Anuncio publicado el 17 de noviembre de 1910, años antes de que surgiera la gripe española.

No, estar encerrado en casa durante una pandemia no tiene nada de divertido, pero encerrarse en casa el año 2020 no implica, ni mucho menos, desconectarse del mundo exterior. De hecho, gracias a Internet nos arriesgamos precisamente a lo contrario: saturarnos y abrumarnos con el exceso de información externa.

Retrocedamos ahora 102 años, hasta el brote de la gripe española de 1918. Imaginemos una cuarentena en ese año. El resultado, en muchos sentidos, fue inquietantemente similar al escenario actual. Las cuarentenas son devastadoras en cualquier época: todos los negocios cierran y las personas se quedan sin trabajo y se ven obligados a estar lejos de familiares y amigos. En 1918 no se hablaba del distanciamiento social, pero eso no quiere decir ni mucho menos que no lo pusieran en práctica. Por fuerte en aquel momento existía un elemento tecnológico que hizo el confinamiento más llevadero: el teléfono.

Aunque habían pasado ya 42 años desde que Alexander Graham Bell hiciera la primera llamada telefónica de la historia, esta tecnología estaba todavía lejos de ser un objeto habitual en los hogares de la época. En 1920, solo el 35% de las familias estadounidenses tenían uno, así que imagínese cómo estaría la situación en otros países como España. Cuando todo comenzó, el teléfono se vendía como la solución perfecta al aislamiento. «Las personas que están en cuarentena no están aisladas si tienen un teléfono Bell», decía un anuncio de entonces (en realidad, el anuncio no es de 1918 sino de 1910, pero de las cuarentenas no eran una situación insólita con enfermedades como la viruela, la difteria o la meningitis). Sin embargo, a pesar de que todavía no estaba muy extendido, la catástrofe que provocó la gripe de 1918 puso a prueba el sistema telefónico del momento y no consiguió superarla.

La gente utilizó el teléfono de formas que incluso las compañías telefónicas nunca hubieran imaginado. En enero de 1918 un soldado que estaba en cuarentena en el campamento Beauregard de Luisiana, John B. Caldwell, se casó por teléfono con su novia, Lorene Smith. Nada nuevo bajo el sol. El fiscal general del estado se apresuró a desaconsejar las bodas por teléfono. Esa cuarentena en concreto no se debió a la gripe de 1918 sino a una meningitis, pero esta acabó llegando, y entonces ciudades y estados enteros impusieron medidas de emergencia similares a las que se han puesto en marcha hoy en día, con el objetivo de aplanar la curva manteniendo separadas a unas personas de otras. Los negocios, las escuelas o los lugares de ocio y culto se cerraron temporalmente y se exigía el uso de mascarillas en algunas zonas.

Al principio sí parecía que el teléfono ayudaría a hacer la vida en confinamiento más llevadera. En Holton, Kansas, la Cruz Roja distribuyó carteles en las ventanas de los comercios pidiendo a los clientes que en caso de tener sospechas de estar enfermos utilizaran el teléfono en lugar de acudir a las instalaciones. En Long Beach, California, incluso llegó a ponerse en marcha una experiencia pionera de educación a distancia, en la que se utilizaba el teléfono para ponerse en contacto con los profesores.

Y también se usó como un medio para difundir noticias, sobre todo las de última hora, en un momento en que la radio todavía no había alcanzado el desarrollo que tendría en décadas posteriores. Llamar por teléfono a los periódicos para preguntar por las últimas noticias puede parecer algo insólito hoy en día, pero a principios del siglo XX se hacía. Además, como todavía no se reproducían mensajes grabados, las personas que atendían las llamadas eran empleados del periódico. Los diarios más importantes animaban a llamar a sus oficinas en busca de noticias.

A pesar de que en teoría el teléfono parecía ser una poderosa herramienta para mantenerse comunicado durante la cuarentena, en la práctica no tardaron en hacerse patentes los problemas que se planteaban. Las infraestructuras de las compañías telefónicas dependían de los operadores, en su mayor parte mujeres jóvenes, que realizaban manualmente cada conexión entre la persona que llamaba y el destinatario de la llamada (aunque la marcación automática, que no requería de un operador, se había inventado en el siglo XIX, todavía no se había generalizado). Y, por supuesto, los operadores telefónicos eran tan vulnerables a la gripe como cualquier otra persona, o tal vez incluso más, sentados en espacios reducidos, codo con codo con compañeros que podían estar infectados. Poco a poco fueron cayendo, a medida que el volumen de llamadas aumentaba.

El 22 de octubre, The New York Times informaba de que dos mil operadores de la New York Telephone Company, que era casi un tercio del total de trabajadores de la empresa, estaban enfermos. Al no poder cubrir la demanda de llamadas, la compañía se vio obligada a imponer recortes, incluyendo una reducción del 50% en la capacidad de llamar desde teléfonos públicos y envió mensajes por correo a sus clientes pidiéndoles que limitaran el uso del teléfono a llamadas de emergencia. En lugar de publicar anuncios promocionando el uso de teléfonos, las compañías telefónicas se vieron obligadas a todo lo contrario: pedir a sus clientes que lo usaran lo menos posible. Incluso hubo alguna compañía que dio permiso a sus operadores para que preguntaran por la naturaleza de la llamada para asegurarse de que realmente fueran necesarias.

Con los sistemas telefónicos colapsados e inutilizados, la idea de que ayudarían a las personas que estaban confinadas en sus hogares no tardó en desmontarse. Al final los mensajes que se daban desanimaban a usar teléfonos e incluso se llegaba a recomendar que se saliera a la calle, siempre y cuando se llevara mascarilla.

Hoy en día el teléfono es complementado e incluso sustituido por el uso de Internet. Aunque imaginarse un escenario en el que la red se cayera a nivel mundial es casi una perspectiva distópica, merece la pena detenerse un momento para imaginarnos cómo sería la vida sin esta tecnología que tanto damos por sentada. O tal vez, incluso, preguntarnos cómo consiguieron sobrevivir a las epidemias y al confinamiento las generaciones pasadas cuando el aislamiento y la distancia social era, en muchos casos, devastadoramente absoluta.

Fuente: Fast Company.

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