El ajedrez mantiene un vínculo bastante escabroso con el alcohol. En principio, podríamos pensar que el alcohol obnubila el razonamiento, lo cual resultaría fatal para cualquier jugador de ajedrez. Sin embargo, a muchos de ellos la bebida parecía sentarles de maravillas para sus duelos ante el tablero. Tal era el caso del fuerte jugador británico Joseph Blackburne, apodado “Black Dead” (la Muerte Negra).
En una ocasión, un grupo de estudiantes de la universidad de Cambridge invitó a Blackburne a darles unas partidas simultáneas. Sabedores los estudiantes de la afición del jugador a la bebida, le dejaron en un extremo de la mesa de juego una botella de whisky y un vaso. La trampa parecía perfecta: Blackburne no tardaría en emborracharse, circunstancia que los estudiantes aprovecharían para vencerlo. Pero los pícaros se llevaron el chasco de sus vidas. La Muerte Negra se tomó la botella de escocés que le habían tendido como trampa, pidió otra, se la despachó también, y poco tiempo después vencía, tablero por tablero, a todos sus desafiantes.
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El Maestro australiano Cecil Purdy era un fuerte jugador de ajedrez postal. En ocasión del campeonato mundial de 1951 de esa modalidad, Purdy ensobró su jugada y la echó al buzón del correo. Pero cuando volvió a su casa, constató que su movimiento era un error que ponía en riesgo la partida que estaba jugando. Desesperado, tomó su coche y manejó veloz hasta el buzón. Una vez allí, intentó frenéticamente abrirlo, pero las medidas de seguridad del correo australiano lo vencieron. El tenaz Purdy se instaló en su coche y pasó toda la noche custodiando el buzón. A la mañana del día siguiente, ni bien el camión del correo estacionó para buscar la correspondencia, el Maestro australiano explicó su situación a los empleados del servicio postal, quienes accedieron a entregarle la carta con la jugada de la que se había arrepentido.
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Los senderos mentales que recorre un ajedrecista mientras juega no siempre son los que el profano puede llegar a suponer. Durante el campeonato de la Unión Soviética de 1964, el Gran Maestro Mijaíl Tal enfrentaba con blancas a su colega Eugueni Vasiukov. Después de dieciocho movimientos, la posición era compleja y cerrada. Tal, creativo jugador de ataque, se puso a considerar la posibilidad de sacrificar un caballo para abrir la defensa del rey negro. Pero tras algunos cálculos, le vino a la memoria una poesía infantil rusa que decía “qué difícil es el trabajo de sacar un hipopótamo de un pantano”. A partir de allí el Mago de Riga consumió cuarenta valiosos minutos de su tiempo imaginando cómo podría rescatarse al mamífero, para lo cual consideró desde poleas hasta helicópteros. Tras semejante desvarío, Tal concluyó que el hipopótamo de la canción estaba condenado. Afligido, volvió a mirar al tablero… y entonces lo vio todo claro. Sacrificó el caballo y acabó ganando la partida.
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Corría 1962 y los Grandes Maestros argentinos Carlos Guimard y Miguel Najdorf se preparaban para participar del primer Memorial José Raúl Capablanca, a desarrollarse en La Habana. Preocupado por la preparación física de ambos, Najdorf le propuso a Guimard llegar a la capital de Cuba tres días antes del comienzo del torneo, cenar algo liviano, no beber alcohol e irse a dormir temprano para llegar en mejores condiciones a la lid trebejística. Así hicieron ambos: llegaron antes, cenaron livianamente, no bebieron alcohol y se acostaron temprano en el hotel. Sin embargo, en la primera ronda del torneo los dos argentinos perdieron sus respectivas partidas. Tras los infortunios, Najdorf insistió con su receta: cena liviana, nada de alcohol y descanso a horas tempranas. Livianos, lúcidos y descansados, los dos jugadores se presentaron a la segunda ronda… de la cual ambos salieron nuevamente perdedores. Fue entonces cuando Najdorf perdió también la paciencia y se dirigió a Guimard con una nueva oferta: “Negro, esta noche salimos a emborracharnos”, cosa que hicieron con gran meticulosidad. A partir de allí, Najdorf no volvió a perder y conquistó el primer puesto del torneo, delante incluso de los maestros soviéticos Vassily Smislov y Lev Polugaievsky. Guimard por su parte redondeó un aceptable desempeño, delante del checoslovaco Ludek Pachman.
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Rona Petrosian acompañaba siempre a su esposo, el famoso Tigran Petrosian, a cuanto torneo podía, y no titubeaba en intervenir en su defensa cuando lo consideraba necesario. En 1971, cuando el Gran Maestro soviético fue eliminado por Robert “Bobby” Fischer en el torneo de candidatos, en Buenos Aires, Rona cruzó la habitación de juego y le arreó una sonora cachetada a Alexei Suetin, entrenador de su marido.
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El caso más extraño que ha vinculado al ajedrez con el esoterismo probablemente haya sido el que involucró al Gran Maestro suizo Víktor Korchnoi. En 1985 Korchnoi fue abordado por un parapsicólogo, quien le expuso su interés en demostrar la existencia de los espíritus mediante un experimento que requería del juego ciencia. Para ello, Korchnoi debía prestarse a jugar una partida con un jugador ya fallecido. El Gran Maestro suizo dudó bastante pero finalmente aceptó. Robert Rollans, un espiritista rumano, fue el encargado de contactar a Korchnoi con el supuesto espíritu del jugador húngaro Geza Maroczy, quien había fallecido en 1951. Pareados así los contendientes, la singular partida arrancó. Cuando Rollans entraba en trance, el espíritu de Maroczy le dictaba sus jugadas. La partida tuvo un ritmo irregular pues en algunas ocasiones el médium estuvo enfermo mientras que en otras el presunto espíritu de Maroczy se sentía poco inspirado para jugar. Korchnoi, un vital jugador que hizo del ajedrez su vida misma, se empeñó a fondo en ganar. Finalmente, en 1993 el espíritu de Maroczy se rindió, le deseó muchos años más de buen ajedrez a Korchnoi y cortó el contacto con Rollans. Este por su parte murió dos semanas después de concluida la partida. Korchnoi no embolsó ningún dinero por el curioso experimento y se quedó con la duda de a quién había enfrentado.
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Antes de la existencia de internet, las partidas a distancia se jugaban utilizando los servicios postales del mundo. En esta modalidad, conocida como ajedrez postal o por correspondencia, cada jugador escribía su movimiento en un papel y lo despachaba como si fuese una carta. Los movimientos del ajedrez, claro está, se escriben según un sistema de notación determinado. Por ejemplo, dada la secuencia 1. e4, e5; 2. Cf3, Cc6; 3. Ab5, Cf6; 4. 0-0…, cualquier jugador de club reconocerá en ella a la Defensa Berlinesa de la Apertura Ruy López, escrita en notación algebraica. Ahora bien, ¿qué puede ocurrir si una correspondencia que contiene anotaciones similares es interceptada por agentes de servicios de seguridad que no entienden lo que leen? Ese equívoco le tocó padecer al ex campeón mundial Wilhelm Steinitz cuando, en una ocasión en que arribaba a New York, fue detenido y acusado de ser un espía que transmitía información encriptada.
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Para finalizar, una anécdota del célebre “Bobby” Fischer, quizá el jugador más excéntrico de toda la historia del ajedrez. La paranoia de Bobby es bien conocida. Siempre sospechaba que lo perseguían agentes de inteligencia, tanto soviéticos como estadounidenses. Una noche de 1970, en Buenos Aires, al finalizar una ronda de un torneo que estaba jugando, el norteamericano invitó a cenar a los árbitros Andrés Alisievicz y Daniel Green. Al finalizar la cena, los tres tomaron un taxi y partieron para dejar a Fischer en el hotel donde se hospedaba. De pronto, el taxista tomó por una calle distinta de la que Fischer se había acostumbrado a transitar. Creyéndose víctima de un secuestro, el Gran Maestro estadounidense se bajó del taxi y echó a correr, con los árbitros detrás intentando explicarle que nada malo estaba sucediendo.
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