
Imagen vía Pixabay.
La música es una creación humana universal. A lo largo de la historia y en todo el mundo, distintas sociedades crearon expresiones musicales. Sin embargo, como todo fenómeno artístico, existen muchos tipos de estilos y de formas según los distintos contextos culturales e históricos. Es así que, en el caso de la música, se han desarrollado en el tiempo distintos modos de estructurar el sonido.
Esta diversidad presente en la música inevitablemente nos lleva a construir categorías que buscan ordenar esa diversidad, llevando en muchos casos a valoraciones diferenciales. En este sentido, históricamente se fue moldeando una famosa diferenciación entre la «música culta» y la «música popular». Muchos han sido los argumentos que intentaron explicar en dónde estaba la diferencia: desde la clase social, la edad, el tipo de manifestación (oral o escrito), hasta la función social.
Durante la Edad Media, la música llamada «culta» se practicaba exclusivamente con fines religiosos en los monasterios, estando limitada su práctica a los monjes, quienes poseían el conocimiento para leer y escribir música. Mientras que la «música popular» nació de los ámbitos populares y era practicada por personas que no sabían leer ni escribir. De este modo, en aquel momento era más sencillo hacer una diferencia según los argumentos de arriba, entre un tipo de música escrita, «más elevada» y apta para la introspección espiritual, reservada a una clase social específica; y otro tipo de música de tradición oral, colectiva, más «pegadiza» y apta para ocasiones de celebración o entretenimiento.
Sin embargo, en tiempos de revolución tecnológica, la situación es muy distinta. Con la aparición de la computadora se desarrollaron softwares que permiten experimentar con nuevos sonidos. Las técnicas como los mashups y los samplings que se utilizan hoy en día generan una mayor variedad musical permitiendo la mezcla de melodías y de ritmos. Ejemplo de esto es la obra Enigma del músico rumano Michael Cretu, quien se animó a mezclar los sagrados cantos gregorianos con ritmos electrónicos. Lo más increíble es que la popularidad de esta obra llevó a que miles de personas escucharan los cantos gregorianos, tal y como se tocaban en los monasterios. Esto desdibuja los límites de las categorías.
En este sentido, puede suceder que géneros que alguna vez fueron «cultos», se vuelvan luego «populares». O incluso al revés, como sucedió con el tango en Argentina y el jazz en Estados Unidos. Los cambios históricos generan cambios en la forma de categorizar lo cultural, con lo cual las categorías no son eternas, sino el resultado de ciertas clasificaciones en determinados contextos.
Por otro lado, la industria discográfica, el cine, la televisión e Internet han permitido el intercambio de repertorios musicales de fácil acceso y descarga para personas de todas las nacionalidades, edades y clases sociales. Más allá de la fuerte presencia de las grandes industrias musicales, hay una gran cantidad de circuitos alternativos en donde se intercambian variedad de estilos y géneros. Igualmente, es necesario aclarar que ―especialmente en los países del Tercer Mundo―, existe una desigualdad de acceso a las nuevas tecnologías. Esta es la otra cara de la globalización que han analizado innumerables autores.
Es así que los argumentos que buscan explicar estas categorías encuentran grandes excepciones en un mundo diverso y complejo como el de hoy. La gran difusión y mezcla de distintos estilos y de formas superan las barreras de la edad y la clase social, lo cual nos imposibilita encontrar una explicación satisfactoria. En el pasado, las diferencias podían ser más tajantes, pero en tiempos de globalización hay más cruces y superposiciones que nos impiden encontrar una explicación satisfactoria sin caer en grandes generalizaciones.
Igualmente, más allá de discutir si estas diferenciaciones son válidas, cabe preguntarnos, también, por qué existen estas categorías. Estudios de sociología y de antropología nos explican que el ser humano es un animal al que le gusta clasificar. Distintas sociedades a lo largo de la historia clasificaron a partir de la religión, el mito, el parentesco, el arte y la política. Es decir que las clasificaciones de alguna manera preceden la realidad social.
Con la Modernidad, se consolidaron ciertas dicotomías como oral/escrito, campo/ciudad, arte/artesanía y cultura/folklore, las cuales impregnaron las nociones de sentido de común que manejamos día a día. En el mundo del arte, se encuentra la oposición entre lo dionisíaco y lo apolíneo, en referencia a los dioses griegos Dionisio y Apolo. Es la oposición entre lo ordinario y lo extraordinario, lo recreativo y lo creativo, lo repetitivo y lo original, lo vulgar y lo sublime, lo simple y lo complejo. Esta dicotomía ha influido en la forma en que Occidente ha clasificado la música, fundamentalmente en la diferenciación entre «música culta» y «música popular».
Esta forma de pensar la música ha generado algunas críticas. Como sostiene el autor español García Jiménez, el pensamiento de la Modernidad ha concebido el arte en términos de trascendencia del alma y de vida interior. En este sentido, la «música culta» se piensa en tanto genios individuales dotados de dones especiales, mientras que la «música popular» se vincula a algo masivo o vulgar, lo cual la coloca en un estado inferior en cuanto a la calidad. Así, sucede que en muchos ámbitos de la vida social y cotidiana se visualizan ciertas expresiones como la música clásica, el jazz o la ópera en tanto «alta cultura», mientras que otras expresiones como el rock, pop o cumbia son vistas como «baja cultura».
De todas maneras, se debe reconocer que hay una desigualdad de acceso a ciertas expresiones musicales que está vinculada a la pertenencia a una clase social determinada, dado que los condicionamientos materiales influyen sobre la posibilidad o no de acceder a algunas manifestaciones que son socialmente valoradas por encima de otras y que, por eso, funcionan como modos de distinción simbólica por parte de algunos grupos de élite.
Es así que, sin desconocer esta dimensión de desigualdad y, teniendo en cuenta que efectivamente hay diferencias entre los distintos estilos musicales, a veces los usos de estas grandes categorías nos pueden llevar a diferenciar entre una «alta cultura» y una «baja cultura». Esto mantiene una idea de arte canónico y de estética universal que excluye otras manifestaciones artísticas que también tienen capacidad creadora. La música es una actividad humana universal y su dimensión creativa debe tomarse en cuenta para toda la diversidad de formas y expresiones.
No hay comentarios