Siempre, desde que el ser humano empezó a establecer un modelo social basado en la interacción, en las relaciones humanas ha estado inherente el detrimento de la violencia, así como, de la misma forma, el origen de males voluntarios que han perpetrado la convivencia colectiva y los valores morales. Sin embargo, el surgimiento de los Derechos Humanos y el tratado de las Naciones Unidas han servido para poner diques de contención al envilecimiento de los conflictos y masacres, garantizando, en la medida de lo posible, una paz mundial. Que la haya o no con todas las garantías depende obviamente de los gobiernos, de los ministerios de Justicia, de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, de los valores cívicos de la sociedad y de las leyes afines a la prevención y sanciones de delitos.
Pero aun así, la condición humana no rehúye de la violencia en todas sus variantes. Esta época ofrece en lo bueno y en lo malo un amplio escaparate hacia las desgracias ajenas; y de ello se nutre fundamentalmente el trabajo de periodistas especializados en criminología. Eso aviva el interés por parte de muchos medios de comunicación en centrar la violencia o las desgracias ajenas en el foco principal de la vida cotidiana. Tanto en la prensa escrita, televisada, en la radio –por no decir de Internet– abordan la violencia física, los accidentes, los desastres naturales y los crímenes de una manera tan morbosa que la ética periodística queda pisoteada; o inexistente, por mejor decir. Entre otras causas por la falta de sensibilidad de varios medios a la hora de mostrar una noticia, o un titular, donde suele aparecer en la cabecera de ésta la imagen explícita de un cadáver envuelto en un charco de sangre. Y en ese sentido hay una tendencia pusilánime a obtener beneficio de ello. Por eso se origina toda una barahúnda de intereses en cuanto se conoce un asesinato y el ahínco por mostrar los detalles de éste; las claves por las que se cometió un parricidio; los precedentes que hay detrás de una violación; la filtración de un atestado judicial a la prensa; la descripción minuciosa del lugar de un crimen, etc. Todos estos componentes que envuelven una crónica de sucesos acaban siendo el producto en bruto de los medios de masas, cual si la realidad delictiva fuera tan imprescindible para la ciudadanía. De este modo vemos, o escuchamos, en multitud de medios de comunicación un acervo de desgracias ajenas donde la prensa abastece cuanto puede; y la finalidad, en varios casos, no es tanto informar a la sociedad sino engendrar en ésta una visión malsana de que las hampas, los asesinos, ladrones y criminales, tienen más protagonismo del que se merecen. Y mientras los medios acaparan esa atmósfera de la violencia, la ciudadanía queda, desafortunadamente, con un sabor de boca agrio, amedrentada, insegura, y, por supuesto, hasta la saciedad de ver siempre el sórdido escaparate de las desgracias comunes. Pues bien. Dentro del enfoque sensacionalista que revierte todo lo mencionado, se hace más fuerte una industria en el periodismo conocida como la nota roja. Es decir, el género informativo centrado en la violencia exclusivamente. No es una práctica nueva, puesto que en el siglo XIX comenzó a tener auge en tanto que la gente se interesaba muchísimo por los asesinatos, las violaciones, los robos, etc. Pero realmente la nota roja tiene origen en la Inquisición mexicana, cuando al anunciar una futura sentencia se difundía a través de un escrito popular, que venía a ser una nota roja. Durante el siglo pasado, esta variante periodística fue haciéndose más sofisticada con el ímpetu de atraer grandes audiencias. Y tal que así, extrapolando su intención, la literatura, el cine, la televisión –con infinitas series– acaban mimetizándose con la nota roja. Por esto mismo en torno a los conflictos, los crímenes, el narcotráfico, etc., se origina una poderosa industria del entretenimiento; tornado el hecho de que, la sangre, vende, atrae, causa morbo. Y cuanto mejor esté rodeada de abalorios más interés popular despertará.
Ocurre a diario cuando los medios de masas arguyen que la actualidad trae consigo un nuevo crimen de violencia de género, un asesinato cometido en extrañas circunstancias, la desaparición de una persona… ¿Se le puede considerar a eso actualidad? ¿Qué es realmente la actualidad informativa cuando día tras día los medios nos repiten el 85% de los sucesos con respecto ayer? ¿Tan imprescindible es en la vida cotidiana otorgarle un exceso protagonismo a la violencia? Pese a que hay unos datos estatales, emitidos y registrados por un Observatorio encargado de ello, hay determinados periodistas que no pasan penurias gracias a los sucesos trágicos. Y se entiende que para documentar una crónica de esta índole, apliquen una serie de pericias –porque todo oficio exige servirse de unos trucos– pero lo cuestionable, es, realmente, de qué forma tratan la realidad en este caso: si de manera objetiva e imparcial, si en función de un interés en concienciar, si por cuestiones de morbosidad puramente, o, por el contrario, si se obtiene una importante ingesta de dinero tras darle protagonismo a los delincuentes, asesinos, violadores, jueces… En contraposición, la realidad social es muy cambiante, compleja y fértil, pero aun habiendo medios especializados, siempre escuchamos o vemos lo mismo: política y violencia. En el caso de la primera, al cabo del año muchos medios ganan muchísimo dinero por convertirla en el pan de cada día. En cuanto a la segunda, se constituye un imperioso negocio.
Lo mismo es una trivialidad, pero es cierto: no diferimos mucho entonces de la sociedad romana, abocada ésta en el coliseo para complacerse por la muerte en vivo, por el morbo que causa la sangre y por la veneración de los asuntos políticos. Tal vez por esto estamos creando una sociedad más embrutecida, polvorienta y acrítica. Y hay quienes con el vendaval cotidiano, más para lo malo que bueno, no dejan de tener una gran morbosidad por todo lo que huela a violencia en todas sus formas.
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