A Jorge Rocolón, con estima y admiración.
“La masa siempre necesita movimiento para hacer poesía; pero en esas horas de pensamientos religiosos, donde las riquezas humanas desposan las grandezas celestiales, se alcanza lo sublime a través del silencio; hay terror en las rodillas hincadas y esperanzas en las manos unidas.”
Maese Cornelius, Honoré de Balzac.
Pocas afirmaciones llenan el espíritu, exceptuando las que encontramos en escritores que piensan lo mismo que nosotros. Las ideas compartidas resultan de nuestra actividad en el mundo. Nadie es ajeno. Y por lo tanto, nadie ha encontrado algún parámetro establecido.
Quiero rescatar la frase de Günter Grass: “No hay consejeros personales, no hay bufones”. Que el bufón se considere sabio indica solamente que posee una opinión sobre sí mismo. No se requiere sabiduría para refutar, afirmar, aseverar, un sin fin de etcéteras más. La ridiculez llega cuando hay mucho qué decir. El siguiente refrán lo retrata bien: “En boca cerrada no entran moscas”.
La especialización que se percibe en nuestro entorno se confunde con la habilidad de cualquier actividad, comúnmente se conoce como técnica. Por eso, nuestra realidad minimiza la creencia en “genios” y los convierte en leyendas del pasado, con las que podemos gozar una y otra vez. Entonces, la esencia de las biografías aumenta la idolatría hacia el pasado.
Se debería evitar hablar, en nuestro tiempo, de la decadencia de la literatura, la filosofía y más. El genio es intemporal. Las palabras de León Bloy, en este sentido, son afirmativas y susceptibles: “En realidad, cada hombre es simbólico, y en la medida de su símbolo, es un ser vivo”.
¿Cómo descubrir ese símbolo, dónde encontrar pistas? Fuerza en las palabras, magnificencia en los actos ilustran el significado de este símbolo personal.
Sin embargo, no todo es genio. A veces, es suerte. El primero aparece en actividades intelectuales: el arte, la literatura, la pintura, la poesía son algunas; el segundo es espontáneo y personal, tiende al carisma personal.
Cualidades de un genio
Alguna ocasión el gurú Osho comentó que Buda al nacer caminó siete pasos hacia cada uno de los puntos cardinales. Aunque parezca absurdo algunos creyentes del budismo consideran esto verdad. En torno a los genios hay infinidad de historietas. ¿Realmente qué engendra el genio?
Propagar anécdotas hacen del genio algo verdaderamente loable, tanto porque éstas reflejan cualidades extrañas en el hombre o porque son pistas para reconocer la grandeza en alguien. No hay efectivamente, y estoy seguro, cualidades o señales que determinen a un hombre en un genio y lo afirmo porque la palabra “genius” en la antigua Roma apuntaba más al dios que se engendraba con nosotros al nacer: el cumpleaños no tiene otro significado y el pastel es la representación exacta de la ofrenda a un “doble” yo que somos nosotros mismos.
El ensayo Genius escrito por Giorgio Agamben es explícito en este sentido: el genio es nuestra fuerza creativa.
«“Se llama mi Genius, porque me ha engendrado (Genius meus nominatur, quia me genuit)”. Pero eso no basta. Genius no era solamente la personificación de la energía sexual. Ciertamente cada ser humano varón tenía su propio Genius y cada mujer tenía su Juno, ambos manifestaciones de la fecundidad que genera y perpetúa la vida».
Y si logramos pensar en que alguno no posee genio basta analizar en por qué el hombre sigue siendo un ser extraño. Aún a nuestro siglo se le escurre de las manos la respuesta a la pregunta ¿qué es el hombre?
Sin embargo, nuestro siglo está a la espera de la grandeza de algún hombre que tenga la fuerza para imponerse, para crear, para ser admirado, para sobrepasar el siglo, como dirá Harold Bloom en su libro Genios. Posiblemente, nuestra niñez tiene sentido en la esperanza de encarnar o de conocer a este hombre.
A veces, es necesario crear una ilusión en torno a nuestra existencia para seguir viviendo. Quien no comete suicidio espera que la vida le muestre la importancia de su existencia.
Aseguro, sin embargo, que no reconocemos, tanto en la creatividad propia como en la ajena, la gloria inherente al hombre, a todo hombre. Por esta razón, Nietzsche se adelantó a justificar su genio como nacimiento póstumo.
Yo, un don nadie, represento el nacimiento póstumo cuando confío decididamente en el genio que me persigue. Tú, estimado lector, podrías hacer lo mismo. Al fin y al cabo, en la vida se experimenta y se pone a prueba lo genial que somos.
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