Ay por dios, qué bonita sería la vida…

¡Qué bonita! Se me inflama el pecho de alegría cada vez que lo pienso.

Imaginemos, por un momento, una sociedad utópica en la que podemos decir a todo el mundo lo que pensamos, bajo la única premisa de mantener el respeto:

Vamos por la calle paseando, cuando nos encontramos con alguien que no nos cae bien… ¡Tranquilos amigos! No hay necesidad de fingir, ni aguantar, ni mucho menos agraviar a esa persona ejerciendo algún mal sobre ella, ya sea directa o indirectamente. Simplemente le comunicamos nuestro honesto sentir: “Me caes fatal, pero te respeto”. Dado que en esta sociedad utópica, la gente es madura, y comprende y respeta el respeto (tan difícil es respetar como respetar el respeto de los demás). La otra persona simplemente acepta la situación, del modo que considere conveniente; o bien intentando mejorar su relación con la otra persona; o simplemente dejándola en paz.

 Sé que el contexto de este pequeño cuento parece una reverenda maleduquez, pero os aseguro que aúna en su esencia la solución a muchos de los problemas de la sociedad.

Después de todo, ¿bajo qué criterios se considera ser maleducado o bieneducado? ¿Quién lo ha decidido? Muchos de los actos que nos condecoran con la medalla de persona educada van unidos a un puntito de hipocresía. Ser bieneducado es en algunas de sus manifestaciones ser aleccionado a agradar a los demás. Este es el tipo de  buena educación para el que esta sociedad está preparada de momento, con lo cual mi utópica sociedad pertenece a una tal vez civilización futura más avanzada a nivel personal. Dicho esto, volvamos a la realidad:

Uno de nuestros grandes males es la incapacidad de llevarnos bien con todo el mundo, lo que nos conduce al germen que hace proliferar esta necesidad: el miedo al rechazo. Con lo que llegamos a la conclusión de que llevarse bien con todo el mundo es a la par una necesidad y una incapacidad.

¿Y qué es lo que nace cuando la necesidad y la incapacidad copulan?

La frustración.

Lo que ocurre aquí es que, como con todas las circunstancias en la vida, solo podemos cambiar lo que depende de nosotros, que en este caso es el querer caer bien a todo el mundo. La necesidad de gustar a todo el mundo proviene de un miedo irracional, un miedo que en su día fue adaptativo pero ya no lo es. Hace siglos, si no eras aceptado por la tribu, corrías el riesgo de ser desahuciado y morir. Hoy en día, afortunadamente esto ya no ocurre, pero parece ser que, por algún caprichoso motivo, nuestro organismo no se lo termina de creer.

 Huelga decir que hay casos en los que es difícil respetar, dado que hay sentimientos más profundos que no se han podido solucionar de momento, como es el perdón.

El perdón no es un pensamiento, y no se puede forzar, porque todo lo que se fuerza genera una reacción (Tercera ley de newton: «para cada acción existe una reacción igual y opuesta»). El perdón es un proceso personal y delicado, que conlleva varios pasos. No le podemos decir a una persona que sufre de resentimiento: “Tu perdona y ya está, así te sentirás mejor”. Ya que en caso de que esta persona no esté preparada para perdonar, la consecuencia será que la frustración aumentará.

¿Y por qué al final del artículo me pongo profunda y hablo sobre el perdón?

Pues lo hago para explicar un principio que pudiese parecer exagerado: “Me caes fatal, pero te respeto aúna en su esencia la solución a muchos de los problemas de la sociedad” (igual parecía que me estaba columpiando un poco con tan grandilocuente afirmación).

Tal vez haya cosas que no estemos preparados para perdonar, pero lo que si podemos hacer es respetar. Respetar que esa persona dada su condición hizo un daño, y que en consecuencia preferimos mantenernos alejadas/os, en lugar de recurrir a la venganza, sería un gran paso hacia una sociedad más pacífica.

Volvamos a nuestra sociedad utópica. En ella no existe la venganza, porque la máxima es el respeto, y ya aprendieron que el ojo por ojo solo produce más infelicidad, más guerras, más frustración, y no mejora la calidad de vida a largo plazo. Mirándolo desde este prisma; me caes fatal, pero te respeto, suena incluso dulce y amoroso.

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