Samuel Taylor Coleridge, por Washington Allston (Fuente).

Samuel Taylor Coleridge está considerado uno de los poetas ingleses más importantes de la historia, encabezando el movimiento romántico en el país, con autores tan importantes como Shelley, Keats, Wordsworth o Lord Byron. Con obras como Balada del viejo marinero, la sombra de su influencia se extiende hasta la poesía contemporánea. Incluso aquellos que no han leído este poema, están influidos por él, pues algunas frases proverbiales pasaron del texto al idioma inglés, como la metáfora del albatros alrededor del cuello para señalar algo que dificulta el trabajo. El Dictionnaire Bouillet au XIXe siècle afirma que el mérito de Coleridge como poeta radica en haberse alzado contra los lugares comunes y la literatura artificial de su tiempo.

Una de sus contribuciones más conocidas a la literatura consiste en la incorporación de elementos góticos a sus obras, algo que ayudó a inflamar la locura por lo gótico en su época. Mary Shelley, que conocía bien a Coleridge, menciona Balada del viejo marinero dos veces en Frankenstein, y algunas de las descripciones de la novela se hacen eco del poema de Coleridge. Aunque William Godwin, su padre, no estaba de acuerdo con Coleridge en algunos asuntos importantes, respetaba sus opiniones y el autor visitaba a los Godwins a menudo. Mary Shelley más tarde recordaría cómo se escondía detrás del sofá al escuchar a Coleridge recitando Balada del viejo marinero. Ahora bien, Coleridge ha influido en la literatura de su tiempo de formas menos conocidas.

En primer lugar, fue uno de los primeros autores que escribió inducido por las drogas. El poeta usaba el opio para tratar su reumatismo crónico, pero a lo largo de su vida comenzó a tener una relación cada vez más recreativa con la droga. Muchos críticos piensan que su poema de 1816 Kubla Khan está basado en una alucinación inducida por el opio ‒hay quien dice, incluso, que esto es extensible a Balada del viejo marinero‒. Aunque muchos románticos no eran ajenos al consumo de drogas, escritores como Shelley o Thomas de Quincey ‒autor de Confesiones de un inglés comedor de opio‒ no pueden competir con la huella alucinatoria dejada por Kubla Kahn. Podemos encontrar rastros de esta influencia en literatos como Walt Whitman o Ralph Waldo Emerson, pero a través del lente del verso infundido de drogas también podemos ver la importancia de Coleridge, y más claramente en Arthur Rimbaud, y, más tarde, en los autores de la Generación Beat. La influencia de los románticos en Allen Ginsberg está bien documentada, pero Kubla Khan también fue muy importante para allanar el camino a William S. Burroughs.

Por otra parte, la influencia de Coleridge no solo se basa en sus versos sino también en su labor de crítica literaria. A Coleridge, en concreto, tenemos que agradecerle la recuperación del shakespeariano Hamlet. Antes de que el autor de Kubla Khan lo reivindicara, el consenso general, respaldado por autoridades como Voltaire y Samuel Johnson, no valoraba en absoluto Hamlet. Sin embargo, durante una serie de conferencias sobre Shakespeare, Coleridge argumentó que los lectores anteriores no estaban preparados adecuadamente para interpretar las ricas complejidades psicológicas de Hamlet como personaje. Es más, lo que hace Coleridge es adelantarse a la crítica psicoanalítica que no surgiría hasta el siglo XX. Gracias a Coleridge, Hamlet se hizo tremendamente popular, convirtiéndose en una influencia decisiva para infinidad de obras posteriores, como La tierra baldía de T.S. Eliot, Ulises de Joyce o La broma infinita de David Foster Wallace. Sin la influencia de Coleridge es posible que estas obras maestras de la literatura no fueran tal y como las conocemos, porque Hamlet hubiera permanecido relativamente desconocido.

Fue a partir de 1957, año en el que la experta en Coleridge Kathleen Coburn publicó sus cuadernos, cuando la valoración que se hacia del poeta cambió por completo y pasó a considerársele como uno de los hombres más cultos de su tiempo.

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