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A menudo las personas que intentan aprender una segunda lengua se lamentan de no haberlo hecho cuando eran niños porque piensan que habría sido mucho más fácil. La idea de que los niños aprenden idiomas con más facilidad y rapidez que los adultos está tan extendida que incluso muchos lingüistas la comparten. Sin embargo, no solo podría no ser así sino que tal vez podría ocurrir justamente lo contrario. Ahora bien, ¿por qué se ha extendido tanto esa idea y cómo sabemos que no es cierta?

En primer lugar, hay que aclarar que sí hay estudios que confirman que los niños aprenden un primer idioma más rápido que los adultos. Esta hipótesis está apoyada por ejemplos como los de los niños salvajes, en los que se ha intentado enseñar un primer idioma a un adulto. Pero cuando alguien piensa que los niños pueden aprender idiomas más rápido que los adultos no es en un primer idioma en lo que se suele pensar, sino en un segundo.

Por otra parte, el aprendizaje de un primer idioma en un niño es un proceso que lleva años, desde que articulan sus primeras palabras hasta que comienzan a crear oraciones relativamente compekas y a usar un vocabulario más elaborado. E incluso entonces siguen mostrando muchas carencias en el uso de su primer idioma. Lo mismo ocurre con los niños que aprenden más de un idioma a la vez. Adquirir fluidez en un segundo idioma, al nivel de un adulto, les lleva años también.

En un estudio realizado por los lingüistas Sara Ferman y Avi Karni de la Universidad de Haifa en Israel, titulado No Childhood Advantage in the Adquisition of Skill in Use a Artificial Language Rule, se comparó la manera en la que niños y adultos aprenden idiomas secundarios. Para ello, inventaron una regla donde los verbos en una oración se pronunciarían de manera diferente dependiendo de si el objeto al que se refería el verbo era inanimado o animado. En ningún momento se explicó esta regla, y los participantes simplemente escucharon el idioma hablado con esta regla y luego se les pidió que utilizaran el verbo correcto a partir de un objeto. El estudio utilizó grupos de niños de 8 y 12 años, así como adultos de diferentes edades. ¿El resultado? Según el estudio, «los adultos era n superiores a los niños de ambos grupos de edad y los niños de 8 años eran los alumnos más pobres en todos los parámetros». Dos meses después se volvió a evaluar quién recordaba mejor la regla y los adultos una vez aventajaron a los niños, quedando los de 12 años en segundo lugar y los de 8 años en último.

En otro estudio, Edad y entorno de aprendizaje: ¿son los niños estudiantes de segundo idioma implícitos?, de la lingüista Karen Lichtman, los investigadores inventaron un lenguaje llamado Sillyspeak y luego lo enseñaron a grupos de niños y adultos de varias edades. Cabe destacar aquí que lo enseñaron a algunos grupos implícitamente y a otros explícitamente. ¿Los resultados? Independientemente de si la instrucción fue implícita o explícita, los adultos eran más rápidos que los niños.

Otra fuente importante de datos la aporta el Barcelona Age Factor Project, que desde fines de la década de 1990 estudia a niños que aprenden inglés como segundo idioma en España, comprobando si los niños más pequeños realmente aprenden un segundo idioma más rápido que los adultos, con la misma instrucción, exposición y práctica del idioma. Si bien la idea común es que comenzar cuanto antes a aprender un segundo idioma es lo mejor, una vez más los resultados de este proyecto de investigación muestran que los estudiantes que comienzan a aprender inglés como segundo idioma más tarde obtienen mejores resultados que los que lo aprenden siendo más jóvenes.

Tiene sentido que sea así. Los adultos parten de un cierto nivel de dominio de un idioma, su lengua nativa, además de tener una comprensión más profunda de las estructuras del lenguaje y de conceptos gramaticales, así como estar ya familiarizados con un alfabeto y tienen la capacidad de comprender ciertos matices, abstracciones, jerga, chistes, etc. Además, también tienen mejores hábitos de estudio, o, en muchos casos, simplemente hábitos de estudio a secas. En cambio, enseñarle conceptos gramaticales de forma explícita a un niño de cuatro años es más complicado de lo que se podría pensar, con el inconveniente de que muchos de esos niños están acabando de dominar su lengua materna, algo que llegan a hacer hasta la adolescencia.

Frente a la infinidad de ejemplos de adultos que consiguen un nivel de adquisición fluido de una segunda lengua en menos de un año, vemos que los niños a menudo tardan muchos años en alcanzar el mismo nivel. Entonces, ¿de dónde surgió la idea de que los niños aprenden idiomas más rápido que los adultos y por qué esta idea está tan extendida que podemos encontrarla en libros de psicología o de lingüística?

Para entender esto hay que remontarse a la hipótesis del período crítico, planteado por los neurólogos Wilder Penfield y Lamar Roberts en su libro de 1959 Speech and Brain Mechanisms y más tarde popularizado por Eric Lenneberg en su obra Biological Foundation of Language de 1967. Según esta teoría, existe un período crítico en el que el cerebro humano está particularmente inclinado a aprender idiomas y después de este período es poco probable que una persona pueda hacerlo al nivel de un hablante nativo, porque el cerebro ya no está preparado. Es cierto que hay una gran cantidad de datos y de estudios que confirman esta idea al hablar de un primer idioma, aunque no hay una edad concreta en la que esta habilidad se pierda de golpe sino que más bien parece que se produce una disminución gradual a lo largo de los años. Sin embargo, esta idea se extendió a la capacidad para aprender segundas lenguas, una idea reforzada por el hecho de que los cerebros de los niños son más plásticos y flexibles que los de los adultos, lo que los hace más rápidos a la hora de aprender cosas nuevas.

A pesar de ello, las ventajas que tienen los adultos en este campo hacen que ni siquiera con esa flexibilidad los niños los superen. El enfoque, los hábitos de estudio o una mejor aptitud para el aprendizaje explícito avanzado simplemente está por encima del aprendizaje implícito, no solo en el aprendizaje de idiomas, sino con la adquisición de la mayoría de las habilidades. Además, los cerebros adultos son mucho más plásticos de lo que se pensaba hace décadas, cuando se formuló esta hipótesis por primera vez.

Ahora bien, si esto es así, ¿cómo es que los niños inmigrantes parecen aprender los idiomas de sus nuevos países tan rápido, a menudo perfeccionando el acento como si fueran nativos, mientras que a sus padres les cuesta más trabajo? Con respecto al acento, sí hay datos que confirman que los niños pueden aprender acentos más rápido y más fácilmente que los adultos, y cuanto más pequeños mejor. Los escáneres cerebrales de bebés demuestran que son capaces de distinguir los ochocientos fonemas que componen todos los idiomas verbales del mundo. Sin embargo, a medida que se centran en uno o en varios idiomas, sus cerebros se concentran en esos sonidos. Finalmente, una vez que se alcanza la edad adulta, las personas luchan para percibir ciertos fonemas, lo que hace que sea difícil reproducir dicho sonido con precisión al aprender un segundo idioma o un nuevo acento. Por ejemplo, los bebés japoneses son perfectamente capaces de distinguir entre los sonidos / l / y / r / al mismo nivel que los bebés nativos de habla castellana. A diferencia de lo que ocurre con los cerebros de muchos hablantes nativos japoneses adultos, que muestran que a menudo no pueden registrar conscientemente la diferencia.

Pero incluso dando por hecho que esto sea así, hay cierta controversia, ya que existen estudios que muestran que con esfuerzo los adultos son perfectamente capaces de perfeccionar acentos al nivel de un hablante nativo, como demuestra un estudio titulado Age and Ultimate Attainment, que se publicó en 1997 y que analizaba a holandeses que habían aprendido inglés a un nivel que los hace indistinguibles de nativos ingleses.

Entonces, si los adultos no tienen nada que envidiarle a los niños en el aprendizaje de segundas lenguas, ¿por qué se sigue manteniendo esa idea? Según Josh Tenenbaum, del Departamento de Ciencias Cerebrales y Cognitivas del MIT, la respuesta es más sencilla de lo que podría pensarse: aparentemente los niños aprenden idiomas más fácilmente que los adultos porque tienen más tiempo libre, porque los adultos tienen trabajos, responsabilidades, vidas ocupadas y muchas cosas en las que pensar, y no pueden dedicar a aprender un idioma tanto tiempo como los niños, que pueden llegar a pasar seis o siete horas todos los días en la escuela, con la única responsabilidad de llenar su cabeza de conocimientos. En este sentido, los niños a menudo se ven obligados a entrar en un entorno en el que deben aprender ese segundo idioma tanto explícita como implícitamente.

Hay que añadir que para un adulto hablar muy lentamente, utilizando una sintaxis y un vocabulario muy sencillo, y sabiendo que está cometiendo muchos errores, puede resultar más vergonzoso que para un niño. Eso hace menos probable que los adultos usen ese segundo idioma y que siempre que puedan traten de comunicarse a través de su lengua materna. Si a esto le sumamos que muchos de los adultos que intentan aprender nuevos idiomas al final se frustran y no lo consiguen, mientras que sus hijos sí lo hacen, se refuerza la idea de que los niños aprenden segundas lenguas con más facilidad.

Por tanto, para un adultos que desea aprender un nuevo idioma lo más recomendable es una combinación de aprendizaje explícito, aprovechando sus conocimiento, al tiempo que lo refuerza con la mayor inmersión posible e intentando desinhibirse todo lo que se pueda en el uso del vocabulario y de la gramática. Con esfuerzo y constancia es posible demostrar que la idea de que los adultos son más lentos o más torpes para aprender segundas lenguas es un mito.

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