En 1960 el escritor Karl Shapiro publicó un ensayo en la revista literaria parisina Two Cities en el que calificaba a Henry Miller como «el mejor autor vivo». Esta declaración, como no podía ser de otra forma, no dejó de causar controversia. Desde su primera novela, Trópico de Cáncer, publicada en París en 1934, el autor estadounidense no había dejado indiferente a nadie, generando opiniones tanto a favor como en contra. Su tratamiento del sexo, descarnado y tremendamente gráfico, fue la leña que alimentó la polémica. Sin embargo, centrarse exclusivamente en este aspecto del trabajo de Miller no hace justicia al verdadero sentido de su defensa de la libertad sexual, como búsqueda de una libertad personal, social y artística. Una búsqueda que, en su sentido más amplio, está presente en la colección de ensayos La sabiduría del corazón, que ha publicado la editorial Stirner, en traducción de Víctor Olcina Pita.
En los textos que conforman La sabiduría del corazón Miller se lanza a esa búsqueda a sangre abierta, exponiendo su filosofía de vida, centrándose en personalidades individuales que sí consiguieron, de alguna manera, alcanzar esa libertad, como Benno ‒el salvaje de Borneo‒, el actor francés Raimu, el alcohólico veterano con el cráneo trepanado, el pintor Hans Reichel, el fotógrafo Brassäi o los escritores Blaise Cendrars, D. H. Lawrence o Balzac ‒o incluso el propio Henry Miller‒. Ese es el hilo conductor que conecta el heterogéneo conjunto de ensayos. Un mero pretexto para exponer su pensamiento, como confiesa al comienzo de «El ojo cosmológico»: «Mi amigo Reichel es sólo un pretexto para hablar acerca del mundo, el mundo del arte y el mundo de los hombres, y la confusión y el eterno malentendido que existe entre ambos».
Hay una preocupación constante por reafirmar al individuo, como «aquel que tiene el valor de decir No en el momento crucial, e incluso de enfrentarse por anticipado con el problema con un ¡no!». La contradicción está, sin embargo, en el seno de la filosofía de Miller. Por una parte ensalza a los que llama «poetas de la vida», místicos como Jesús, como Nietzche, como Whitman o como Dostoievski, que también arrastraron la contradicción de arremeter contra la civilización para contribuir a ella, y por otra parte los niega, advirtiendo la necesidad de odiar a los predecesores para liberarnos de su autoridad, porque lo más importante es, ante todo, la libertad. Es la misma contradicción que nos dice que debes perder algo de ti mismo para encontrar, que debes abrazar el dolor para hallar el placer.
«Es el corazón del hombre lo que gobernará en las edades que están por venir, de eso está seguro. ¡Pero primero de todo el corazón debe purificarse!», escribe Miller. Con una escritura nacida desde ese corazón, reflexiona, además de sobre la condición humana, sobre el arte y el oficio de escribir, consciente de las limitaciones que tiene como punto de partida. En «Reflexiones sobre el arte de escribir» admite que «todo lo que un crítico pueda escribir sobre una obra de arte, incluso en el mejor de los casos, incluso lo más sólido, convincente y pausible, incluso lo que se escribe con amor, lo cual sucede raras veces, no es nada comparado con la mecánica real, con la genética real de una obra de arte». Así pues, su búsqueda le llevará al borde del precipicio, para obligarle después a saltar a la oscuridad, con el añadido de que aquello que conoce es cada vez más incomunicable. En «El alcohólico veterano con el cráneo trepanado» escribe: «Uno debe aprender por encima de todo a sufrir. Un escritor no es bueno a menos que haya sufrido». Hay, sin embargo, un resquicio para la esperanza. Como cuando en «El útero enorme» señala que «el paraíso está siempre en el horizonte, siempre a la vuelta de la esquina». Un cuerpo filosófico especialmente notable es el que Balzac expone en Louis Lambert y Serafita, dos novelas que pertenecen a la sección «Estudios filosóficos» dentro de La comedia humana. Por algo Miller les dedica casi una cuarta parte del total del volumen.
El pensamiento de Miller tiende a ser enrevesado, a veces difícil de seguir, demostrando que antes que filósofo es escritor. Además de sinceridad, de verdad última, sus escritos están guiados por una voluntad estética que combina la acumulación de imágenes con la reflexión pura y dura. Es en boca de sus personajes cuando el mensaje se transmite con mayor fluidez. Esa visión artística no acaba por enturbiar su verdadero propósito, que en palabras de Karl Shapiro «es encontrar el núcleo viviente de nuestro mundo dondequiera que éste se halle y en cualquiera de sus manifestaciones, en el arte, en la literatura, en el comportamiento humano mismo». Continúa Shapiro, «es entonces cuando canta, cuando se entrega a sus alabanzas, cuando grita desde lo más hondo de sus pulmones con aquella hilaridad desbordante que le ha hecho célebre». Y eso es precisamente La sabiduría del corazón, un grito desde lo más hondo de los pulmones que nos da pie a conocer al Henry Miller más introspectivo.
No hay comentarios