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Pocos escritores logran una obra lo suficientemente potente como para dar el salto al lenguaje cotidiano. Kafka es uno de los elegidos, aunque la mayor parte de las veces no usemos el término «kafkiano», que la RAE define para describir situaciones absurdas o angustiosas, con absoluta propiedad. Pero si Kafka es recordado por algo en el imaginario colectivo es por crear escenarios terroríficos y absurdos a partes iguales, pesadillas siniestras, alienantes y opresivas en las que nada parece tener sentido.
Otro de los aspectos por los que es conocido Kafka es por su salud endeble y quebradiza. ¿Pudo influir, en cierto modo, esta sobre su obra? No es una barbaridad plantear tal cosa, teniendo en cuenta lo que la tuberculosis hizo por George Orwell en la creación de 1894. Ahora bien, ¿en qué sentido pudo afectar la salud a la obra de Kafka?
Se sabe que el autor padecía, sobre todo en sus años de madurez, de un insomnio severo. La conexión entre la falta de sueño, la ensoñación y su creatividad literaria la proporciona el propio Kafka en sus diarios, cuando relata que uno de sus primeros cuentos, o al menos uno de los que consideró verdaderamente literarios, fue el resultado de una noche de escritura en vela, de la cual emergió también entre lágrimas, temblores y quizá alguna hemorragia nasal menor ‒no es extraño, ya sabemos que la literatura inspirada en sueños viene de lejos‒.
Quizá pueda parecer una consideración osada afirmar este vínculo partiendo de unas pocas entradas en su diario, pero un estudio desarrollado en 2016 por los investigadores Antonio Perciaccante y Alessia Coralli y publicado en la revista The Lancet Neurology analiza el efecto del insomnio y de la parasomnia en la obra creativa de Kafka. Ambos están de acuerdo con que el efecto hipnótico y alucinatorio provocado por la falta de sueño generó algunas de las visiones de sus escritos. Por la manera en que Kafka hablaba de su dificultad para conciliar el sueño, especialmente en sus cartas y sus diarios, Perciaccante y Coralli creen que el autor checo encontró una inesperada fuente de inspiración creativa en ese momento a medio camino entre la vigilia y el sueño, entre la conciencia y la falta de ella. De alguna manera, el escritor halló la forma para mantenerse en ese estado y sacarle provecho para escribir.
En una entrada de su diario del 2 de octubre de 1911, Kafka parece confirmar la hipótesis de Perciaccante y Coralli: «Noche de insomnio. Es ya la tercera de la serie. Me duermo bien, pero una hora después me despierto como si hubiese metido la cabeza en un agujero equivocado. Estoy totalmente desvelado, tengo la sensación de no haber dormido nada o de haberlo hecho sólo bajo una fina membrana; de nuevo veo ante mí el trabajo de volver a dormirme y me siento rechazado por el sueño. Y desde este instante hasta cerca de las cinco, transcurre toda la noche en un estado en el que realmente duermo, pero a la vez me mantienen despierto unos sueños de gran intensidad. Duermo literalmente junto a mí, mientras yo mismo tengo que andar a golpes con los sueños. Hacia las cinco, se ha consumido el último rastro de somnolencia, y ya sólo sueño, lo que resulta más fatigoso que estar en vela. En resumen, me paso toda la noche en el estado en que se encuentra una persona sana unos breves instantes, antes de dormirse realmente. Cuando me despierto, todos los sueños se han congregado en torno a mí, pero evito pasarles revista en mi memoria. […] Creo que este insomnio se debe únicamente a que escribo. Ya que, por poco y por mal que escriba, estas pequeñas conmociones me sensibilizan; especialmente al caer la noche, y más aún por la mañana, el soplo, la inmediata posibilidad de estados más importantes, más desgarradores, que podrían capacitarme para cualquier cosa, y luego, en medio del fragor general que hay en mi interior y al que no tengo tiempo de dar órdenes, no encuentro reposo.»
Y, por si fuera poco, añade un par de días después: «Por otra parte, anoche me insensibilicé intencionadamente, salí de paseo, leí a Dickens, luego me sentí algo mejor y había perdido la energía para la tristeza, una tristeza que consideraba justificada, aunque también me parecía verla algo más apartada de mí; ello me daba la esperanza de dormir mejor. Efectivamente, el sueño fue un poco más profundo, pero no suficiente, y menudearon las interrupciones. Para consolarme, me dije que, de hecho, había vuelto a reprimir la gran agitación que hubo en mí; que sin embargo, no quería abandonarme, como me había ocurrido siempre después de semejantes períodos, sino que quería permanecer consciente de los últimos vestigios de aquella agitación, lo que anteriormente no había hecho nunca. Tal vez así pudiera hallar en mi interior una firmeza oculta.»
Para un creador, los sueños son muy importantes. Es, durante el sueño, cuando se desantan todas la inibiciones y el pensamiento navega libremente por los recovecos de la imaginación. Por lo tanto si alguien es capaz de romper ese velo divisorio entre la vigilia y el sueño tendra acceso a una información muy valiosa para llevar a cabo su acto creativo: sea literatura, arte, arquitectura etc. Los grandes creadores han tenido esos momentos de ensoñación para crear sus mejores obras.