Retrato de Voltaire en 1718, por Nicolas de Largillière (Fuente).
Antes de adoptar el seudónimo de Voltaire, François-Marie d’Arouet, que así se llamaba, era un adolescente precoz que se fue labrando una reputación entre las élites del París del siglo XVIII gracias a su ingenio y a su capacidad para escribir versos pegadizos. Su irreverencia no parecía tener límites, ni siquiera contra aquellos que estaban en el poder, lo que le llevó a tener que exiliarse al campo en mayo de 1716. Más adelante, ese descaro tuvo consecuencias aún más dramáticas, llevándole a prisión. Y todo propiciado, en parte, por la historia de un incesto.
En 1715, el joven Arouet comenzó un nuevo proyecto: adaptar la historia de Edipo para un público francés contemporáneo. La antigua historia de Sófocles, tal y como está en Edipo rey, relataba la caída de Edipo, que cumplió la profecía de decía que mataría a su padre, el rey de Tebas, y se casaría con su madre. Rex. En 1659, el célebre dramaturgo francés Pierre Corneille había adaptado la obra, pero Arouet pensó que la historia merecía una actualización, y resultó que era el peor momento para hacerla.
En ese momento Francia estaba gobernada por Luis XIV, más conocido como «Rey Sol», uno de los monarcas más poderosos en la historia del país, recordado por haber expandido las propiedades coloniales pero también por haber llevado a la nación a tres grandes guerras. Además, centralizó el poder y elevó a la Iglesia Católica, persiguiendo de forma implacable a los protestantes franceses. Pues bien, el 1 de septiembre de 1715 murió sin dejar claro sucesor, por lo que el duque de Orleáns asumió la regencia hasta su propia muerte, durante la minoría de edad de Luis XV. Felipe II de Orleans cambió la trayectoria política de Francia, formando alianzas con Austria, los Países Bajos y Gran Bretaña. También modificó el antiguo orden social, se opuso a la censura y permitió que se reimprimieran los libros que alguna vez fueron prohibidos. Este cambio radical en el que se relajaron las restricciones sociales supuso para Arouet el nacimiento de una una libertad casi ilimitada, lo que le llevó a aprovechar el teatro como forma de difundir entre el público un mensaje de tolerancia ‒era consciente de que sus libros los leía un porcentaje muy reducido de la población y el teatro era la única forma de llegar a una masa mucho mayor‒.
Así que Arouet se puso a trabajar en su versión de Edipo, destinada a ser representada por la Comédie Française, que era prácticamente el único teatro autorizado y supervisado por el tribunal para la realización de tragedias y dramas serios. En un primer momento la Comédie Française rechazó su obra, pero finalmente fue aceptada, de forma revisada, el 19 de enero de 1717. Podría haber sido un éxito, pero el descaro de Arouet le llevó a escribir unos versos que se hicieron bastante populares en los que se hacía eco de un rumor, que Felipe II mantenía una relación incestuosa con su hija, y eso fue algo que, incluso para un gobernante tan permisivo, era ir demasiado lejos.
El 16 de mayo de 1717, Arouet fue arrestado y llevado a la Bastilla. Aunque intentó declararse inocente, alegando que no era él quien había escrito los versos, había admitido que lo había hecho delante de algunos amigos, amigos que resultaron ser espías. Su caso nunca pasó por ningún tipo de proceso judicial, así que Arouet no podía saber a ciencia cierta cuánto tiempo pasaría en prisión porque su castigo dependía únicamente del capricho del Regente. Además, por descontado, las condiciones en la Bastilla eran lamentables: estaba confinado en un espacio mínimo, con escasa comida y ninguna luz del sol. Sin embargo, Arouet no dudó en utilizar esa etapa de su vida para dedicarla a la lectura y al estudio de la literatura. Después de 11 meses, Felipe II decidió mostrarse clemente y lo liberó a Arouet el Jueves Santo, 14 de abril de 1718. Este se mantuvo en una especie de arresto domiciliario durante varios meses, hasta que la medida se relajó y se le permitió la entrada y salida libre de París.
Así nos plantamos en el 18 de noviembre de 1718, momento en el que el joven Arouet ya se refería a sí mismo como «Voltaire», cuando tuvo el primer gran éxito literario de su vida: la puesta en escena de Edipo en la Comédie Française. La obra fue tan popular que llegó a tener unas 32 representaciones ‒tal vez parte de esa popularidad se debió a los escándalos por los que había pasado su autor‒. Voltaire arremetió contra todo lo que olía a antiguo régimen: no solo atacaba a la monarquía hereditaria sino también al poder corrupto de la Iglesia. En una de las líneas más famosas del dramaturgo, la reina Yocasta dice: «Nuestros sacerdotes no son lo que la gente imagina; su sabiduría se basa únicamente en nuestra credulidad». Teniendo en cuenta lo poderosa que era la Iglesia Católica en aquel momento fue una apuesta arriesgada.
La popularidad de la obra catapultó su fama, pero también le enseñó los peligros que acompañan al exceso de sinceridad. Mientras continuaba su carrera como literato, se enfrentó a un número cada vez mayor de críticos y fanáticos, lo que le llevó a exiliarse de Francia en varias ocasiones a lo largo de su vida ‒por ejemplo, por ofender a la Iglesia Católica y a la monarquía‒. Sin embargo, Voltaire supo aprovechar estas experiencias y sus estancias en el extranjero, en Inglaterra, en Holanda, en Bélgica o en Prusia, hicieron que entrara en contacto con algunas de las figuras más destacadas de su época. Así, fue el primero en traer los escritos de Isaac Newton y del filósofo John Locke a Francia.
Con constante crítica hacia la monarquía absoluta, la persecución religiosa, la injusticia, las guerras o la tortura, Voltaire allanó el camino para las ideas que alimentarían la Revolución Francesa en 1789 e inspiró a grandes intelectos estadounidenses como Benjamin Franklin o Thomas Jefferson, algo que hay que recordar más a menudo, teniendo en cuenta que lo primero en lo que se piensa al hablar de Voltaire es su novela Cándido.
Fuente: Smithsonian.
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