Siberia de Jesús María Sáez

La Guerra Fría ha sido una de las materias primas más importantes en la creación del género de espionaje, y aunque el final de este período dejó a los espías sin un enemigo al que perseguir y a los autores sin un material con el que confeccionar sus tramas, de un tiempo a esta parte hemos asistido a un renacimiento sin precedentes del género, sin duda fruto en gran medida de los tiempos convulsos que nos ha tocado vivir. Sin embargo, si bien este tipo de ficción de ha adaptado a los nuevos tiempos, todavía domina el imaginario colectivo centrado en una visión imperialista británica, con malos malísimos rusos de la KGB, gracias a las historias de autores como Ian Fleming o John le Carré.

La novela de Jesús María Sáez ‒más conocido como Txusmi Sáez‒, Siberia, sigue esa misma línea, aunque con una interesante actualización a un contexto mucho más cercano. Como protagonista tenemos a una mujer, María Masha Nikoláyena Ivanova, una antigua soldado del ejército ruso que tras ser herida en una operación especial se ha retirado del servicio y comienza una nueva carrera como asesina fría e implacable, bajo las órdenes de Sergey Sokolov y al servicio de la madre patria Rusia. Masha se convierte en una perfecta máquina de matar que elimina, sin ningún tipo de preguntas, a todos aquellos objetivos que se consideran enemigos de su país. Su última misión la llevará a la Costa del Sol, donde tendrá que encontrar y asesinar a un periodista vasco que trabaja para el National Geographic, Txema Beristain.

Qué ha hecho Txema para convertirse en su objetivo poco importa, aunque lo que en principio era una misión rutinaria más no tardará en dar un giro de ciento ochenta grados cuando la cazadora se convierte en presa, perseguida tanto por la policía española como por el propio Servicio Federal de seguridad ruso. Esto último hace que Masha comience a cuestionar las órdenes que vienen desde arriba y la llevan a cometer algunos errores que ponen en peligro su vida.

Como novela de espionajes, Siberia cumple a la perfección con su objetivo. Es un thriller de acción trepidante, giros inesperados, diálogos frescos, que mezcla sexo y violencia a partes iguales, en una trama que demuestra que detrás hay una cierta investigación pero que no avasalla al lector con datos innecesarios.

La novela cuenta con un par de puntos que habría que destacar. Por una parte está su ambientación, que combina localizaciones tan diversas y dispares como Siberia, Lisboa o Marbella. La parte de la Costa del Sol describe lugares tremendamente cercanos, lo que hace que la historia sea todavía más familiar y verosímil. Por otra parte, el pasado de Txema Beristain esconde un secreto que no se desvela hasta pasado la mitad del libro y que hace que la historia tenga un componente de crítica social ‒por la opaca manera de proceder de algunos gobiernos, en este caso Rusia, ante determinadas crisis‒ y crítica medioambiental ‒centrada en el cambio climático y en el deshielo‒.

Como buena historia de espías, no se acaba de resolver hasta las dos o tres últimas líneas, con un giro tan inesperado como coherente. Una ficción con personajes que podrían haber estado más desarrollados pero que, en definitiva, muestran que ni los buenos son tan buenos ni los malos tan malos, algo que se agradece en un género que suele tender al maniqueísmo.

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