Es imposible estar seguro
pero tal vez sea Dios todo el silencio
que queda de los hombres
es imposible estar seguro
pero acaso Dios sea
la soledad total irrevocable
más grave que la tuya
o que la mía
Mario Benedetti
Sus cejas se tensan contra el aire, inmoviliza a cualquier energía que las pueda circundar. Sus ojos se abisman y penetran la rareza, son como aspas de Belial, las mismas que liquidan y trituran el más leve desafío.
Georg Trakl es un hombre bueno, su sensibilidad es la de un poeta seráfico al que el devenir de la vida y el paso del tiempo le hubieran condenado a un horror vacui y a la locura.
Un tiempo atrás, no demasiado lejano, y en medio de un recital poético, una señora de armas tomar, muy nacional- rancia ella, me espetó a traición que todos los poetas eramos unos ateos irredentos, y que por así decirlo, nos faltaba esa arista de sensibilidad.
Más corto que perezoso, le contesté con mi habitual paciencia cisterciense y enfundado imaginariamente con mi hábito trapense dije:
-Usted señora, está muy equivocada, como se nota que nunca en su vida se ha detenido a leer poesía de forma introspectiva, que jamás se ha ocupado de interiorizar las señales que desde los tiempos de Homero, pasando a través de los estados de Dante, y en llegando hasta las orillas de Machado y Pessoa, todos los poetas de todos los tiempos y procedencias han enviado desde sus respectivas y personales torres de marfil.
Georg Trakl fue un claro ejemplo en este sentido, aunque pudiera parecer de rostro duro y vida enloquecida, en mi opinión se acercó más que nadie a ese aparente caos en el que se desenvuelven los dioses, el universo es un permanente estado de excepción y por tanto, lo catastrófico es lo más poetizado por Georg Trakl. Su vida poética se podría sintetizar en el intento de dar voz a la mudez de los hombres que son fagotizados por la idiocia de la sociedad, y éstos ya son muchos, demasiados, más de los que nos podemos permitir:
«Ah, la locura de la gran ciudad cuando al anochecer, junto a los negros muros, se levantan los árboles deformes, y a través de la máscara de plata se asoma el genio del mal; la luz con látigos que atraen ahuyenta pétrea noche.
Oh, el hundido repique de las campanas del crepúsculo.
Ramera que entre escalofríos alumbra una criatura muerta. La ira de Dios con rabia azota la frente de los desposeídos, epidemia purpúrea, hambre que rompe verdes ojos. Ah, la diosa carcajada del oro.
Pero una humanidad más silenciosa sangra en oscura cueva forjando con metales duros el rostro redentor.»
Georg Trakl se presenta como un amante de las alucinaciones iluminativas, esta es una prueba más de que a los poetas nos ocurre exactamente lo mismo que al resto de los mortales, algo o alguien nos arroja a este mundo,- el «dasein» de Heidegguer-, y una vez arrojados y caídos a esta tierra inclemente, miramos a derecha e izquierda, lamemos el aire que se aloja en los intersticios de la existencia, y al fin increpamos al que nos arrojó, pero no con odio, si no con el afán de entrar en un juego dialógico con la divinidad.
En 1914, Trakl fue reclutado para luchar en la Primera Guerra Mundial como oficial médico, al contemplar tanta sangre se agravó su depresión que acabó desembocando en una crisis nerviosa y en su primer intento de suicidio. Todos los caminos conducen a una putrefacción negra, escribiría.
Practicó lo que se podría denominar un expresionismo literario, una búsqueda de la proyección del yo a través de un lenguaje genuinamente personal e innovador.
Se abandona la mímesis para desarrollar una actividad artística que no refleje el objeto, sino al sujeto.
Georg Trakl se suicidó el 3 de noviembre de 1914, pero en absoluto quiere decir que no tuviera profundas y amplias inquietudes espirituales, la poesia de Trakl es una desgarradora búsqueda del sujeto, del gran sujeto, del tejedor de la trama universal. Lo que ocurrió es que no lo encontró en el mundo perceptible sino en el imperceptible, el lugar inasible al que sólo los poetas como él tienen acceso.
Esto es lo mismo que nos une al mundo, pero de igual forma, lo que irremediablemente nos separa de él.
«En una nube negra transitas, ebrio de adormideras, el estanque nocturno, el cielo de estrellas.
Se oye sin cesar la voz lunar hermana a través de la noche espiritual»
Yo creo sinceramente, que el alma de Georg no debería haberse encarnado nunca, que él no soportaba la vida encarnada por tosca, por brutal, por ordinaria, por chabacana, por ser el remedo de los más bajos instintos de los hombres y de las mujeres.
El espíritu de un poeta como Georg Trakl es una sustancia inabarcable, por eso no fue ni será entendido por los miopes que entienden la vida como constreñida, a corto plazo, no será comprendido por aquellos que no se dejen arrebatar del asombro.
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