¿Te has parado a preguntarte por qué nos es imposible visitar Polonia sin hacer una parada en Auschwitz? ¿O por qué cada vez más gente quiere adentrarse en Chernobyl a pesar de su radioactividad?
La afición por visitar lugares donde han ocurrido tragedias o catástrofes no es algo nuevo, pero sí lo es su estudio. El término que recibe este fenómeno se llama Dark Tourism o Turismo Oscuro y se originó en Reino Unido, de donde rápidamente se ha expandido a todo el mundo.
La fascinación por la muerte es uno de los aspectos que define al turismo oscuro. El visitante busca lugares donde ocurrieron tragedias o donde se conmemoran algunas de ellas: cementerios, campos de exterminio…
Para algunas personas se trata de un turismo lícito que busca preservar la memoria histórica. Se trataría de un turismo de patrimonio, que nos permite conocer la historia de un lugar de primera mano, con sus luces y sus sombras. Por otro lado, para algunos se trata de simple morbo por parte de los consumidores modernos.
Lo que está claro es que es un fenómeno en auge, y no estaríamos hablando de ello si cada vez no hubiese una mayor demanda. El turismo no deja de ser una forma de explotación comercial, que ofrece a su público el producto que pide en cada momento. Pero, ¿Por qué ahora demandamos tragedias y lugares llenos de muerte?
En el mundo occidental moderno, la muerte se ha convertido en algo tabú, en algo que genera angustia en la sociedad. Es algo que, aunque inevitablemente vaya a llegar, el individuo occidental se siente con la capacidad de esquivar. El turismo oscuro nos permite acercarnos a la muerte, mirarla a la cara, pero desde un lugar seguro. El sufrimiento ajeno nos recuerda nuestra superioridad al seguir vivos, hemos sido elegidos. Y esto es algo que ha ocurrido a lo largo de la historia: las luchas de gladiadores, los ahorcamientos en la edad media, los sacrificios humanos en ciertas culturas… Hoy en día consideraríamos estos actos como auténticas barbaries, pero a la vez que renegamos de la muerte, no podemos evitar mirar por el rabillo del ojo todo lo que conlleva.
La posibilidad de mostrar a tiempo real dónde estamos en las Redes Sociales y la facilidad para viajar que tenemos hoy en día, también nos llevan a buscar sitios cada vez más excéntricos para distinguirnos del resto. No es lo mismo subir un selfie en las Islas Canarias que subirlo en el bosque de los suicidios más famoso de Japón.
Recientemente, el museo de Auschwitz tuvo que publicar un tweet donde se pedía a los visitantes que dejasen de hacerse fotos durante la visita, ya que se trata de un sitio donde murieron más de un millón de personas. Desde luego, lo que queda claro con este tipo de turismo es que la línea entre respeto, interés histórico y el morbo está muy difusa. Hacerse una foto para demostrar que estuviste allí no representa maldad, pero sí frivolidad. La insensibilización y la pérdida momentánea de empatía con las personas que sufrieron y que a día de hoy, siguen teniendo familiares que recuerdan la tragedia, es evidente.
Sean cuales sean nuestras motivaciones para visitar un lugar “oscuro”, deben ir siempre acompañadas de un profundo respeto. Lo exótico del lugar no es motivo para olvidar los trágicos hechos que ocurrieron allí pero si para conmemorarlos y asegurarnos de que perduran en nuestra memoria colectiva.
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