Hace unos meses tuve la oportunidad de releer dos de las grandes piezas teatrales del autor Tenesse Williams: “El zoo de cristal” y “Un tranvía llamado deseo”. Ambas han sido recopiladas en un mismo libro publicado por Alba Editorial.

La primera, “El zoo de cristal”, es sobre todo una historia soberbia sobre el dolor, la culpa, los lazos familiares y la renuncia.

A lo largo de sus escenas nos muestra el devenir de una familia sureña en decadencia conformada por cuatro personajes. A un lado se perfila la figura de la madre que se nos presenta como una mujer de carácter inestable y algo histriónico, que intenta disimular frente al mundo la precariedad en la que la familia vive y que busca una salida para su hija en el matrimonio. En el otro, el de una hija de carácter tímido, apocado e inocente, que se desplaza a lo largo de las páginas del texto al ritmo de la inestable cadencia que marca en su deambular su leve cojera y que prefiere el frío contacto de sus figurillas de cristal al de otros seres humanos, refugiándose en ese zoo cristalino que será el que dé título a la obra. En medio de ambas se encuentra Tom, personaje principal y narrador, que ejerce de forma ficticia como cabeza de familia de cara al mundo exterior, pero que acaba acatando siempre los deseos maternos, siendo ésta, por tanto, la que marca la dinámica familiar. El último de los personajes en realidad no aparece en ningún momento, es el “padre ausente” sobre cuyo retrato que preside el hogar se proyecta la luz en algunos momentos vitales de la obra. En los márgenes, destaca otro personaje denominado “el pretendiente”, compañero de trabajo de Tom y que cobrará especial relevancia en algunas de las escenas.

Esta obra es un retrato autobiográfico, en el que el propio Tenesse encarnado en la figura de Tom, se desnuda frente al público, mostrando sin pudor sus inquietudes, heridas y daños. En un ambiente asfixiante, el autor de forma magistral, nos cuenta el deambular errático de la familia con demoledora rotundidad, así como la encrucijada de Tom que se debate entre la obligación y sus deseo y necesidad de huir del hogar familiar, de encontrar su camino en otra parte, así como la culpa que siente si lo abandona, sobre todo con respecto a su hermana, a la que dejaría sin apoyo frente a un futuro incierto. Esta hermana encarna la de la hermana que en la vida real tuvo el autor que fue diagnosticada de esquizofrenia y al lado de la que vivió momentos muy difíciles. El peso de la decisión de Tom gravitará a lo largo del texto, llevando al lector a un desenlace final inevitable, que no por irse intuyendo desde el comienzo, le resta dramatismo. El único final posible para esas tres frágiles figurillas que se debaten en el escenario de la vida.

En “Un tranvía llamado deseo”, obra estrenada en 1947, Williams da un paso más y sorprende con una teatralización que sobrevive, a pesar de todo, al momento en el que fue creada. Con arrojo muestra una sociedad en la que la libertad tanto de hombres como de mujeres se constriñe a los patrones masculinos imperantes, siendo sancionados de una u otra forma, aquellos que osan salirse de sus lindes. Aborda además el deseo femenino, encarnado en la figura de Blanche, una mujer del sur, culta y refinada, que ha perdido la fortuna familiar y que se refugia en la casa de su hermana Estela, la otra mujer protagonista de esta pieza que, en contraposición, se comporta de una forma más comprensiva y dulce, o quizá solo, más resignada. Estela está enamorada y casada con Stanley, un rudo trabajador inmigrante que representa la clase trabajadora. Entre Stanley y Blanche se iniciará desde el principio una relación de confrontación, al intuir el primero que la presencia de su cuñada, puede desestabilizar el statu quo en el que él desempeña un  papel hegemónico. Entre ellos se iniciará, por tanto, una lucha de poder, que se irá tornando cruenta según se desarrollan las escenas, al no doblegarse Blanche a los condicionantes impuestos y en la que solo puede quedar un vencedor posible. En medio de esa lucha Estela se debatirá entre el amor hacia su esposo y el afecto por su hermana.

Con respecto a este texto teatral he de reconocer que el paso del tiempo me ha llevado a variar mi percepción del conflicto entre Blanche y Stanley. Cuando hace años vi la película de Kazan en la que un arrebatador Brando eclipsaba la pantalla, recuerdo que mi opinión sobre Stanley fue mas magnánima de la que tengo ahora tras haber podido recrearme en el texto y valorar todos los matices. En el caso de Blanche me ha pasado lo contrario.

Me ha conquistado la honestidad con la que Tenesse dibuja un opresivo universo masculino del que queda patente su alejamiento por su condición homosexual. Según se avanza en la lectura, se va descubriendo en Blanche a una mujer sola y obsesiva cuyo estado de salud mental es inestable y frágil, que toma alcohol a escondidas y que se sirve de él para escapar de su realidad, factores sobre los que incide la película, pero también a otra mujer que, oculta a los demás, se sale de los cánones imperantes y que ve con miedo como la edad avanza sobre su piel poniendo en jaque su belleza, una de sus corazas frente al mundo. Todos estos factores, la acabarán enfrentando a la estructura social en una lucha desigual, porque se muestra incapaz de doblegarse ante la constreñida amalgama de convencionalismos sociales. Acuciada, además por la penuria económica y ese paso de los años, intentará sobrevivir, optando como última alternativa posible por la búsqueda de un esposo.

Tras la sombra de Stanley se esconde, sin embargo, un patán manipulador y violento, muy alejado del cautivador y sensual Brando de mis recuerdos. No obstante, ambos son, al fin y al cabo, víctimas de un entorno que les constriñe al desempeño de unos roles definidos que han de ejecutar hasta el final con todas las consecuencias. Un final en el que una Blanche herida y abandonada se abisma al horror de la mano de un hombre que, con grandes dotes manipuladoras, ejerce la función legítima de verdugo. Ese desenlace que, al igual que en “El Zoo”, se intuye a lo largo de la pieza, pero que no deja de ser por ello, desgarrador.

Añadiré además que en la película, hay otras carencias vitales entre la que hay que destacar la historia sobre el suicidio del esposo de Blanche cuando es descubierto por esta con otro hombre, dado el carácter homosexual de esta historia y la época, lo que hace que fuera obviado en el guión cinematográfico.

Me ha fascinado, como ya dije la forma en la que Tenesse aborda el deseo, tanto el femenino que ha de permanecer oculto, como el masculino que está legitimado por derecho, incluso en sus formas más brutales. La materialización de ese deseo femenino es el que llevará de forma paulatina a Blanche hacia el derrumbe. Sin embargo, en contraposición, se nos muestra también un deseo masculino, que a pesar de que en algunos puntos se despliega con toda su dominación y violencia, puede no llegar a tener ninguna consecuencia negativa para el hombre si se utilizan las herramientas exculpatorias adecuadas.

Tras este análisis considero el libro no solo de lectura recomendable, sino necesaria. A pesar de que ambas obras fueron escritas en la primera mitad del siglo pasado, salvo por algunos detalles, podrían traerse a nuestros días y saldrían bastante airosas.

Tenesse nos muestra en ellas unos personajes que, sumergidos en universos opresivos, se debaten por no abismarse al vacío de la exclusión social y que han de enfrentarse a importantes conflictos internos en los que su parte racional, cede de forma inexorable espacio a la irracionalidad y a los deseos y pulsiones lo que les produce siempre un devastador sentimiento de culpa. El autor expone con valentía una cotidianidad sensual e incluso poética, pero también descarnada, y atroz, a la que reta al público a asomarse. Una puesta en escena audaz e inteligente, que juega con la propia percepción y los prejuicios del que se atreve a asomarse a ella.

Quizá el autor solo pretendía de alguna forma recordarnos que no somos más que frágiles figurillas confinadas en un universo de cristal que, en cualquier momento, con cualquier pequeño vaivén, pueden quebrarse.

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