Ningún arrepentimiento podrá enmendar las oportunidades perdidas en la vida.
Charles Dickens.
Si es posible pensar a la bondad como un ser con características humanas no viene a la mente la imagen del papa o cualquier otro hombre de la historia; exceptuando quizá al carpintero de Galilea, al maestro de Platón e irónicamente al viejo tacaño de Scrooge. Sacrificarse hasta cierto punto es devaluarse.
Pero, ningún sacrificio humano se consuma si no logra atravesar sentimientos, emociones, felicidad o tristeza, alguno que otro matiz de angustia o alguna que otra pincelada de alegría, que enorgullece al pobre o al rico; si no logra ampliar o reducir el límite tanto de prejuicios como de perjurios inherentes al pensamiento experimentado o al pensamiento robusto, viejo, consciente, cincelado; si no logra, por lo menos, conmover al espíritu humano.
La novela titulada Canción de Navidad se publicó en diciembre de 1843. Según se cuenta, Dickens tardó un mes en escribirla. Tuvo un éxito inmediato y llenó a C. Dickens de bastantes cartas de agradecimiento por parte de literatos y lectores. Entre estas misivas se encuentra la alabanza de Lord Jeffrey:
“Caigan bendiciones sobre vuestro corazón bondadoso. Podéis consideraros dichoso, pues que podéis estar seguro de que con esta publicación habéis hecho más bien, habéis alentado más buenos sentimientos y hecho nacer más actos positivos de caridad que los que pueden atribuirse a todos los púlpitos y confesionarios de la Cristiandad desde la Navidad de 1842”.
Canción de Navidad es el título de una novela corta de Dickens. En ella la esperanza en la humanidad es posible, siempre con ayuda de fantasmas, y realizable, con ayuda de un cambio de mentalidad. La bondad en este relato tiene una importancia ingente cuando se la reconoce en cada pregunta, en cada pasaje, cuya humanidad y hermandad están en la conciencia o en el examen a sí mismo.
Nos interesa la bondad del tacaño Scrooge de Dickens, porque muestra el frío invierno de nuestra época como señal de que la primavera hace mucho tiempo desapareció del corazón de los hombres. Además, el resentido Scrooge encarna un buen enlace que conecta corazón y sentimiento; esperanza y fortuna; imaginación y realidad.
Lo interesante de Scrooge no es su patente avaricia que muestra sin preocupación y vergüenza, sino su olfato para reconocer pobreza y dolor: acompañantes del hombre por la directriz destino. La pobreza es descontento, infelicidad, afirma Scrooge. No obstante, la contraparte de Scrooge se reconoce en la personalidad de su sobrino: “pobretón y contento”.
La aversión de Scrooge a la Navidad se percibe hasta en sus contestaciones molestas y ofensivas. Cuando el sobrino desea felices pascuas al cara dura de Scrooge, éste responde:
«-¡Pues claro que sí!…-contestó Scrooge-. ¡Felices pascuas!… ¿Qué derecho tienes tú a ser feliz? ¿Qué razón tienes tú para estar contento? Eres un pobretón».
No obstante, el buen humor del sobrino le salva de la injuria y responde a la agresión sonriendo. Sátira para tiempos ofensivos:
«-Pues entonces -replicó el sobrino alegremente-, ¿qué derecho tienes tú a sentirte desgraciado? ¿Qué motivos tienes para estar de mal humor? Eres un ricachón».
Este diálogo inaugura la burla contra la amargura; la alegría contra la seriedad; la destrucción del sentido vital contra el deseo a la falsa realidad. ¿En qué momento se valida la fórmula: riqueza igual a felicidad; pobreza igual a infelicidad? Dado que el hombre olvida su relación consigo mismo y las cosas se pregunta constantemente por el sentido de la existencia. Por medio de la pregunta comienza la realidad de la existencia para la consciencia.
La careta de la personalidad está en el exterior no humano, es decir, lejos del alcance visual donde la mirada engendra prejuicio a lo material; y no porque lo material sea impuro, sino por su tendencia a la corrupción y degradación; así nacen valores a secas, medidas exteriores universales sobre las personas y cosas.
Scrooge no es un avaro malcriado y detestable, es más bien, la percepción sobre la vida influida por la presión del momento, de esa etapa oscura inevitable en la vida del hombre o mujer. Quien ve en Scrooge la actitud y personalidad de nuestros contemporáneos no estará lejos de comprender el rumbo y el avance de la época.
Scrooge odia, reniega, vive amargamente e infeliz, pero reconoce su tiempo como un tiempo de “holgazanes”, de pobres, de gente que se beneficia de la riqueza ajena; él pasa por ser un tirano desalmado, antes que ser un capitalista amargado. Es el “alter ego” de nuestro profundo yo, heredado y asimilado por la humanidad.
Finalmente, en la novela Scrooge deja de ser Scrooge, cambia, acude a la metanoia como principio rector para salvaguardar su yo. Es una metáfora decir que hay un cambio. Es más bien, un retorno, el retorno a uno mismo. Canción de Navidad, por lo tanto, es el retorno de Scrooge a su niñez y pureza; a la alegría y mayormente a la felicidad. Es una guía para “tiempos difíciles”.
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