Todo aquel lo suficientemente infortunado como para conocerme sabe que cuando salgo a la calle lo hago protegido tras una libreta y armado con bolígrafos de colores. A ser posible al menos dos, negro y azul, de forma que los diagramas y croquis que esgrimiré con casi absoluta probabilidad resulten más entendibles para el ojo ajeno. Si es posible sumo rojo y verde a la ecuación.
“Si no puedo dibujarlo es que no lo entiendo”, se supone que dijo Einstein en algún momento de su vida, y no puedo sino sentirme totalmente ligado al concepto de transmisión de información usando para ello dibujos sencillos, complicados diagramas y croquis varios. Sin estas herramientas visuales me siento desnudo y desprotegido a la intemperie de las palabras.
Dibujo y plasmo en esquemas todo aquello que me rodea, desde la disposición de mi vivienda, para la que tomé mediciones el primer día que accedí a la misma, hasta la economía doméstica a la que fuerzo a encajar en una hoja Excel sobre la que se imprimen hasta siete gráficas que me informan de cómo voy. Da cierto placer confirmar la fijación visual en cualquier formato.
Sin toda esa información visible que plasmo en los márgenes de las decenas de cuadernos que siembro en cada lugar de la casa me resultaría muy complicado no solo comprender la realidad, sino también poder explicarla. Con frecuencia los clientes me informan de que tal o cual esquema hecho a mano sobre mi último artículo no es en realidad necesario. Pero para mí lo es, porque sin ellos estaría perdido.
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Para mí, el año siempre ha tenido forma de elipse abierta que se desplaza hacia arriba a medida que transcurren los meses. Por muy raro que esto pueda parecer, esta figura visual desplazándose a través de la hoja me ayudaba a visualizar conceptos como “Navidad” o “verano”, que para mí ocupaban inequívocos espacios a lo largo de esta forma abierta en forma de rizo.
Las relaciones personales entre forman una tupida red de nodos y líneas que danzan entre sí, estirándose hasta el infinito cuando la línea que abraza dos personas es lo suficientemente afectiva, rompiéndose cuando carece de la elasticidad necesaria para conservar las amistades. Quizá me influenciaron aquellos maravillosos árboles de familia que ocupaban murales enteros.
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El conocimiento ocupa un espacio visible en el tablero mientras que todo aquello que aún no sabemos se alza frente a nosotros en forma de “niebla de guerra”, tan visible y real como la que generan las nubes al tocar suelo. Igual de opaca. Las relaciones entre canciones cuyo resultado se revela en forma de playlists automatizadas forma traviesos dibujos en mi imaginación. Algunos particularmente bellos que me gusta estudiar de forma paramétrica.
Las listas de reproducción automática de música de YouTube tienen taxonomía, ¡y simulan la mecánica estelar de los atractores gravitatorios! pic.twitter.com/JNs8dryLrr
— M. Martínez 📝📚 (@euklidiadas) September 25, 2017
Desconozco si esta forma residual de involuntaria sinestesia que cortocircuita las conexiones entre el lenguaje, sus conceptos, y las representaciones conceptuales, tendrá más exponentes. Raro y solitario sería ser el único espécimen. Quizá por ahí haya alguna otra persona atada a un bloc de notas que expone públicamente para realizar hasta las afirmaciones más simples, presuponiendo que el resto de personas obedecen a la misma necesidad de simplificar la información.
Imágenes | Marcos Martínez
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