Sólo se inventa mediante el recuerdo.
Alphonse Karr

Detalle de san Agustín en una vidriera por Louis Comfort Tiffany en el Lightner Museum (Fuente).

Inolvidable, innegable y errante se presenta con una careta fantasmal y coloca sobre su poseedor nostalgia o felicidad, además eleva el autoestima o explota el ego y fortalece la humillación o el orgullo; siempre digno de menosprecio cuando se le invoca con tristeza o merecedor de pleitesía cuando se le evoca con alegría: su poder es el destino del hombre.

Es imposible controlarle, porque procura alivio o malestar. Así es el recuerdo. Las conversiones de los hombres al cristianismo suelen ser historias que conmueven al alma consciente. El retrato de San Agustín sentado debajo de una higuera meditando en profundas reflexiones, que “había en el fondo de mi corazón, y junta y condesada toda mi miseria se elevó cual densa nube”, provocaron su quebrantamiento y para algunos esta descripción forma un cuadro de verdadera fantasía.

Si la profundidad del alma no se mueve a reflexionar en torno a los recuerdos la vida del hombre podría considerarse mancillada y muerta. Los recuerdos con una chispa de jovialidad reavivan el alma que procura el cambio. Cuando se les enfrenta valientemente hacen posible el desarrollo del ser. Todo se transforma y ellos son bendiciones.

En la novela La Nausea escrita por J. Paul Sartre, el protagonista, Antoine Ronquetin, evita el recuerdo constantemente, porque éste determinaría sus acciones o la decisión le obligaría a reinventar toda su existencia en términos de «mala fe». Sin embargo, al final Ronquetin reconoce que su evasión como malestar para sí era la presencia de una existencia afirmativa, una voluntad de poder decir sí a la vida y a los recuerdos. El estribillo « Some of these days. You´ll miss me honey.» que aparece en la novela integra el sentido de la noción de recuerdo en el que cree Antoine.

Totalmente diferente es el significado del recuerdo para Saulo de Tarso que posteriormente se le reconocerá como el “más pequeño” o, mejor aún, como Pablo. Su conversión no es el resultado del abandono de los recuerdos para transformar la vida: caso de San Agustín; o reconocer el recuerdo como la expresión vital de la existencia: caso de La Nausea de J. Paul Sartre.

La conversión de Pablo es abrupta, impetuosa, instantánea. Ella es provocada por una voz que Pablo escucha cuando camino a Damasco quiere aniquilar cristianos y termina sobre el suelo, ciego y quebrantado. Esa voz no es la voz de la consciencia como comúnmente se le reconoce. Es la voz de la verdad. Ella no es entendida por los acompañantes de Saulo y suele ser mal interpretada por los oídos más exigentes al no tener un sentido inmediato. Para Pablo los recuerdos son la voluntad de sí para entender lo disperso, el caos y la relación terrenal-divino. «Seguro, Señor, ellos saben que yo llevaba a la cárcel y azotaba los que creían en ti.  Y cuando mataron a Esteban yo mismo estaba allí, aprobando su muerte.  Hasta cuidé la ropa de los que lo mataron. […], a pesar de todo, seguí anunciando que deben arrepentirse y volverse a Dios, haciendo obras que demuestren el arrepentimiento de verdad.  Por eso algunos judíos me llevaron preso y quisieron matarme¹, escribe Pablo.

Jean-Paul Sartre en 1967 (Fuente).

Los tres sentidos del recuerdo doblegan al alma resentida y extraviada. El extravío del alma se consuma en términos de carácter cara a la existencia y el del resentimiento está a expensas de los actos cara al destino. Un ejemplo curiosamente lo encontramos en el cuento de Poe “El corazón delator”: ¿Qué impulsa al protagonista a cometer homicidio, sino el resentimiento contra todo lo que se ve y al ojo que lo ve? Por el contrario, el extravío del alma lo retrata bien Conan Doyle en el cuento titulado “La banda moteada”: ¿Por qué un padrastro amoroso se convierte en un hombre mezquino y ávaro que sin sentimientos mata a su hijastra, pintando así un cuadro completo de feminicidio por insensibilidad?

Y, sin embargo, cualquier transformación mental posibilita un nuevo destino y aquello que la voluntad desea con ímpetu termina por quedar marcado en la existencia individual, como acciones que se profundizan en el alma, así los recuerdos se graban sobre la existencia y toda satisfacción por vivir expide cierto recelo ante recuerdos menospreciados por la fuerza de existir, por la vitalité.

Algún día de puro recuerdo la existencia se torna placentera cuando detrás de ella está nuestra imagen viva de lo que somos y somos a través del tiempo y de cómo todo lo terrible es una enseñanza ante el deseo frustrado de querer ser alguien más. Lo profundo, lo abismal y la vorágine que se logra con ayuda de la reflexión nos cincela un símbolo individual, único que hace pensar que la existencia es puramente jovial. Las situaciones traspasan el corazón, pero los recuerdos transforman el alma. Finalizar intencionadamente con la vida niega la existencia de la vitalidad haciéndola pasar como una fantasía nada más en un mundo esencialmente malvado, sin sentido y lleno de prejuicios, pero la fantasía brilla por la alegría creativa que imagina un mundo alterno, bello y bueno; además, aniquilar la vida por puro recuerdo incrementa el poder de la cobardía haciendo propaganda a la falta de rigor y esfuerzo como valores necesarios para continuar con la existencia.

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¹ Hechos 22:1-21, 26:5, 11, 17b-23. Las cursivas son mías.

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