Hubo un momento en la historia en que un alemán cualquiera podía llevar miles de millones de marcos en sus bolsillos y aún así no podía comprar nada. Decir que todo era terriblemente caro es quedarse corto. Una sueldo completo no daba ni para pagar un café. El marco estaba en caída libre y su valor disminuía por segundos, al tiempo que el precio de todo aumentaba. Un hombre podía tomarse el primer café del día por 5.000 marcos pero el segundo ya podía costarle 9.000. Los restaurantes dejaron de imprimir menús porque, para cuando llegaba la comida, el precio ya había subido. Esto daba pie a situaciones tan horribles como divertidas. Como que un niño fuera enviado a comprar dos piezas de pan, se parara un rato a jugar a la pelota y al llegar a la tienda el precio hubiera subido tanto que solo podía comprar una. O que un hombre fuera a Berlín a comprarse unos zapatos y al llegar a la ciudad la moneda hubiera bajado tanto que solo pudiera permitirse un café y un billete de vuelta.
Esta absurda situación comenzó en algún momento alrededor de la mitad de la Primera Guerra Mundial, cuando el gobierno alemán decidió que en lugar de usar el dinero del c
ontribuyente para financiar la guerra simplemente pedirían dinero prestado a otras naciones. Los alemanes confiaban en que podrían pagar la deuda cuando ganaran la guerra apoderándose de territorios ricos en recursos e imponiendo reparaciones a los aliados derrotados.
Sin embargo, el plan fracasó. Alemania perdió la guerra y terminó con deudas masivas. Además, el Tratado de Versalles impuso a Alemania una multa de 132 mil millones de marcos como reparaciones por causar pérdidas y daños a los Aliados en la guerra. Para pagar las deudas, el gobierno recurrió al engaño: comenzaron a imprimir dinero y lo usaron para comprar divisas, que luego se usaron para pagar reparaciones. El nefasto resultado no se hizo esperar: pronto hubo demasiado dinero frente a muy pocos bienes, lo que hizo que la inflación se descontrolara.
En un primer momento, la inflación subió lentamente. De 4,2 marcos por dólar antes de la guerra se pasó a 48 marcos por dólar tras la firma del tratado. Entonces el proceso se aceleró rápidamente. En la primera mitad de 1922, la moneda llegó a 320 marcos por dólar. Antes de fin de año, había caído a 7.400 marcos por dólar. Finalmente, en su momento más catastrófico, la moneda llegó a la desorbitada cifra de 4,2 mil millones de marcos por un dólar.
Cuando tocaba cobrar los trabajadores llevaban maletas y bolsas a sus lugares de empleo y a continuación corrían a gastar, antes de que subiera la tasa de cambio. En pocas semanas aparecieron billetes de mayor valor. Tras la aparición del billete de mil millones de libras, pocos eran los que se molestaban en recoger el cambio. Hubo un pánico económico generalizado y una desconfianza que hizo que la moneda perdiera su significado.

El dueño de una tienda anuncia «vender y reparar a cambio de comida», uno de los muchos alemanes que recurren a una economía de trueque en medio de la hiperinflación.
La gente dejó de utilizar la moneda en sus intercambios comerciales y recurrió al antiguo y ancestral trueque. Los médicos, por ejemplo, insistían en que se les pagara con salchichas, huevos, carbón y otros productos por el estilo. La gente cambiaba un par de zapatos por una camisa o unos platos por un poco de café.
Lo más curioso de todo es que los bienes no escaseaban, era simplemente que no había una moneda estable para comprarlos. En ese contexto, los únicos objetos que tenían un valor real eran activos tangibles: oro, diamantes, obras de arte, antigüedades, etc. La tasa de hurtos menores se disparó. Cualquier cosa era susceptible de ser robada, excepto el dinero, desde jabones hasta gasolina. La gente comenzó a vivir como si no hubiera un mañana. Se abrieron salones de baile y bares de striptease por todas las ciudades y, además, las ventas de cocaína se dispararon.
Era evidente que se necesitaba un cambio monetario radical para detener la inflación permanente y volver a la situación anterior a la crisis. A fines de 1923, la moneda fue reemplazada por una nueva ,la Rentenmark, respaldada por hipotecas en tierras agrícolas e industriales. El valor del Rentenmark se fijó con una tasa de cambio de 4.2 Rentenmark por dólar.
Poco a poco Alemania fue volviendo a la normalidad, aunque el país tardaría mucho en volver a ser el mismo. En 1923 el escritor estadounidense Pearl S. Buck visitó Alemania y describió la situación que vio allí con estas palabras: «Las ciudades seguían allí, las casas aún no bombardeadas y en ruinas, pero las víctimas eran millones de personas. Habían perdido sus fortunas, sus ahorros; estaban aturdidos y conmocionados por la inflación y no entendían cómo les había sucedido a ellos y quién era el enemigo que los había derrotado. Sin embargo, habían perdido la seguridad en sí mismos, la sensación de que ellos mismos podrían ser los dueños de sus propias vidas si solo trabajaban lo suficiente; y también perdieron los antiguos valores de la moral, la ética y la decencia». Precisamente en esto último incide el autor y economista George JW Goodman para explicar cómo pudo el pueblo alemán mostrar aquiescencia con la barbarie nazi: «Había un temperamento diferente en el país, un temperamento que Hitler más tarde explotaría con talento diabólico».
[…] esto, no es extraño que se usaran los billetes para cualquier cosa menos para pagar. Si alguien se dejaba en un bolsillo de un abrigo un billete de 100 marcos unas semanas, cuando lo […]