
Erasmus Darwin (Fuente).
Hoy en día es muy probable que el nombre Darwin traiga a la mente a una única persona, Charles Darwin, el naturalista inglés de principios del siglo XIX, famoso por escribir El origen de las especies y por su contribución a la teoría de la evolución biológica. Sin embargo, en la Inglaterra de un siglo antes, había otro Darwin igual de famoso: Erasmus Darwin, abuelo de Charles y cuyos poemas pudieron tener una influencia decisiva en las teorías evolutivas de su nieto.
Nacido en 1731, Erasmus Darwin tuvo formación médica, aunque su foco de interés se extendió por ámbitos muy diversos. De mentalidad progresista, defendió la igualdad, condenó la esclavitud, apoyó la educación femenina y se opuso a las ideas cristianas conservadoras acerca de la creación, según escribe Patricia Fara en el blog de Oxford University Press. A este segundo Darwin hay que situarlo en el contexto de la Ilustración, cuando pensadores como Karl Marx, Jean-Jacques Rousseau o Mary Wollstonecraft intentaban comprender cómo funcionaba el universo.
Erasmus Darwin también lo intentó, pero consciente de que la poesía era una forma de conseguirlo tan lícita como la ciencia. Con esa intención escribió extensos poemas sobre jardines, sobre tecnología o sobre la evolución. En la última década de su vida esa poesía se hizo especialmente popular, sobre todo su The Loves of Plants de 1789. En esta obra se refiere específicamente al sexo de las plantas, con un estilo erótico que recuerda mucho a Fanny Hill. Aunque lo cierto es que por debajo de ese lenguaje poético, lleno de colorido y eufemismos, había un interés real por la ciencia y por el mundo natural, como señala el estudioso Alan Richardson.
Algunos años después, en 1794, Erasmus Darwin publica otro libro, en prosa, titulado Zoonomia or the Laws of Organic Life. En él había teorías sobre cómo evolucionó la vida guiada por un «espíritu de animación». «Su teoría parecía negar los relatos creacionistas de la Tierra, eliminar la distinción entre los seres humanos y el resto de animales», escribe Richardson. Unas teorías que ya en su época fueron vistas como peligrosamente políticas y que no solo antecedían a las hipótesis de su nieto sino que fueron un caldo de cultivo fundamental para que Charles Darwin pudiera sentar las bases de la evolución.
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