A pesar de ser conscientes de que algo falla y de que necesitamos cambiar de hábitos, pocas personas dan un paso adelante, se replantean su propia vida y toman medidas para reducir su impacto ambiental. Y, cuando hablamos de negocios, como el negocio de los libros, las medidas en pro de conservar el clima brillan por su ausencia o resultan de risa.
El negocio de impresión, transporte y venta de libros es altamente ineficiente, derrochador y contaminante. Y aunque podríamos caer en el error de mirar otros sectores (como el del transporte privado) y decir “ellos lo hacen peor”, hoy vengo a hacer autocrítica de un hobbie que me apasiona y que causa bastantes más emisiones de las que creemos: la lectura.
Impresión bajo demanda, una forma de evitar quemas
No mucha gente sabe que buena parte de los libros impresos se queman tras pasar meses o años viajando por librerías y almacenes. Los libros tienen bastantes vidas. En la primera, optimista, la editorial o el autor encargan un número importante de copias con la esperanza de venderlas.
Estas copias, si uno tiene suerte, viajan desde el punto de impresión hasta la mesa de novedades de decenas o cientos de librerías. Allí permanecen esperando a su futuro dueño. Pero, si este no llega, van a la trastienda de la librería y regresan a alguno de los almacenes de la marca.
Allí pueden pasar bastante tiempo hasta que, dentro de las previsiones contables de los dueños de los derechos, se decide que no se venderán y que resulta más rentable realizar una “valorización energética”, que viene a ser vender los libros al peso para su quema, previo transporte, algo que no solo emite gases de efecto invernadero, sino que hace que toda la contaminación derivada de su fabricación haya resultado improductiva.
La impresión bajo demanda es un pilar imprescindible para disminuir el impacto del mundo de la literatura, pero exige cambios en nuestros hábitos como compradores de libros. A saber, esta modalidad de compra no admite las prisas. El libro llegará en dos o tres semanas, quizá más, y habrá que esperarle. Nadie dijo que minimizar el cambio climático iba a ser fácil.
De fajas, forros y tapas duras
Deberíamos evitar a toda costa las tapas duras y, especialmente, las fajas en los libros. Sí, es posible que mi predilección por los libros de tapa fina condicione mi planteamiento en este punto. También es probable que mi búsqueda de simplicidad y el modo en que organizo mis lecturas (a menudo para el transporte público) coincidan con una visión de menor impacto ambiental.
Lo cierto es que desde el punto de vista funcional, y salvo excepciones, la tapa dura no es más que un añadido estético que encarece el volumen y aumenta de forma notable su impacto ambiental. Bonita, pero prescindible y contaminante.
El cartón no solo requiere más recursos para su fabricación que la tapa blanda, sino que además ocupa un volumen mayor y pesa más. Por tanto, usa más combustible para su transporte al punto de venta, y si el libro no se vende se acentúa el problema del punto anterior: al quemarlo, contaminará más.
Una forma de visualizar este capricho innecesario es retirar las tapas de un libro, medirlo y pesarlo. En función del volumen, las tapas pueden llegar a rondar entre un 5 y un 80% del peso del libro (esta última muy presente en encuadernaciones infantiles), y resulta evidente que aumentan su volumen una cifra nada despreciable.
Con respecto a las fajas o los forros, la conclusión es aún más obvia: no son necesarios en absoluto. Claro, aportan un interesante manto visual y un vestido, y son clave en el marketing, pero son un recurso absurdo si lo que buscamos es reducir emisiones.
Igual es una pregunta que deberíamos hacernos: ¿Estamos buscando reducir emisiones? ¿Estamos dispuestos a sacrificar un factor estético en nuestra librería por evitar el aumento de la temperatura del planeta. Llegados a este punto del artículo, quiero pensar que sí.
Libros clorados, un proceso estético estúpido
Algo que tampoco sabe mucha gente es que muchos libros, para alcanzar un nivel de blanco inmaculado entre sus páginas, hacen uso de cloro y otras sustancias (a menudo derivadas del petróleo, como el usado en técnicas de satinado) mezcladas con la pulpa.
La pulpa es amarillenta y presenta “desperfectos”, por lo que se les da un aspecto más limpio y estético en un proceso caro e improductivo. Por descontado, hay editoriales que no usan este tipo de tratamientos que solo aportan un mayor gasto de agua y más contaminación, y optan por un papel menos procesado.
Prescindir de libros de páginas inmaculadas debería ser la prioridad número uno de las editoriales e imprentas, y me consta que algunos autores solicitan a sus colaboradores el uso de papel no clorado y altamente reciclado. Espero que pronto sean todos.
Este tipo de papel menos procesado no solo es más reciclable, sino que además emite menos partículas contaminantes en caso de que la incineración sea su última parada. El párrafo de arriba es importante para autores: podemos hacer que nuestra obra resulte de menor impacto. Quedaos con ello para cuando firméis el contrato que os lanzará al estrellato.
El eBook, otra alternativa de bajo impacto
A finales de 2020 invertí en un BOOX Note Air para leer, realizar anotaciones, estudiar y tomar apuntes. Dejando de lado el ahorro en libro, de 2021 en adelante priorizaré la compra de libros digitales a fin de evitar la tala de árboles o el coste ambiental del desplazamiento de libros.
Pero si lo que buscamos es reducir nuestro impacto en lo posible, la mejor alternativa es evitar la impresión y pasarnos a un formato digital en un dispositivo que ya usemos (ordenador, smartphone, etc), o invertir en un lector que evite la impresión de cientos de libros.
Y sí, lo sé, surgen dos problemas importantes:
- Leer en un dispositivo electrónico no es lo mismo que leer en un libro físico. No sólo por la experiencia, el DRM y los derechos sobre la compra lo convierten en un producto diferente. Pero es una experiencia diferente con un impacto (eléctrico, principalmente) mucho menor.
- Los dispositivos electrónicos tienen su propio impacto ambiental. El eléctrico disminuye cada año a medida que aumenta el mix renovable, mientras que la amortización ambiental del dispositivo dependerá de un factor clave: leer muchos libros y que nos dure mucho.
Es importante tener en cuenta que no existen actividades de impacto nulo. Tanto leer un libro en papel como en eBook tienen un aporte al cambio climático. Pero leer con un dispositivo electrónico que ya tenemos en nuestro bolsillo no va a acortar su duración y estaremos, por tanto, usando un mismo nivel de contaminación (la fabricación del móvil) para varias actividades. Algo deseable en la lucha contra el cambio climático. Y sí, dejar de lado el papel va a costar mucho, soy el primero que lo admite.
¿Podemos hacer los lectores?
Me gusta pensar que la conciencia medioambiental va calando poco a poco en las personas de mi entorno. Les veo torciendo el labio ante mis palabras a medida que asienten por la trágica certeza de su contenido. Tenemos un importante reto por delante, y un conflicto personal respecto a nuestros hábitos.
Ahora que sabemos que hay alternativas a algunas modalidades de lectura, podemos evitar las más contaminantes en la medida de lo posible. Si un número suficiente de lectores se pasan al libro digital, evitan libros de tapas duras o hacen ascos a los forros, las editoriales evitarán formatos de alto impacto.
Del mismo modo, los autores tienen en sus manos algunas de las claves, como pactar una tirada corta con libros bajo demanda, solo trabajar con libros de bolsillo de papel reciclado, o evitar firmar con una editorial que no haga uso de distribución digital.
Espero que este artículo llegue a los lectores, los autores y los responsables editoriales. Todos tenemos parte de responsabilidad en el modo que el actual negocio librero contamina el medio ambiente. La pregunta que os hago es: ¿vamos a hacer menos contaminante el mundo editorial, o seguimos como hasta ahora?
Imágenes | Kourosh Qaffari, Beatriz Pérez Moya, Maarten van den Heuvel, Alexei Scutari
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