Puede que sea por las nuevas modas, por adaptarse a un mercado tan crítico, pero cada vez más y más libros caen en el tópico. En su búsqueda desesperada de realismo, nos dan un final agridulce, con el cual el lector no terminará de cerrar la historia, y esa sensación de disconformidad mantendrá la obra largo tiempo en su cabeza, como una piedra en el zapato, pequeña pero molesta.
No podemos decir que esto sea algo malo. Si es un recurso tan extendido, por algo será. No hay más que revisar las listas de Best Sellers para descubrir que los más gustados siguen esta fórmula. Pero es como todo, y el exceso cansa, y más aún si es un mal exceso.
Pero eh, al menos no serán tachados de sentimentales.
Porque también está el otro extremo. La cantidad de libros que habrán sido criticados por ser demasiado “blandos” en sus finales, por dar a la historia esa solución mágica que lo arregla todo al final. Y vivieron felices y comieron perdices.
“El teléfono sonó poco después de las ocho y media, y, como era una mañana de domingo, Bill Chadwick estaba aún en la cama”.
Con esta frase comienza la quinta historia de Frederick Forsyth, en su libro recopilatorio de relatos breves, “El Emperador”.
A primera vista, no parece tener nada de especial. Y es que no lo tiene. Forsyth presenta en este libro un total de ocho historias, las cuales en aspectos de trama comparten poco más que el marco histórico y una (vaga en ocasiones) relación con Irlanda.
La clave está en cómo se tratan esas tramas.
Son historias simples y amenas, sin sobresalto alguno y fáciles de leer. Pero entonces llega el final, y es que en todas y cada una de ellas, el autor pone un punto y aparte. Sea cual sea la historia, se ha cerrado el ciclo, ha terminado de verdad.
Y uno podría pensar que un final así dejará al lector indiferente, que pasará al siguiente libro y se olvidará de haber tocado esas páginas. Pero no es así, ni mucho menos. Pues al pasar la última hoja, se instala en ti una sensación extraña, agradable. El sentimiento de haberse hecho justicia, que no ha caído sin más en la sencilla complacencia.
No se quedará atascada en la mente del lector, no. Se archivará, quedará guardado cuidadosamente en tu memoria, y puede que, algún día, le quites el polvo y lo vuelvas a sacar a la luz, para pasar el legado, para recomendárselo a alguien. Porque quieres que él también lo sienta.
La satisfacción de un buen final.
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