El bibliótafo de Leon H. Vincent

Hay libros que esperas que te gusten. Que quieres que te gusten. Que necesitas que te gusten. El bibliótafo de Leon H. Vincent era uno de ellos. Cómo podría alguien que ama los libros sentir otra cosa hacia la obra que inventa y desarrolla el concepto del bibliótafo, una suerte de bibliomanía extrema y compulsiva. Cuando descubrí este título me sentí deslumbrado. Una ojeada rápida a la contraportada y flechazo a primera vista. Con estas palabras se describe al bibliótafo: «Entierra libros; no literalmente, pero a veces con el mismo efecto que si los hubiera metido bajo tierra». En mi imaginación el bibliótafo aparecía convertido en una especie de Scrooge McDuck que en lugar de bañarse en montañas de monedas de oro, a buen recaudo en su cámara acorazada, lo hacía sobre pilas y pilas de libros. Casi podía imaginarme el trampolín en todo lo alto y al bibliótafo saltando sobre los volúmenes, en mi imaginación tan blandos como las propias monedas.

Porque eso es un bibliótafo. Un acumulados compulsivo y desproporcionado de libros. En el mundo ha habido muy pocos reales, porque no abundan las personas con tanto dinero y tesón como para reunir tal cantidad de libros. Umberto Eco se me viene a la cabeza, con sus más de 30.000 volúmenes en un apartamento en Milán, descrito por la periodista Lila Azam Zanganeh en una entrevista para The Paris Review como «un laberinto de pasillos forrados con estanterías que llegan hasta un techo extraordinariamente alto» ‒tenía tantos que hasta se inventó el concepto de antibiblioteca como para justificarse‒. Pues así el protagonista de la historia de H. Vincent, cuya colección comenzó en el desván de una granja, en el condado de Westchester, y acabó en un almacén del pueblo, un lugar que se convirtió casi en la gran atracción del lugar, con curiosos que aplastaban las narices contra los cristales para tratar de entrever qué se cocía dentro.

Al bibliótafo, como al bibliómano, no le interesa tanto el contenido de los libros que atesora como los libros en sí, verdaderos tesoros. Los catálogos, en una época en la que no existía Internet ni tanta facilidad para acceder a la información, se convertían en su gran aliado. Y aunque era capaz de memorizarlos con exactitud, siempre llevaba alguno a mano, por si acaso se le presentaba la oportunidad de hacer una nueva adquisición.

Este libro de H. Vincent estuvo mucho tiempo en mi estantería sin que me atreviera a tocarlo. Aguardaba el momento oportuno para leerlo, tal vez para celebrar algo, como el que guarda un vino caro para darse un homenaje en una gran ocasión. No, no quería leerlo porque eso significaría que ya estaría leído, y parte de la magia que había alrededor de él rota. Finalmente me decidí a leerlo y comprobé, más que nunca, lo jodido que es cuando esperas mucho, muchísimo, de algo que no era para tanto. Si el personaje del bibliótafo es grandioso el libro de H. Vincent no le hace justicia. A lo largo de las casi cien páginas que dura el libro, el autor nos va describiendo la personalidad del bibliótafo, «un caballero, un erudito y un loco», un hombre de mediana edad con una enorme elocuencia, capaz de meterse en el bolsillo a cuantos le rodean y de ganarse la admiración de sus amigos, todo ello a través de una serie de anécdotas que tienen el humor, la ironía y el chascarrillo como hilo conductor. Al fin y al cabo, la idea de que una manía que tenga como obsesión los libros es cuanto menos digna de compasión, sino directamente amable o agradable, tal y como recoge Nicholas A. Basbanes en el título de uno de sus ensayos más conocidos, A Gentle Madness.

Aunque en algún momento la obra se presenta como un libro sobre libros, y el hecho de que aparezca en la colección Largo Recorrido de Periférica, donde hay otros títulos como Los amores de un bibliómano, La librería ambulante o La librería encantada, así nos lleva a pensar; sin embargo, El bibliótafo no trata tanto sobre libros como sobre el personaje que los colecciona, que en muchas ocasiones roza lo insustancial. Desde luego, que te guste recopilar libros en cantidades industriales no es una garantía de que tengas una personalidad magnética, pero en mi caso ha supuesto la caída de un mito. Después de leer el libro solo queda devolverlo a la estantería y pensar que el libro que leí era el que yo quería que fuera. El legendario bibliótafo continúa vivo en mi imaginacio incluso a pesar del libro de H. Vincent.

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