques sin fondos. Gilkey, un empleado de Saks Fifth Avenue en San Francisco, trató de construirse una nueva identidad, una que desprendiera riqueza, cultura y sofisticación. Para ello se rodeó de primeras ediciones robadas de Nabokov o Mark Twain. Gilkey convirtió el robo de libros en su razón de ser, pero ni siquiera era un verdadero amante de los libros, sino más bien un coleccionista. Coleccionó libros robados de la misma forma en que podría haber coleccionado cualquier otra cosa. Por lo demás era un hombre completamente anodino y normal. La periodista Allison Hoover Barlett le dedicó un ensayo en 2009 titulado El hombre que amaba los libros demasiado.
Jay Michael Linford
Helen Schlie era la orgullosa propietaria de una primera edición del Libro de Mormón, una de las primeras doscientas copias impresas en 1830. Los mormones viajaban para ver a Schlie y al libro, valorado en unos 100.000 dólares, esperando tocarlo o tomarse una foto con él. El ejemplar fue robado de la librería de Schlie porque no lo tenía bajo llave. Schlie quedó desconsolada con la desaparición del libro, pero no tardó en descubrir que alguien a quien conocía había intentado venderlo. Jay Michael Linford fue condenado a prisión como consecuencia del robo.
Stanislass Gosse
Este ingeniero de 32 años descubrió en el año 2002, leyendo un libro sobre arquitectura antigua, que en el convento de Sainte-Odile, en Alsacia, fundado en el siglo VII, había un pasadizo que daba a la biblioteca. Ni corto ni perezoso lo utilizó para robar libros de la biblioteca del convento, que ese momento había sido reconvertido en hotel y centro de convenciones. Unos mil quinietos libros antiguos fueron encontrados en casa de Gosse, perfectamente cuidados y encuadernados, siendo la joya de la colección el Hortus deliciarum, del siglo XII, un hito de la encuadernación. En el jucio Gosse alegó que aquelos libros estaban abandonados, llenos de polvo y de cagadas de palomas, y que no parecía que nadie fuera a consultarlos jamás. Finalmente lo condenaron a 18 meses de cárcel.
Daniel Spiegelman
Spiegelman no es ningún experto en libros. Como Stanislass Gosse, descubrió de casualidad la manera de colarse en una de las universidades más ilustres de Estados Unidos, concretamente un ascensor de libros situado en una biblioteca, y utilizó ese conocimiento para robar libros durante seis meses. El robo tuvo lugar en 1994 en la Universidad de Columbia, Nueva York. Spiegelman se llevó mapas y manuscritos por valor de varios millones de dólares, entre ellos varios incunables, Libros de Las horas, veintiséis medievales y renacentistas, ocho manuscritos árabes, 284 mapas sueltos y 230 mapas mutilados. Spiegelman va robando todo cuanto puede y va guardando su botín en diferentes lugares de Manhattan, para luego tratar de venderlo. Al final fue condenado a cinco años de prisión y sentó el precedente de considerar esos robos, por su magnitud, como un crimen hacia la Humanidad.Travis McDade relata el caso de Spiegelman en su libro El ladrón de libros: los verdaderos crímenes de Daniel Spiedelman.
Raymond Scott
Fue el playboy de los ladrones de libros. Este vendedor de antigüedades ya fallecido fue condenado a prisión por posesión de bienes robados, en concreto, una copia del First Folio de Shakespeare, del que hay menos de 250 copias en el mundo. Scott inventó una extraña historia sobre el hallazgo del First Folio en Cuba a través de la novia de un amigo. Desde luego, el estilo de vida extravagante de Scott no ayudó a desviar la atención. Después de ser arrestado declaró: «Soy alcohólico y necesito dos botellas de buen champagne todos los días, pero solo después de las seis». Esa misma extravagancia le llevó a asistir al juicio vestido como Che Guevara, conduciendo un Ferrari amarillo y repartiendo pastel entre los asistentes. Negó haber robado el First Folio incluso después de ser encarcelado, pero más adelante haría una especie de confesión en una entrevista: «No estaba guardado en la bóveda de un banco, se guardaba al descubierto en un estante de libros y con amor. Entonces tal vez una persona se enamoró y pensó que era hora de pasar a la acción. Quizás esta persona decidió vivir un día como un león en lugar de pasar sus días como un cordero. Vivir la vida al máximo en La Habana, Londres o París. No puedes hacer esto sin dinero, sin mucho dinero. Esto es solo un cuento de hadas, por supuesto».
Stephen Blumberg
Blumberg es quizás el ladrón de libros más famoso de la historia. Su necesidad de robar y acaparar libros, le llevó a saqueó las más prestigiosas bibliotecas de los museos y universidades de Norteamérica. En concreto se hizo con con más de 23.600 títulos, valorados en un total de 5,3 millones de dólares. Blumberg, que tenía un historial de enfermedades mentales, sentía debilidad por los incunables y los raros y curiosos, de corte histórico. Sostenía que las bibliotecas eran cárceles de la información y que se llevaba libros cuyo valor sólo él era capaz de apreciar para salvarlos de la destrucción. Los trucos que utilizó para robar parecen sacados de Missión Imposible: se hizo pasar por investigador, pasó una noche oculto entre los estantes o en el hueco de un montacargas, se deslizó por túneles de ventilación, hizo copias de las llaves. Era metódico y paciente: estudiaba durante semanas los sistemas de seguridad y los cambios de guardias para asestar el golpe una vez todo calculado. Fue condenado en diciembre de 1991 a 6 años cárcel y a 200.000 dólares de multa, además de vetársele el acceso a bibliotecas. En diciembre 29 de 1995 salió de prisión y en 1997 volvió a robar libros antiguos. Lo volvieron a capturara en julio de 2003 por robar en una mansión de Keokuk, Iowa y estuvo preso hasta 2004. Basbanes le dedicó un capítulo en su libro Bibliomania, a Gentle Madness.
Farhad Hakimzadeh
A diferencia de otros ladrones de libros, Farhad Hakimzadeh tiene el agravante de que mutiló y destruyó muchos libros para cometer sus robos. Con el añadido, además, de que Hakimzadeh era millonario hombre de negocios, académico y experto en mapas antiguos, que poseía la cuarta biblioteca del mundo en su terreno. Fue condenado en 2009 a dos años de cárcel por robar más de 150 grabados de libros antiguos pertenecientes a la Biblioteca Británica y a la Bodleian. Su experiencia, conocimiento y acceso privilegiados no le impidieron llevarse esos mapas usando un bisturí, lo que hacía muy difícil descubrir los robos, ya que los volúmenes sí permanecían en sus anaqueles. Al inspeccionar su biblioteca, en su lujosa residencia de Kensington, descubrieron decenas de esos mapas, algunos valorados en 45.000 dólares, así como varios libros que databan del siglo XVI se encontraron en su casa. No se sabe por qué diseccionó los libros, desde luego no para venderlos, pero parece que el ladrón estaba tratando de trazar el camino de los viajeros europeos a través de Mesopotamia, Persia y el imperio Mogol.
Forbes Smiley III
Al igual que Hakimzadeh, el interés de Smiley estaba centrado en los mapas antiguos, y no dudaba en mutilar libros para conseguir su botín. También se aprovechó de su situación privilegiada: Smily era un experto y marchante que ayudó a crear dos de las mejores colecciones de Estados Unidos, toda una personalidad en el mundo de la venta de mapas antiguos. Fue detenido el 8 de junio de 2005 cuando se le cayó una cuchilla al suelo en la biblioteca Beinecke de Yale. Es difícil saber desde cuándo estaba robando, quizá desde 1998, y por supuesto cuantificar los daños que ha causado. Smiley comienza sus robos para mantener el tren de vida que tenía. Su descubrimiento supuso un antes y un después en el mundo de la protección de mapas, al desvelar que muchas universidades no eran conscientes ni de lo que tenían. Michael Blanding le dedicó un libro titulado El Ladrón de Mapas.
Massimo De Caro
Miguel Albero llega a considerar a De Caro como el gran ladrón de libros del siglo XXI. Fue director de la Biblioteca Girolamini en Nápoles, una de las bibliotecas italianas más importantes del país. Cuando el profesor de Historia del Arte Tomasso Montanari visitó la biblioteca y se dio cuenta de las pésimas condiciones en que esta se encontraba escribió un artículo en un periódico local quejándose de ello. A continuación se denuncia la desaparición de 1.500 libros de la biblioteca. No se tarda mucho en pillar a De Caro con las manos en la masa. Había dado la orden de apagar las cámaras de seguridad, pero parece ser que los empleados de la biblioteca olvidaron hacerlo y fue sorprendido in fraganti. De Caro, que era un tipo con una historia turbia detrás, llega incluso a sustituir un libro de Galileo por una copia elaborada por él mismo, tan bien hecha que consiguió engañar a expertos durante mucho tiempo. Además, intercambia libros con el cardenal Mejía, responsable de la Biblioteca Vaticana, en concreto le da dieciséis incunables a cambio de seis libros, poniendo como excusa que estaban repetidos. Algunos de los libros sustraídos por De Caro pudieron ser restituidos: el Estado de Baviera dio la orden de repatriar 543 volúmenes de los siglox XVI y XVII en febrero de 2015.
[…] reparos en apropiarse de aquello que no les pertenece. En el mundo de los libros también pasa y no son pocos los casos. Lo curioso es que en muchos de ellos son personajes que se declaran bibliófilos, […]