Noviembre de 2019. Hemos alcanzado los tiempos que imaginaba Blade Runner, uno de los grandes clásicos de la ciencia ficción y precursor del subgénero cyberpunk de principios de los ‘80. Basada en la novela Sueñan los androides con ovejas eléctricas de Philip Dick, la película de Ridley Scott expone un escenario que aparece, a simple vista, como algo muy alejado de los tiempos actuales. Sin embargo, una lectura más a fondo nos revela condiciones muy similares al mundo en el que vivimos.
El propósito de Blade Runner no es entretenernos con grandes batallas y aventuras, sino más bien revelarnos un poco de este mundo en el que nos toca vivir a través de distintas metáforas y recursos cinematográficos. Pero sobre todo, la película nos sumerge en una reflexión magistral acerca de la condición humana.
La primera imagen que apreciamos de Blade Runner es un juego de luces y de rascacielos en el paisaje nocturno de una Los Ángeles distópica, orquestado por una música futurista que nos anuncia un mundo prometedor. Sin embargo, a medida que avanzamos en el film, las escenas nos van revelando un mundo que lejos está de serlo. Una ciudad a oscuras invadida por la lluvia, calles abarrotadas y sucias, edificios abandonados, pantallas gigantes de publicidad, voces por altoparlante anunciando la promesa de un nuevo mundo en otros planetas y luces de colores brillantes disimulan el panorama nada promisorio de la gente mortal que se encuentra en las calles.
Por encima de todo esto —coronando el clima distópico—, nos topamos con una situación recurrente en las historias de ciencia ficción: corporaciones que experimentan gracias a los avances de la tecnología y de la ciencia. Una de las primeras escenas de la película nos sitúa en la monstruosa Corporación Tyrell, la cual diseña y crea robots con apariencia humana (los llamados «replicantes») a través de la bioingeniería para usarlos como esclavos en las colonias espaciales.
La representación de un mundo en decadencia no es casual. El cyberpunk comienza a crecer en la década del ‘80 en un contexto de globalización económica, política y cultural. En dicho contexto, las corporaciones multinacionales se convierten en centros de poder político y económico, desplazando el poder que los Estados nacionales habían tenido en el pasado. Es así que a través del florecimiento de diversos movimientos intelectuales y artísticos, comienza a crecer la crítica social a los relatos de la modernidad, los cuales afirmaban que la ciencia y la tecnología eran el fundamento del progreso de la humanidad. Sin embargo, lejos de alcanzar el «progreso», la modernidad inundó el mundo de contradicciones: destrucción ambiental, desigualdad social y sistemas modernos de explotación.
Es de este modo que, precisamente, Blade Runner nos revela estas contradicciones. Lejos de encontrarnos con un mundo utópico de igualdades, a lo largo del film vamos viendo una clara distancia entre ricos y pobres: aquellos quienes detentan el poder se encuentran en lo alto de los rascacielos (o, en el caso de la Corporacion Tyrell, en un edificio gigante con forma de pirámide), y a quienes les toca ser simples mortales se encuentran abajo, en las calles abarrotadas, tumultuosas y sucias, así como en edificios en estado de abandono.
Por otro lado, nos encontramos ante la ausencia de un Estado todopoderoso y de una figura concreta que lo simbolice. Son ahora las corporaciones quienes tienen el poder y lo utilizan para esclavizar a los androides en las colonias espaciales. La policía parece ser una simple mascota de estas corporaciones, ya que sus máximos esfuerzos están dirigidos a la misión de «retirar» (eufemismo de matar) replicantes peligrosos para así velar por la seguridad de estos centros de poder.
El paisaje sumido en una noche eterna, la ciudad invadida por la lluvia, el exceso de luces, la basura en las calles, los animales artificiales y la ausencia de verde permiten entrever el deterioro ambiental que la tecnología ha traído. La manipulación de la naturaleza, de la biología y del espacio estelar parece haber llegado a su límite y arrasado con todo.
Además de metaforizar espléndidamente todas estas contradicciones de la modernidad, Blade Runner nos hace reflexionar sobre la condición humana a través de un «otro». Los replicantes son presentados como «otros» negativos, distintos a «nosotros» los humanos, ya que supuestamente no tendrían nuestras mismas emociones. Por eso, los blade runners (agentes de policía encargados de retirar replicantes) utilizan el Test Voight Kampff, un método para identificar replicantes basado en preguntas que evalúan la reacción emocional.
Sin embargo, la película va poniendo en duda estos supuestos límites entre lo humano y lo no humano. Porque, ¿qué más humano que querer vivir como el replicante fugitivo Roy Batty? ¿Qué más humano entonces que llorar como lo hace el personaje de Rachael (cuando se entera de que es, efectivamente, una replicante)? Por lo tanto, cabría preguntarnos si acaso existe una esencia humana o si en verdad se trata simplemente de una construcción simbólica que nos proyectamos para dar sentido a nuestras existencias.
En el transcurso del film, los androides se nos presentan como los villanos. Roy Batty representa a la perfección este estereotipo: líder de una banda, despiadado y vengativo. Pero ¿son realmente villanos aquellos que han sido creados para servir como esclavos? ¿Es de villano anhelar ser libre y desear una vida más larga?
Por otro lado, seguimos los pasos de Deckard como el héroe que debe salvar a la sociedad de los androides. Sin embargo, ¿se podría considerar un héroe a un policía a quien no le queda más opción que cumplir con su trabajo como cualquier persona común y corriente? ¿Acaso lo vemos disfrutar de lo que hace? ¿O vemos más el fastidio y el aburrimiento que lo invaden?
El punto culminante de la película es el monólogo final de Roy. En él, nos habla de increíbles aventuras que no forman parte del escenario de la película. En este punto, el espectador se siente como un simple mortal, tal y como se encuentra el propio Deckard. ¿Qué es todo ese universo desconocido que apenas nos esforzamos en descubrir? Vivimos una existencia pasiva y monótona. En este sentido, Roy parece hablarnos a nosotros mismos, que no llegamos ni a comprender ese universo galáctico: nos habla de grandes batallas en un mundo muy lejano de este abarrotado espacio terrenal. Sin embargo, la película no apunta a revelarnos ese mundo ya que no es su propósito. Por eso, todo aquello nos queda como algo lejano, algo que solo podemos vivir a través de relatos. Esas historias se pierden, como bien dice Roy, como lágrimas en la lluvia, y se esfuman como polvo de nuestro entendimiento.
Por eso esta película no simboliza ese mundo de aventuras, sino que lo anuncia, lo promete con el comienzo inaugurado por una música futurista y el paisaje de luces multicolor y de naves sobrevolando rascacielos. Lo prefigura. Hasta lo publicita a través de los altoparlantes de las aeronaves. Sin embargo, nunca llega. Nunca llega a las almas perdidas que habitan lo subterráneo de este mundo, ni tampoco al espectador que espera encontrarse con él.
Porque al final de todo, el azul melancólico de este film pretende, con metáforas que los recursos del cine solo puede crear, revelarnos la realidad del mundo en el que vivimos, o la realidad que aquellos que la escribieron interpretaron en una era de desencanto y de quiebre de promesas y utopías.
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