
Imagen vía Shutterstock.
En un artículo publicado en The Guardian Kathryn Hughes se refiere a una anécdota ocurrida justo después de que se anunciara la muerte de Charles Dickens en junio de 1870. Al enterarse de la noticia, la joven hija de un comerciante londinense preguntó ansiosamente: «Si ha muerto el señor Dickens, ¿eso quiere decir que también se morirá Papá Noel?». Esta anécdota sirve para ilustrar de qué manera Dickens y la tradición navideña, tal y como se ha ido transmitiendo de generación en generación, forman un todo.
Ha pasado más de un siglo y medio desde que Dickens publicara su Cuento de Navidad, la novela que sirvió de base para celebrar estas festividades, y sigue tan presente en el imaginario colectivo como entonces. Sí, se han hecho otras aportaciones a la Navidad moderna: en 1841 el príncipe Alberto hizo su contribución importando el abeto, Henry Cole popularizó las tarjetas navideñas en 1843, o el fabricante de dulces Tom Smith elaboró galletas en 1847. Sin embargo, la Navidad está unida de forma indisoluble con esa historia que Dickens escribió en seis semanas en el otoño de 1843. Publicado el 19 de diciembre de ese año, Cuento de Navidad relata la historia de Ebenezer Scrooge, un amargado y viejo avaro a quien se le da la oportunidad de redimirse cuando es visitado por cuatro fantasmas en la víspera de Navidad. Como resultado de su advertencia acerca de lo que sucederá si no cambia forma de ser, Scrooge acaba llegándose de buena voluntad y le ofrece una deliciosa cena de Navidad a la familia de su maltratado y explotado empleado, Bob Cratchit.

Imagen vía Shutterstock.
La Navidad era una celebración deslumbrante en casa de los Dickens. A los invitados se les ofrecería una cena de pavo, seguida de una exhibición de trucos de magia. «La Navidad siempre fue un momento que en nuestra casa se esperaba con entusiasmo y alegría», recordaba Mamie, la hija mayor de Dickens. Henry, el hermano menor también describe con alegría esa época del año: «Mi padre siempre estaba en su mejor momento, un anfitrión espléndido, brillante y alegre como un niño y lanzando su corazón y su alma a todo».
Ahora bien, por debajo de esa dicha, Dickens escondía una oscura obsesión hacia la Navidad. Si miramos con detenimiento su obra, nos daremos cuenta de que en Grandes esperanzas, Pip arruina su vida al darle un pastel de carne de cerdo destinado a la cena de Navidad al condenado Magwitch, en El misterio de Edwin Drood el joven héroe desaparece en la víspera de Navidad dejando varias pistas de que lo ha asesinado su tío, o en Cuento de Navidad Scrooge es obligado por el fantasma de las navidades pasadas a observarse a sí mismo como un niño abandonado en la escuela durante la temporada festiva y este llora «por ver a su pobre yo olvidado como solía ser». De hecho, al igual que se asocia todo lo positivo de la Navidad con Dickens, también se hace con aspectos negativos como el hambre o la miseria.
Si analizamos la vida del escritor, descubriremos que cuando tenía 12 años fue privado de su padre, que tuvo que ingresar en prisión a causa de sus deudas. Arrancado de la escuela, el muchacho empezó a trabajar en Warren’s Boot-Blacking Factory, una fábrica de betún para calzado infestada de ratas a orillas del Támesis. Tras jornadas de diez horas, regresaba cada noche a su sombrío alojamiento en Camden Town. Los seis chelines semanales que gana apenas le llegaban para comer, porque con ese dinero tenía que pagar su hospedaje y ayudar a su familia. Tan grande fue el trauma que cuando era adulto Dickens solo reveló los detalles a su mejor amigo, John Forster. Pero fue dejando rastros en muchas de sus novelas. Por supuesto, en la novela autobiográfica de 1850 David Copperfield, pero también en las narraciones de otros héroes caídos en desgracia y privados de una familia, condenados a vivir con poco amor y mucho hambre, como Oliver Twist o Nicholas Nickleby.

Imagen vía Shutterstock.
El trauma de esa desintegración familiar persiguió a Dickens toda su vida adulta, obligándole a resarcirse cada año. Solo así se puede comprender su necesidad, casi compulsiva, no solo de afirmar su felicidad sino de exhibirla, tanto a conocidos como a extraños. Las cenas navideñas en la casa de los Dickens equivalían a una especie de representación teatral. El telón se abría puntualmente a las siete menos cuarto, momento en que comenzaba la cena ‒sin que se tolerara ni un minuto de retraso‒. Todos los accesorios y complementos estaban relucientes e impecables. La decoración estaba sobrecargada, con inmensas cantidades de flores artificiales encima y debajo de la mesa.
Pero para un ojo observador, existían señales de que algo no iba bien entre tanta felicidad. Según los códigos de género de mediados del siglo XIX, se esperaba que las parejas casadas se organizaran en el hogar en esferas separadas, dirigiendo la casa la señora mientras el marido se encargaba de ganar dinero para costear todos los lujos. En la casa de los Dickens, sin embargo, no funcionaba así. Era Charles y no Catherine quien dirigía la casa, quien distribuía los muebles, o, en palabras de Nathaniel Hawthorne, quien hacía tratos con carniceros y panaderos y hacía, en la medida de lo posible, lo que fuera para su esposa. Esto sería comprensible si Catherine hubiera sido una ama de casa o una cocinera terrible, pero parece que más bien era todo lo contrario.

Imagen vía Shutterstock.
En 1851, Dickens publicó bajo seudónimo ¿Qué tendremos para cenar?, una serie muy útil y popular ‒rápidamente se hicieron cuatro reimpresiones‒ que ofrecía hasta 20 cenas familiares. El éxito de este manual para amas de casa se debió a que se basaba en presupuestos reales, incluyendo una variedad de platos hechos con las sobras del día anterior. Todo sugiere que Dickens es la persona detrás de esta obra, que escribió su introducción y organizó el libro para que fuera publicado por sus propios editores.
En la introducción se advierte que si las mujeres no aprender a ser mejores amas de casa, ellas tendrán la culpa de que sus maridos empiecen a pasar más tiempo fuera de casa, en clubs para caballeros, que era precisamente lo que el propio Dickens estaba haciendo. Desde principios de la década de 1850, Dickens prefería menos cenar con Catherine que invitar a sus amigos a la oficina de Covent Garden de Household Words, la revista semanal que editaba. «¡Detesto los hogares domésticos, deseo ser un vagabundo!», escribió a un amigo en 1848, y aunque se supone que era una broma deja entrever lo que pensaba de verdad a esas alturas. Cuando el matrimonio se separó en 1858, Dickens se apresuró a decir que la relación había fracasado porque Catherine era una mala ama de casa y peor madre. Referidos a sus hijos, a un amigo le escribió que ella «nunca se ha unido a uno de ellos, nunca jugó con ellos en su infancia, nunca atrajo su confianza a medida que crecían». Como el divorcio era impensable en la era victoriana, continuó manteniéndola a ella y a su casa durante los siguientes veinte años, hasta el día que ella falleció, pero con un núcleo familiar ya claramente desestructurado, algo que va en contra de los principios que se predican en Cuento de Navidad.

Imagen vía Shutterstock.
No debería sorprendernos que la contradicción esté presente en esta historia, porque existe prácticamente desde su origen. Cuento de Navidad predica la generosidad y el desprendimiento, pero al mismo tiempo se concibió como una forma de hacer dinero en un momento en el que el autor atravesaba por un bache económico. Aprovechó para el lanzamiento el período festivo, en el que aparecían nuevos títulos; aprovechó la impresión barata, que permitía a los trabajadores regalar libros; y aprovechó la posibilidad de quedarse con todas las ganancias generadas por el libro, editándolo con su propio dinero y evitando hacerlo con Chapman y Hall.
Sabemos cómo termina la historia. Ebenezer Scrooge aprende que la avaricia mina las relaciones humanas, aprende el peligro de encerrarte en la prisión de la soledad, y aprende a amar, a entregarse a los demás, a ser más generoso y desprendido con su propia familia y con los más necesitados, por el simple hecho de hacerlo, sin esperar nada a cambio. Pero detrás de esa historia existe otra, quizá menos conocida pero no por eso menos real. Quizá Cuento de Navidad en su origen también fue una forma de hacer dinero rápido y una manera de reconciliarse con un pasado traumático.
No hay comentarios