Tanto en el siglo XIX como a día de hoy existe la necesidad de que la sociedad mantenga una cierta distancia con sus desviados, sus criminales. El aislamiento físico de los criminales que ofrecen los muros de la prisión no basta; y la sociedad exige y tiene la necesidad de que las conciencias criminales se mantengan apartadas y que las condiciones de vida de los presos deban ser más difíciles porque si la pena no fuera sinónimo de dolor la sociedad colapsaría. Esto hace que

«el individuo [sea] sin duda el átomo ficticio de una representación ideológica de la sociedad; pero (…) también una realidad fabricada por esa tecnología específica de poder que se llama la disciplina (…) De hecho, el poder produce; produce realidad; produce ámbitos de objetos y rituales de verdad. El individuo y el conocimiento que de él se puede obtener corresponden a esta producción» (Foucault, 2003, p. 180).

El castigo y disciplina por medio de la soledad y la reflexión propias de Tocqueville quedarían suplantadas por una relación de poder cuyo origen se encuentra en la sociedad y que se ejercita en las prisiones, sobre los criminales, que mediante las nociones de «institución, de represión, de rechazo, de exclusión [y] de marginación [terminarían fabricando un] individuo disciplinario» (Foucault, 2003, p. 287), acabando así como la capacidad del individuo de superarse a sí mismo en su criminalidad. Lo que se consideró para Tocqueville como una forma de proporcionar al condenado una transformación moral desde él y para él mismo mediante la disciplina de la soledad y del silencio, suponía que fuese el crimen y no el criminal el objeto que debía ser castigado. El criminal es aquel que cometió un acto de maldad, pero es humano y por tanto tiene una humanidad (o al menos se le presupone) que debe ser respetada y rescatada por la sociedad para que el individuo que ha cometido un acto criminal pueda volver a disfrutarla y ejercerla.

La prisión representa la privación de la libertad, no la privación de la vida, lo que supone que estar en la sociedad significa tener acceso a la libertad. Por tanto, el temor a la prisión solo se puede sentir si el individuo, en la sociedad, disfruta de su libertad. La prisión como medio de prevención ante un medio de represión que debe considerarse como la pena más terrorífica, solo podría entenderse en una sociedad estable, pues la prisión, como consideraba Tocqueville, era la despiadada privatización de la libertad cuyo único requisito era el buen funcionamiento, el silencio absoluto. Tocqueville comenzó cuestionando esa acérrima maldad que se les presumía a los criminales que Foucault describía como la realización de un «atentado contra el Rey» (Foucault, 2003, p. 47) y abogando por una salvación de los criminales que se basase en el silencio y la meditación y no en el sufrimiento físico.

El punto en el que Tocqueville y Foucault chocan se encuentra en que el primero hace un análisis administrativo del sistema penitenciario para proponer una nueva práctica en el mismo (soledad, silencio y reflexión) y el segundo estudia la subjetividad del criminal, así como a las aspiraciones que la prisión tiene para los individuos descarriados de la sociedad. Foucault no veía los conceptos de democracia, libertad, justicia o igualdad en las prisiones, mientras que Tocqueville quería instaurarlos en ellas. Tocqueville, quien fue un «gran anticipador» (Rodríguez, 1998, p. 54), no supo ver que las prisiones iban a ser reductos donde el ejercicio del poder penitenciario se iba a mantener intacto a pesar de que las sociedades modernas exigían cada vez más un menor ejercicio del poder.

Tocqueville insistía en una retirada del poder de las prisiones para dar lugar a una auto-pedagogía, pero no fue consciente de que

«en todas las épocas el modo de reflexionar de la gente, el modo de escribir, de juzgar, de hablar (…) y hasta la forma en que las personas experimentan las cosas, las reacciones de su sensibilidad, toda su conducta, está regida por una estructura teórica, un sistema que cambia con los tiempos y las sociedades pero que está presente en todos los tiempos y en todas las sociedades» (Foucault, 1985, p. 33).

El poder no es solamente una cuestión teórica pues también forma parte de nuestras vidas y por tanto, nos constituye. El individuo es efecto del poder. No hay ninguna grieta de la sociedad que el poder no haya penetrado o intente penetrar. Tocqueville creyó ver en el final del Antiguo Régimen un descenso del poder por parte del Estado, la forma en que el poder se ha desarrollado a lo largo de la historia, pero dicha forma de poder es globalizante y totalizadora. Sin embargo, esta desarrolló una función individualizadora a través de nuevas relaciones de poder como el castigo y la disciplina en el caso de las cárceles. Es Foucault quien advierte de los resortes y, sobre todo, de los nuevos disfraces del poder, pues estos son capaces de generar un conocimiento que controle, vigile, reduzca y limite las posibilidades de sus sujetos y objetos de estudio.

«Hay que admitir más bien que el poder produce saber (…) poder y saber se implican directamente el uno al otro; que no existe relación de poder sin constitución correlativa de un campo de saber, ni de saber que no suponga y no constituya al mismo tiempo unas relaciones de poder (…) el poder-saber, los procesos y las luchas que lo atraviesan y que lo constituyen, son los que determinan las formas, así como también los dominios posibles del conocimiento» (Foucault, 2003, p. 28).

El ejercicio de poder que describe Foucault en Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión no busca conocer o estudiar al hombre para poder comprenderlo o ayudarlo mejor, sino para dominarlo mejor. El poder, mediante una extensa gama de instrucciones como podrían ser los medios de comunicación, las armas, los hospitales y las prisiones, tiene la capacidad de imponer la verdad. La impone porque así podrá moldear, formar y transformar las subjetividades de los individuos que reciban la determinada verdad que emita quien ostenta el poder.

La verdad no existe, lo que sí existe son las interpretaciones de la verdad y, por tanto, los modos de saber y conocer. Entonces, si no hay verdad, el poder puede aprovechar dicha ausencia  de verdad real o absoluta para imponer su interpretación. El poder es la capacidad que tiene un determinado grupo de imponer su verdad, aquello que un grupo comparte y decide tomar por cierto, y en función de ella, dividir lo correcto de lo incorrecto, lo sano de lo patológico, etc… El poder sofocará cualquier otra interpretación que no sea la suya y su meta es sujetar la subjetividad de los sujetos, conquistarla y hacerla suya para de esta manera, establecer lo que es lo normal y lo anormal, es decir, establecer una normalización concreta.

En el estudio de Tocqueville, la prisión se mantiene en su nivel de construcción y regulación, no hay una focalización de los sujetos, ni un análisis de las reacciones de comportamiento de los detenidos en el sistema de encarcelamiento que describe. En contraste, Foucault advierte de las instituciones coercitivas que son las prisiones (pero también hospitales o psiquiátricos), instituciones que juzgan a los individuos por lo que son, por la anormalidad que suponen a la verdad del poder y no por lo que hacen. Se busca el castigo, no la venganza.

Tanto Tocqueville como Foucault afirman la necesidad de unir a los criminales con la sociedad en la medida en que se mantenga y respete la seguridad de los ciudadanos. Quizás la solución para prevenir el crimen, en lugar de criticar la eficiencia o el fracaso de las prisiones, sería descubrir un nuevo tipo de pena que estuviese al mismo nivel de comprensión que el crimen en sí mismo, lo que significaría salir de la estructura: una pena fuera de la prisión (en tanto que prácticas incorrectas) y dentro de la sociedad (en tanto que grupo en el que reintegrarse).

Bibliografía utilizada

Foucault, Michel (1985). Saber y verdad. Madrid, España: La Piqueta.

Foucault, Michel (2003). Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Buenos Aires, Argentina: Siglo Veintiuno Editores Argentina.

Rodriguez, José Enríquez (1998). La perspectiva sociológica. Historia, teoría y método. Madrid, España: Taurus.

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Una vida en la cárcel para nada

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