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El constante deseo por combatir la rutina hacen que la creatividad sea en el ser humano casi un rasgo biológico. Es la imaginación desbocada lo que hace que la ciencia, la tecnología, el arte, la sociedad y el ser humano en general avancen. Pocas son las facetas de nuestras vidas que de alguna u otra forma no estén tocadas por la mano del ingenio. Sin embargo, ¿de dónde vienen las ideas nuevas? Contrariamente a lo que se suele pensar, la innovación no es algo al alcance solo de unas cuantas mentes privilegiadas. El impulso de crear cosas nuevas prácticamente forma parte de nuestra composición biológica. Viva en cada ser humano, en constante lucha contra lo repetitivo.
Ese impulso creativo puede dar la cara en cualquier ámbito de la vida. Por ejemplo, en la industria automovilística anterior a 1908 la construcción de cada vehículo nuevo era una tarea muy laboriosa, porque cada uno se construía a medida y se ensamblaban sus piezas una a una. Y así fue hasta que llegó Henry Ford, al que se le ocurrió una innovación fundamental: simplificar el proceso juntando la fabricación y el montaje bajo un mismo techo. La fabricación en serie cambió para siempre la manera en la que se construían los coches, alcanzando un ritmo de producción sin precedentes. Pero la idea de Ford no era completamente original; a poco que se analice es posible hallar su genealogía. En primer lugar está Eli Whitney, que a principios del siglo XIX había creado armas con piezas intercambiables para el ejército estadounidense, una innovación que permitió reparar un rifle dañado utilizando piezas recuperadas de otras armas. La idea de partes intercambiables le hizo pensar a Ford que podría hacerse lo mismo con coches. Por otra parte estaban las tabacaleras, que seguían un tipo de fabricación muy parecido a la producción en cadena. De aquí, y de la industria cárnica de Chicago, tomó Ford la idea para su fabricación en serie. Con razón diría: «No inventé nada nuevo. Simplemente uní en un automóvil los descubrimientos de otros hombres, detrás de los cuales había siglos de trabajo».
Pero el arte, más que ninguna otra faceta de la vida, es especialmente permeable a la creatividad. Tras la muerte de Coleridge, que había escrito su poema «Kubla Khan» como consecuencia de un sueño inducido por el opio, el erudito John Livingston Lowes diseccionó concienzudamente el proceso creativo del poeta a través de su biblioteca y de sus diarios. Lowes descubrió que había influencias secretas identificables en su biblioteca detrás de toda obra de Coleridge, incluso de aquellas aparentemente más originales.

Las señoritas de Avignon (Fuente).
¿Funcionan así las ideas nuevas incluso cuando lo que descubren es algo radicalmente diferente a todo lo que hubiera existido hasta ese momento? Cojamos como ejemplo Las señoritas de Avignon de Pablo Picasso. La generación anterior al artista malagueño ya había iniciado su alejamiento del realismo francés del siglo XIX. En concreto, Paul Cézanne, muerto un año antes de que Picasso hiciera su pintura, había descompuesto el plano visual en formas geométricas y manchas de color. Más tarde, diría de él Picasso que era su «único maestro».
Pero no es esta la única característica de Las señoritas de Avignon que es posible rastrear. Picasso también se inspiró en un retablo del siglo XVII, Visión del Apocalipsis de El Greco, de donde sacó la idea para la agrupación de las prostitutas y para el inusual tamaño de la obra. Por no mencionar las influencias más exóticas. Picasso, que sabía que Paul Gauguin había abandonado a su esposa e hijos para mudarse a Tahití e incorporar el arte indigena a sus pinturas y xilografías, se sentía fascinado por este tipo de arte. Este interés le llevó incluso, junto a Apollinaire, a robar dos piezas del Louvre, con unas desafortunadas consecuencias. En algún momento Picasso señaló la similitud entre las piezas robadas y los rostros que había pintado en su cuadro. Es más, el mismo Picasso admitió que tuvo la idea para su cuadro después de visitar una exposición de máscaras africanas en un museo cercano ‒aunque más tarde diría que en realidad el cuadro lo tenía completo antes‒.

Visión del Apocalipsis (Fuente).
Descubrir las influencias de Picasso no hace que pierda originalidad, ni mucho menos, sino más bien al contrario. El pintor supo extraer la materia prima de todo aquello que le rodeaba y llevarla a un nivel nunca visto antes. Todos los artistas coetáneos tenían acceso a las mismas fuentes; sin embargo, solo uno fue capaz de pintar Las señoritas de Avignon. El ensayista Montaigne le dio forma a esta idea diciendo que «las abejas saquean flores aquí y allá, pero después hacen con ellas miel, que es toda suya… hecha con las piezas prestadas por otros; ellas las transforman y las combinan para hacer su propio trabajo».
La creatividad muchas veces se ve como una bombilla que se enciende, como una descarga eléctrica, un momento en el que alguien grita «¡eureka!» y la idea nace por generación espontánea o por intercesión de las musas. Es lo que le pasó a Tony Cicoria, un cirujano que en 1994 mientras hablaba con su madre en un teléfono público fue alcanzado por un rayo. A partir de ese momento comenzó a componer música, aparentemente de la nada. Y digo aparentemente porque incluso Cicoria utilizó la materia prima que le rodeaba. Él mismo cuenta que después del accidente desarrolló un fuerte deseo por escuchar música de piano del siglo XIX. La música de Cicoria, como es natural, comparte características y estructura con los compositores que escuchaba. Tal vez su deseo de componer sí naciera de la nada, pero el proceso creativo que siguió desde luego no.
Es decir, que para tener ideas nuevas los creadores tienen que partir de ideas heredadas, y a partir de ellas unirlas, conectarlas o remoderlarlas. Absorben el mundo y lo manipulan para crear futuros posibles. Es por eso que Joyce Carol Oates habla de un esfuerzo colectivo. El creativo Austin Kleon incluso enseña cómo forzar el proceso creativo tomando ideas de otros artistas en su ensayo Roba como un artista. No, las ideas nuevas no se encienden prendidas por un rayo sino que nacen de la memoria, de recuerdos e impresiones existentes, surgen al entrelazar millones de chispas microscópicas en la vasta oscuridad del cerebro.
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