Cada pueblo de los que vivió la Segunda Guerra Mundial recuerda con mayor intensidad algún momento en particular de la contienda. Lo que para los rusos fue la batalla de Stalingrado, para los estadounidenses fue la de Midway. Ambos episodios tienen un punto en común: fueron las primeras victorias significativas de los Aliados frente a alguna de las potencias del Eje.

El transcurrir del tiempo permite construir nuevas miradas sobre los procesos históricos. En Los ecos de la Marsellesa, por ejemplo, el historiador Eric Hobsbawm repasa los distintos significados que la Revolución Francesa tuvo a lo largo de las épocas.

La batalla de Midway fue llevada al cine en 1976 en una película que dirigió Jack Smight, y nuevamente en 2019 en una remake a cargo de Roland Emmerich. Mirar ambas con criterio comparativo es un buen ejercicio para analizar cómo se cuenta la historia en el cine y cómo el cine escribe también su propia historia.

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Empecemos por la película de 1976. El comienzo muestra el bombardeo de James Doolittle a Tokio, en un intento del presidente Franklin Roosevelt de levantar la moral norteamericana después del mandoble recibido en Pearl Harbor. La estrategia de los japoneses, formulada por el almirante Isoroku Yamamoto, descansaba en asestar a los estadounidenses un golpe que los dejara fuera de combate rápidamente. Pero los prolegómenos no se extienden demasiado, y la película pronto desemboca en lo que pasó en Midway.

Aparecen entonces marinos que intentan actuar profesionalmente, esto es, abocados a las tareas que una guerra les impone. La camaradería de los hombres de mar queda ubicada en el entorno bélico, ganando así autenticidad.

La película no se priva de introducir cuestiones sentimentales: en medio del fragor de la guerra, el hijo de un veterano piloto estadounidense se ha puesto de novio con una chica cuyos padres son japoneses. El condimento no resulta ligero si se tiene en cuenta que el noviazgo se produce por una apertura hacia la otredad.

En la Midway de 1976 es evidente su propósito de contar las alternativas de una batalla. La diligente preparación de naves y aeronaves, la tensión de las flotas enemigas que se acechan, la planeación de la estrategia propia junto con el espionaje de la ajena, el aprestamiento de los recursos, las acciones bélicas por mar y aire, hacen del hecho bélico la sustancia a ser contada. Aparecen también las hazañas individuales, como la que protagoniza Charlton Heston, pero quedan contextualizadas en la guerra.

Un nutrido grupo de probados actores integró el elenco de esta película: Charlton Heston, Henry Fonda, James Coburn, Glenn Ford, Toshiro Mifune, Robert Mitchum, Robert Wagner, Pat Morita y Tom Selleck, entre otros. Sin embargo, la superpoblación de estrellas hizo que el tiempo de pantalla de cada una se viera obviamente reducido. La densidad de figuras no le agregó robustez a la propuesta fílmica.

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La versión de 2019 de la batalla de Midway arranca cuatro años antes del ataque a Pearl Harbor, con el lúcido Yamamoto intentando mantener a la marina imperial japonesa a salvo de la euforia guerrera del ejército de su país. Estadounidenses y nipones se estudiaban por entonces con recelo.

Tras un tiempo invertido en mostrar preliminares como el ataque a Pearl Harbor y la batalla del Mar del Coral, la película encara finalmente lo de Midway.

A diferencia de la anterior, acá no hay tanto marinos en guerra como cowboys patoteros de lenguaje altisonante. Los protagonistas comparten una camaradería que no se sabe si es de hombres de mar o de muchachos pendencieros de pub. La guerra no tarda en convertirse en cosa de rencores y afectos personales, relegando lo histórico, mientras la pantalla va poblándose de personajes para quienes el combate resulta asimilable a una salida con amigos.

A falta de recursos narrativos, buenos resultan ser los efectos especiales. Los espectaculares bombardeos y las tremendas explosiones que hacen saltar barcos y marineros por los aires asumen la responsabilidad de prolongar la trama. Para agregarle heroicidad a la propuesta, se exagera la debilidad de los Estados Unidos, mientras que las hazañas individuales reemplazan cualquier exposición de estrategias de guerra en el mar. Los japoneses, mientras tanto, quedan caricaturizados con un clisé cinematográfico: son gente de códigos firmes, pero al mismo tiempo torturadores sin alma.

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Quizá ninguna de las dos versiones fílmicas de la batalla de Midway que hemos considerado acá logra penetrar en las honduras del dramatismo de ese momento histórico. No obstante, una significativa diferencia las separa. La Midway de 2019 tiene como propósito aglomerar impactos audiovisuales para entretener a milennials más interesados en deglutir hamburguesas y sacarse selfies después de la función que en estudiar la historia de la Segunda Guerra Mundial. La de 1976, en cambio, aún con su carrusel de actores, sus fragmentos aburridos y su heroísmo empalagoso, pretende, con todo, narrar una batalla.

Los finales de ambas películas tienen un extraordinario poder de síntesis. Mientras que en la de 1976 el personaje del almirante Chester Nimitz (protagonizado por Henry Fonda) sostiene con modestia que el desenlace de la batalla ha tenido que ver con la suerte, en la de 2019 el mismo personaje (compuesto por Woody Harrelson) exclama simplemente “¡Ganamos!”, como si se tratase del resultado de un partido de fútbol. Quizá el cine bélico esté haciendo demasiadas concesiones a la pereza intelectual de muchos espectadores.

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