Palacio de Buckingham en 1837 (Fuente).

Desde finales de 1838 entre la guardia real del Palacio de Buckingham circulaba el rumor de que había una sombra en alguna de las estancias, aunque nadie sabía decir mucho más. Eran entre las tres y las cinco de la madrugada del 14 de diciembre de 1838, cuando el servicio ya estaba en la cama. Uno de los guardias vislumbró una silueta a sus espaldas, en el ala norte del palacio. Parecía un niño por su altura, pero estaba demasiado oscuro. Al acercarse, el joven descubrió que era un joven sonriente, con la cara manchada de hollín. Casi al momento, la silueta desapareció en la oscuridad de la noche.

El guardia dio la voz de alarma y durante varias horas se buscó a ese joven que había conseguido burlar la seguridad y entrar dentro del Palacio de Buckingham. Mientras se buscaba al intruso la guardia descubrió que alguien había entrado en el dormitorio de la reina Victoria, había abierto sus armarios y había rebuscado y saqueado las pertenencias de la monarca. Afortunadamente, la reina se había quedado en el castillo de Windsor esa noche. Ni siquiera había amanecido cuando se consiguió atrapar al muchacho, mientras trataba de huir corriendo por el cesped.

A continuación lo llevaron a las cocinas, donde había más luz, para interrogarlo. Allí comprobaron que el joven estaba completamente cubierto de grasa, y además llevaba puesto dos pantalones. La policía del palacio le exigió que se desnudara y entonces se produjo la gran sorpresa: el chico llevaba puestos varios pares de bragas. Cuando le presionaron, el chico dijo que se llamaba Edward Cotton. Entonces la policía descubrió que durante el día se escondía detrás de los muebles o dentro de las chimeneas y que por la noche paseaba por los pasillos y las habitaciones como si fueran suyas y hurgaba cuanto quería. Al menos dos veces fue sorprendido sentado en el trono. A veces, durante las reuniones de la reina con sus ministros, se escondía debajo de una mesa y escuchaba a escondidas. Cuando tenía hambre, acudía a la cocina a por los restos que habían sobrado. Cuando estaba demasiado sucio, se enjuagaba su única camisa en el lavado. De esta forma había conseguido vivir en el palacio durante casi un año.

Según explica el historiador, profesor y escritor, Jan Bondeson, en su libro The Strange Story of the Boy Jones, la primera vez que el joven de 14 años, que fue apodado como «Boy Jones», entró en el palacio fue un año después de que Victoria tomara posesión de la corona. «Edward Jones siempre fue un personaje muy extraño. Aparte de la reina Victoria, nunca se interesó por las mujeres. Era un personaje muy solitario, pero no era esquizofrénico o clasificado como loco, sólo extraño. Era extremadamente feo, con la boca ancha y la frente baja, y nunca se lavaba, por eso la gente pensaba que era un joven que limpiaba chimeneas», explica Bondeson.

La pregunta es: ¿cómo consiguió el muchacho colarse en el que debía ser uno de los lugares más vigilados del mundo? Según Bondeson, Jones consiguió acceder al palacio a través de puertas o de ventanas de la planta baja que no estaban vigiladas. Parece ser que la seguridad del palacio, por aquel entonces, dejaba mucho que desear. No era solo que la guardia real fuera desorganizada, es que, con muros bajos y ramas de árboles por todas partes, había muchas facilidades para que cualquier extraño se colara en el recinto. De hecho, era habitual encontrar a borrachos y a vagabundos durmiendo en el jardín de atrás.

Tras ese primer arresto, Jones volvió a burlar una y otra vez la seguridad del palacio. De hecho, fue atrapado hasta en tres ocasiones y admitió haberse colado muchas otras veces. Un par de años después de su primera incursión, Jones volvió a colarse en el Palacio de Buckingham, dos semanas después de que la reina Victoria diera a luz a su primer hijo. El 3 de diciembre de 1840, la institutriz de la reina descubrió al muchacho oculto bajo el sofá, en la habitación que estaba junto al gabinete de la reina. El joven fue arrestado de nuevo y juzgado. Su alegato de locura fue rechazado y se le condenó a tres meses de libertad condicional. Pero una vez libre, no solo volvió a intentar colarse en Buckingham, sino que lo consiguió y le robó las bragas a Victoria de nuevo.

Finalmente fue juzgado en secreto pero, debido a que por aquel entonces lo que había hecho no se consideraba un delito grave, no estuvo en prisión mucho tiempo. Para quitarlo de en medio, el gobierno decidió enviarlo a Brasil, pero unos años después regresó al Reino Unido dispuesto a volver a sus antiguas andanzas. Cuando las autoridades lo supieron lo deportaron a Australia, donde murió en 1893. Según se dice, estaba borracho cuando se cayó desde un puente. El de Boy Jones no era el primer caso de un acosador que trataba de aproximarse a la reina Victoria. En el verano de 1838 un tipo llamado Thomas F. también fue detenido dentro del Palacio de Buckingham, durmiendo en una silla muy cerca del dormitorio de la monarca. Al parecer, se había saltado la vigilancia de la guardia real y había conseguido entrar en los aposentos de la reina, donde había intentado encontrarla, pero tras un buen rato deambulando por las estancias, se quedó dormido y acabó siendo descubierto.

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