“La cinefilia es un placer que se vive desde la más absoluta soledad”, me dijo hace años una profesora de historia del cine. Mentiría si afirmo que en aquel momento entendí lo que quería decir. El cine, por entonces, era una actividad social más que buscaba fundamentalmente el entretenimiento.
Años más tarde una chica joven entra a una sala de cine y se hace una foto junto al cartel de la película. Se sienta en su butaca y queda extasiada frente a la pantalla con una sonrisa dibujada en la cara. Se trata de Margot Robbie interpretando a Sharon Tate en la última película de Tarantino, Érase una vez en Hollywood, pero hace referencia a una emoción universal que todos los que solemos anteponer ver determinadas películas a dormir entendemos perfectamente. En una de esas noches de vigilia, hace unos días, decidí revisitar Taxi Driver, un film de Martin Scorsese protagonizado por Robert De Niro que el tiempo ha incluido en la categoría de clásicos.
Como explicaba Heráclito en la famosa variación de la paradoja de Teseo, “nadie puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni la persona ni el agua serán los mismos”. Con lo visual pasa exactamente igual: no se puede mirar una obra de arte dos veces. Ni nosotros ni la pieza que estamos contemplando seremos los mismos.
Tras haber visto Joker de Todd Philllips, Taxi Driver no era la misma película. El film de Scorsese es una especie de Joker original. Un individuo abandonado por la sociedad decide tomarse la justicia por su mano. Ambos relatos nos presentan a un protagonista maltratado por la circunstancias en cuyo interior se va sembrando la semilla del mal. En el caso de Travis, podemos interpretar que ese mal en realidad era una especie de sentido de la justicia. Por el contrario, Arthur Fleck desarrolla una manifestación del mal más puro, asociado al caos y que pierde toda causalidad.
Los relatos cinematográficos dan forma a una serie de argumentos universales que son parte de nuestra memoria colectiva. Lo explican Jordi Balló y Xavier Pérez en La semilla inmortal, un libro que ya se ha convertido en un clásico de la teoría cinematográfica. En el caso de Taxi Driver o Joker podríamos apuntar al argumento universal que nos habla del ser desdoblado, del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, en ambos casos imponiéndose un Hyde bastante despiadado.
La historia del cine, dice el crítico e historiador Mark Cousins, está dirigida por ideas. Como ejemplo, pone precisamente el plano de Taxi Driver en el que Travis se queda mirando cómo un Alka-Setzer se deshace en un vaso, metáfora de los problemas que tiene el protagonista entre manos. La misma metáfora del protagonista que ve sus problemas reflejados en las burbujas fue utilizada anteriormente por Godard en 2 o 3 cosas que yo sé de ella (1967) e incluso previamente por Carol Reed en Larga es la noche (1947). Si la historia del cine fuera una película, su argumento principal sería precisamente este. Cómo las ideas pueden divergir y converger para mostrarnos nuevas perspectivas sobre el mundo y sobre nosotros mismos.
El cine, como la literatura, llega a su apogeo de sentido cuando se entiende y se mira como un todo. Las películas tienen sentido por separado, pero cuando las vemos contextualizadas dentro del todo que es la historia del cine accedemos a una especie de comprensión superior. Virginia Woolf, refiriéndose a la lectura de libros lo explicaba así:
Continuar leyendo sin el libro delante, enfrentar sus siluetas ensombrecidas una contra otra, haber leído mucho y con bastante criterio para hacer que esas comparaciones vivan y sean iluminadoras.
La finalidad de este tipo de lectura que busca seguir leyendo libros y películas sin tenerlos delante ha sido también un tema controvertido. Para Kubrick “el completo sinsentido de la vida fuerza al hombre a crear su propio sentido”. El cine, y la cultura en general, son las herramientas que tenemos para ir construyendo nuestro propio sentido. Así, películas que abordan argumentos universales desde puntos de vista diferentes, cumpliendo con la función de reflexionar sobre la sociedad que les rodea, contribuyen a esa construcción superior de sentido a la que hacía referencia Kubrick.
Esta visión del cine como necesidad, como impulso para buscar sentido, se suele complementar con la lectura de otras formas de cultura. El resultado es una especie de aspiración a comprender un todo que, efectivamente, conduce a una determinada sensación de soledad. “La cinefilia es un placer que se vive desde la más absoluta soledad”.
[…] Artículo publicado en La Piedra de Sísifo el 22/10/2019. […]